Recuerdo ese hombre lubricado
que de la entraña oscura del barro emergía
como una tea de ardiente combustible.
El fuego en sus pupilas explotaba
como una fábrica de humo lacerante.
En la senda halló las hebras de un oscuro pelo...
Una mujer salía del agua tempestuosa y
unieron sus manos de batalla
como una metralla disparando cuchillos
contra las caprichosas rocas de la quebrada en su paso.
Juntos treparon la cima de los montes
y de las laderas de la vida atroz recogían su lado depurado.
Bajaron sabios con el secreto del amor,
mojados con el agua de un renovado agosto,
en plena claridad del cerezo frutado iniciaron sus volcanes.
Había huido el peso coloso del tiempo con el lodo y
en las móviles alas de sus pestañas elevaron sus ojos enamorados.
Los sexos distintos arrimaron sus temblores de destino,
conjugando su paso de hoja al camino
unían sus palmas de pergamino y
al chocar sus miradas de encuentro
hallaron el significado del amor.