Pobres los que dijeron
que el sol se perdió en mi sonrisa
augurando para mi un futuro de espinas,
perseguido por la sombría penumbra
mientras los delataba su lengua funeraria/
Pobres los que opinaron
que mi luz de corazón se apagaría
igual que el herrumbre tocando
marchitas cuerdas de mi guitarra/
Los ignoré amor...
Como se ignora al silencio irreverente.
Cerré su boca intrusa de falso pregón
con sus fatigados papeles de anuncio profético y
en sus ojos ausentes les clavé mi mirada
de lanza afilada en la roca/
Sigamos amada,
la noche vehemente no perdió sus párpados,
la tarde se va clemente
con sus naranjas lucientes
y el jazmín afirma su huella de algodón/
Nuestro amor de inundación lacustre
los cubrió hasta sus rodillas débiles
y de la altura...
Qué sabe la lengua sin paladar de la altura.
Yo miro la altura
y reconozco tus planos de tierra,
Bienvenida amor
a nuestros soles surgentes.
Nuestros territorios de frutos pesados.
Doblamos los brazos de árbol y
encorvando su espiga de tronco,
reinventamos la cristalina esencia
en la fricción del agua con la piedra,
a la hora ágil de un desbaratado terremoto,
que vibra en hilos desordenados del viento
cuando los cedros se enredan con tu pelo,
se resume la distancia de viejos puertos,
me asomo a las aguas de tus lagos y
voy al vértigo de tu boca como el pájaro osado
que templa su vuelo de temperamento
en alas del viento.
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