Había unos hombres aprisionados en una caverna, encadenados tan fuertemente que no podían moverse lo suficiente para girar las cabezas, ni siquiera los ojos. Lo único que podían ver era la pared de esa caverna, la pared que tenían delante de ellos. Habían estado tanto tiempo allí que eso era todo lo que recordaban; todo lo que conocían. Podían ver sombras en la pared y escuchar algún sonido. Como es todo lo que conocen, piensan que lo que están mirando es la realidad. Es muy sombría, pero están tan acostumbrados a ella, que piensan que es normal y de alguna forma se sienten cómodos en ella.
Finalmente, uno de los prisioneros logra liberarse, darse la vuelta y distinguir que está en una caverna. También puede percibir una luz que procede de la entrada. Sus ojos necesitan mucho tiempo para poder acostumbrarse a la luz, pero cuando llega a la entrada puede ver la gente caminando por la carretera externa, y entiende que eran las sombras de esta gente las que se proyectaban sobre la pared de la caverna.
Dándose cuenta de que los prisioneros dentro de la caverna no pueden entender que lo que están viendo no es cierto, el prisionero libre ya, regresa y trata de compartir ese conocimiento con los demás. Pero están tan acostumbrados a esa manera de pensar que no quieren oír aquello que el liberado tiene que decir. De hecho, ocurre justo lo contrario. Quieren matarlo. Es como lo que me habéis estado diciendo: la gente puede pensar que quiere ser libre, pero en realidad no está dispuesta a renunciar a su manera de ver las cosas.