Dejo una rosa blanca
y un tulipán negro
al cuidado del invernadero.
Una nave de jazmines se ancla
pérfida en la justa balanza
del herbario.
Veré si los estimula por su hermosura
o los quiera partidos, de hojas heridas.
Soy el afligido amo del invernáculo,
me turba la decisión
de desvestir la rosa blanca,
camuflando el ropaje del negro tulipán
o abandonar el jazmín con su libre esqueleto
en la idolatría de mi armonidad.
Me cuestiono las preguntas de las flores,
sus profundos aromas a naciones
o de donde proviene el color de su bandera.
De maceto a maceto
me persigo solo e inquieto,
buscando una población de yuyos,
algún pétalo de piel seca aplastado en el piso,
castigados con crudo puño,
ensangrentando por el celo
del tulipán y el jazmín a la rosa blanca.
A la patria próspera
de la violeta encinta,
que entre mi rosa blanca invicta,
el tulipán en su frac de luto
y el jazmín al camino oculto
de greda infértil con hambre de víctima.
Ruego al invernadero
que en su techo de cielo
impulse la victoria de la rosa blanca.
Fosfore sus vestiduras,
suavice sus espinas para
poner un ramo inmaculado
sobre las palmas de mi amada.
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