Se fue sumergiendo
por las calles taconeando
cual si penetrara una oscura selva,
guiada por el ruido del calzado.
Había venido
con su arma de agua velva,
simulando risa de mimo,
caída de abrazos
como si dos rocas habitaran sus manos.
Sobre sus hombros se posó la aflicción,
una tórtola hundida en su pena
con las alas despobladas por el fuego.
Así se fue, masticando flores por cardos,
con un corona de furia sobre el eco del adiós y
las rodillas dobladas al suelo en acto de atrición.
Colmada en deseos que huyeron por sus ojos pardos
y en el torrente de sus memoriosas venas
le dejé un hueco profundo carente de pasión.
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