El hombre repite su rito de antaño y
evoca una confluencia de nombres ajenos.
Su alma dibuja un control desvariado,
en el espejismo del rio enumera los años.
El plano vidrio lastima sus espejos
y se tiñe una nube con dedos en su entrecejo.
Va dejando su nombre y sus sueños al lavabo y
el agua le devuelve miles de rostros que ha olvidado.
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