De regreso
El invierno precipitó su retirada y esto era más que notorio al regreso del campo.
Al fondo, percibimos las nubes que no habíamos siquiera imaginado posibles al partir y con tonalidades más oscuras hacia el fondo.
Huyen los pájaros que son flechas volando en silenciosa unidad y hacia quien sabe donde, mien-tras se está levantando más fuerte el viento. En pleno regreso, los paseantes comienzan ya a sujetar sus sombreros, a abrochar sus ropas, a proteger sus canastas. Entonces, decidimos cambiar de destino para acortar el trayecto, tomando por el camino que lleva a la cabaña. Tendríamos allí protección, el mate y todo lo necesario. Si la tormenta obligara a pasar en ella la noche, provisiones no nos faltarán.
Por el sendero algo desdibujado vamos recogiendo leñas antes de que lleguen a mojarse. José se nos adelanta con ellas, para ubicarlas a resguardo en lugar seco.
Al llegar, encontramos casi todo bien, sólo escasea el combustible y tal escasez obligará a estirar la tarde-noche sin encender lámparas. Sobra sí, el polvo acumulado por el tiempo transcurrido desde la lejana visita anterior.
Una brisa de espeso gris húmedo, penetra en el lugar empujada por el viento y llueve parejito. El rumor del agua sobre las chapas va de a poco adquiriendo un tono de cierta apacible intensidad y en la cabaña, la uniformidad del sonido de la lluvia se pierde, monótona como el tedio.
José ha comenzado a preparar el fuego que atenuará tanta humedad y adelantará un poco de luz al demorado encendido de las lámparas del kerosene escaso.
En tanto sigo con dedicación tenaz y disimulada, los movimientos y conversaciones de Sofía. No quiero y cada vez menos puedo, desatender sus movimientos, sus palabras, sus actitudes. Entonces juego a la "desatención concentrada", pero pendiente siempre de cada gesto, de cada decisión suya.
Desde afuera el viento, frenando algo su intensidad pero sin detenerse del todo, empuja más nostalgia y más tristeza dentro de la cabaña. Estoy ahora sentada a la mesa polvorienta de nuestro oportuno refugio, en el silencio de su penumbra.
Ahora y contra toda presunción, la tormenta, el viento y el agua desaparecieron de improviso y en su lugar entró sin ser llamada, nuestra habitual disparidad de opiniones. Estas expulsaron sin miramientos nuestro espeso silencio anterior.
Daniel pretende quedarse; seguramente porque incluye en su proyecto, una más de sus poco fundadas certezas: el que yo también he de quedarme. Y de pronto veo que las circunstancias me empujan al instante tan soñado; al de esa anhelada oportunidad propicia.
Es demasiada atención prestada sin descanso y para mi ansiedad durante tanto tiempo, como para permitirme desaprovecharla ahora.
Sucede que Sofía decide continuar hacia el pueblo y yo he podido ofrecerle inmediatamente el anca de Malevo. No hubo nada que discutir y José nos lo acercó al toque. Monté primero y él la ayudó a ubicarse en la grupa. Nuestros canastos y alguna ropa irán en el sulky de Fredy.
Recordé al instante aquel camino más largo y no tan frecuentado. Sí, aquél que seguramente los otros no tomarían nunca, y enfilando a Malevo hacia él salimos antes que los demás organizaran si-quiera su retorno. Partimos al trote y mi mayor atención inicial estuvo puesta en la manera con que ella aseguraría su estabilidad al tomarse de mi cuerpo. Noté su rígida actitud inicial, demasiado tensa para mis expectativas y cambié el paso de Malevo llevándolo a un galope que aunque suave, fue provocando que Sofía se sujetase más firmemente. Sus brazos tomándose de mi cintura la aferraban a ella, pero mantenía sin embargo prudente distancia de mi espalda. Le consulté por su comodidad, tratando de parecer indiferente y como para cortar el silencio. Su respuesta breve pareció evasiva.
Inconsciente y nerviosa me concentraba en ocasionales roces suaves provocados por el andar suelto, de leve contoneo del animal en su avancey luego de andar un tiempo me pareció que de a poco, Sofía iba aflojándose. Entonces ensayé algunas bromas tontas simulando despreocupación.
De pronto un ligero tropiezo la obligó a tomarse fuertemente. ¡Cómo olvidar el placer del instante! Ahora, ella decide abrazarse por temor a un golpe y sus pechos contra mi espalda, refregándose de manera apretada e inquietante al vaivén del galope de Malevo, me estremecen.
Me preguntaba cuál sería el motivo que la mantenía desde entonces aferrada a mí, ya sin necesidad. Me ilusioné. Quizás disfrutaba ella también el contacto. Tal vez.
Sólo recuerdo lo maravilloso de percibir el calor y las sinuosidades de su cuerpo grabando su topografía confiadamente en mi ansiedad. Su aliento susurró imaginarias caricias cerca de mi cuello y disfruté esa dulce mezcla de perfumes: el del frasco francés sobre su piel húmeda.
Hubiera deseado estar más lejos del pueblo, mucho más lejos. Prolongar ese abrazo inocente sólo para ella. Pero era demasiado corto el trecho que nos faltaba, pero más corto aún lo fue por la rapidez punzante de la despedida, cuando casi tropezamos con Daniel, quién cuando conoció la génesis del problema supo como adelantarse y ya esperaba nuestra llegada. Fue él quien tomó la rienda y quien con destreza la ayudó a bajar para besarla luego en abrazo tan apretado como amargo para mí. Luego giraron su felicidad para mirarme con maldito agradecimiento. La sorpresa me inmovilizó: los vi alejarse tomados de la cintura; alcé una mano y estúpidamente la mantuve alzada aún, cuando como petrificada moría al verlos irse amarrados hasta el tropiezo, en su andar pleno de felicidad y mientras, yo me ahogaba sola con mi frustración y mis humedades.
Llevé a Malevo hasta su establo y secando con la manga mi nariz bañada en lágrimas desesperadas, lo encerré acariciando al mudo testigo en búsqueda de un misérrimo consuelo, en tanto y con notable impericia, le colocaba su manta.
Luego, volqué mis cabellos sobre los anteojos tratando de ocultar la mueca imbécil de mi rostro y, rogando no cruzarme con nadie, enfilé hacia las cocheras buscando mi auto. Puesta a refugio en él partí lentamente. De manera intencionalmente lenta, y saboreando un autocastigo cruel, bebí el veneno de los duros y minuciosos recuerdos recientes. Aquél de la dicha fugaz y éste del final atroz.