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¿Quién será y de dónde habrá salido?
Sin titubear, Triama sacó su daga del estuche. No iba a cometer un acto irreflexivo; había sopesado los pros y los contras y tomado una decisión que para ella era irrevocable. Sería rápido; un corte en cada muñeca y listo. Se desangraría, el sopor la invadiría, perdería el conocimiento y moriría. Su desdicha habría acabado; solo quedaría la oscuridad y la paz.
Se aprontaba a hacerse la primera incisión, cuando se dibujó frente a ella un rostro varonil de piel de un curioso color dorado y unos ojos azules que la miraban con infinita ternura. Aquella aparición etérea la detuvo en seco. Era el rostro más hermoso y bondadoso jamás visto por ella. Las plumas negras y azules, que caían sobre su frente y parte de las mejillas, llamaron su atención, extrayéndola de su resolución.
Acto seguido, escuchó en su mente la voz agradable del muchacho que le decía:
"No lo hagas, aún no ha llegado el momento de que tu espíritu abandone tu cuerpo".
☼
Triama despertó sobresaltada sobre el montón de trapos viejos en el suelo agrietado del refugio donde dormía. Su corazón latía agitado y tenía el cuerpo bañado en sudor. Le costó unos segundos despabilarse. No era la primera vez que soñaba con lo sucedido aquella noche. A pesar de haber transcurrido más de un año, el recuerdo persistía latente y sus sueños al respecto la perturbaban; eran tan reales que le parecía volver a vivir la misma experiencia una y otra vez. El rostro, los ojos y la voz del misterioso joven que había impedido que se quitara la vida, no la abandonaban. Procuraba hallar una explicación lógica para aquel prodigioso suceso, no obstante, no lo lograba.
Qué joven tan extraño con esas plumas. ¿Quién será y de dónde habrá salido?, se cuestionaba cada vez que la imagen surgía en el desierto de su mundo. Al evocarlo, florecía su corazón y se sentía acariciada por su mirada azul profundo. Él tenía el poder de iluminar su oscura existencia. La esperanza de llegar a conocerlo algún día, le daba fuerzas para seguir viviendo.
El cabello dorado de Triama lucía opaco y enredado. Pasó la mano por su frente húmeda y echó hacia atrás unos mechones que caían sobre ésta. Deseaba fantasear otro poco, evadiendo la realidad, pero se lo impidió la melodía estrepitosa que empezó a interpretar Erzac, su hermanastro de diecinueve años.
-¡Deja de hacer ruido! -se incorporó a medias.
Sin hacerle caso, Erzac prosiguió. Tocar la armónica lo ayudaba a calmar la vorágine de sentimientos que bullían en su interior.
-¡Para de una buena vez! -volvió a gritar Triama.
Al no conseguir su objetivo, se levantó para ir a enfrentarse con él. Apoyó la mano derecha en el marco donde antaño existía una puerta.
-¡Que pares, te dije! -lo encaró alzando el mentón.
-Eres una histérica. ¿Por qué mejor no te vas y me dejas tranquilo? -ni siquiera la miró.
Entonces, Triama paseó su vista por el duro suelo en busca de un objeto para arrojarle. Sus ojos tropezaron con una de las botas de su hermanastro y se la disparó recto a la cabeza. Erzac, que la observaba por el rabillo del ojo, fue más rápido y la atajó al vuelo. Mirándola con odio retratado en sus ojos negros, a su vez lanzó la bota contra la carcomida pared, desprendiendo un polvillo grisáceo.
-¿Qué son esos gritos? -preguntó Catany, la madre de Erzac, desde otro cuarto.
-Ya intervino esta arpía -masculló Triama entre dientes.
-¿Qué dijiste? -la desafió Erzac.
-Nada que te importe -se alzó de hombros.
Catany, pareja de Zelmos, padre de Triama, se hizo presente. A pesar de estar acostumbrada a las constantes discusiones a viva voz entre su hijo Erzac y su hijastra Triama, no dejaban de irritarla.
Erzac se puso de pie, guardó la armónica dentro de un bolsillo de su vestimenta y le comunicó a su madre:
-Ya oscureció, voy a salir. No soporto más a esta loca -los músculos del rostro se le tensaron y empuñó la mano hacia su hermanastra.
Antes de abandonar la estancia, Erzac pasó cerca de Triama y la empujó con el hombro, haciéndola perder el equilibrio. Para no caer, ella tuvo que afirmarse en la pared. Iba a golpearlo, pero Catany se lo impidió, interponiéndose entre ambos jóvenes, y clavó su vista cargada de cólera en el rostro de Triama que seguía indignada por la provocación de Erzac.
-¿Viste lo que has hecho?, ¡tú tienes la culpa! Siempre lo alteras. Eres una mocosa insufrible -pronunció Catany con saña y dio media vuelta desdeñosa-. Te acompaño, quiero platicar contigo -se dirigió a Erzac.
Triama los taladró con la mirada de sus ojos verdes y se alejó.
Catany y Erzac pulsaban dentro de ella la tecla exacta que gatillaba su agresividad. La sola presencia de cualquiera de los dos bastaba para provocarle un rechazo instantáneo. Dado que estaban forzados a convivir, intentó controlar la aversión que le despertaban. Pero sus esfuerzos fueron infructuosos y terminó desistiendo. Asimismo, renunció al propósito de tratar de abrirle los ojos a su padre con respecto a los verdaderos sentimientos que madre e hijo albergaban en su contra. El amor que Zelmos le profesaba a Catany lo mantenía en una ceguera imposible de curar. Al hablar mal de ella, lo único que Triama provocaba era el enfado de su progenitor y que la reprendiera por el comportamiento, según él, egoísta y malintencionado que tenía con ellos.
Triama se palpó por instinto la cadera derecha para verificar si su daga estaba en su lugar y, tras constatar que sí, se marchó de la deteriorada construcción que su familia había adoptado por vivienda.
Apreciaba su daga. La había encontrado, escarbando en una pila de escombros, cuando aún era una niña. Desde un principio, la daga había llamado su atención y la pulió y afiló con esmero hasta convertirla en un arma efectiva. En el mango llevaba tallada la figura de una pantera negra agazapada a punto de atacar, cuyos ojos eran dos incrustaciones de rubí. A pesar de que esta especie estaba extinta hacía siglos, Triama se había informado, en los textos hallados en las ruinas, sobre aquellos felinos y se identificaba con ellos.
Los humanos iban adquiriendo sus pertenencias en diferentes estadías por ciudades y pueblos devastados. Encontraban objetos provenientes de lejanas civilizaciones, rescatando los que aún servían a pesar del tiempo.
Apenas Triama los dejó, Catany se aproximó más a Erzac.
-Me alegro de que esa estúpida se haya ido. Al marcharse Zelmos esta mañana, no quise despertarte. Después, estimé que era preferible esperar a estar solos.
-¿Necesitas contarme algo?
-Estoy preocupada, Erzac.
-¿Preocupada?
-Halún interrumpió nuestro sueño y se llevó a Zelmos. Van a tratar un asunto de suma importancia.
-¿Cuán importante puede ser? Siempre se reúnen.
-No lo sé -su voz sonaba alterada-. Halún jamás se da la molestia de venir a buscar a Zelmos, Árdikaj envía a un subordinado de menor importancia.
-Sí. En verdad es raro que aparezca el brazo derecho del jefe de los saindors en nuestro albergue -frunció el entrecejo.
-Además, me fijé en su comportamiento acelerado.
-¿Halún, acelerado? -Erzac soltó una risa burlona-. Él suele ser más bien calmo y engreído. Se nota que ese demonio se siente superior al resto de los saindors, exceptuando a Árdikaj, claro está.
Catany exhaló un exagerado suspiro, sentía el pecho apretado.
-Tengo una premonición.
-¿Buena o mala?
-Mala.
-¿Por qué? -Erzac arqueó las cejas.
-No puedo precisarlo. Solo me baso en el comportamiento inusual de Halún. Me extrañó que viniera por Zelmos con tal urgencia cuando dormíamos. Agucé el oído y, mientras emprendía el vuelo portando a tu padrastro, me pareció oír; cambiará la vida de los humanos en forma drástica.
-Entonces, deberías haberme despertado de inmediato.
-Es que no estoy segura y de todos modos no podemos hacer nada por ahora. Tendremos que aguardar hasta hablar con Zelmos.
-Tienes razón. No estés nerviosa, tal vez escuchaste mal.
-Mi intuición nunca falla, Erzac. Temo que todo lo que hemos conseguido se desplome de golpe -su rostro denotaba miedo.
-Estás exagerando, mamá -intentó tranquilizarla-. Mejor vamos a dar una vuelta y así el tiempo pasará más rápido. Es de esperar que cuando regresemos, Zelmos también lo haya hecho y podamos hablar con él.