No se viste
de satenes con
influencia de moda
ni estrena blanca seda
de santa,
no prostituye su cartera
insinuando rojos labiales.
Se evade de la fiesta
de abismos violentos,
deja la pasión establecida
en el llanto del sepulcro.
Conserva su piel
donde estableció los límites de su templo,
siente florecer el paso en su cosecha
y en la gracia del silencio,
sin despedirse de la ventana,
huele nuevas fragancias
que la condecoran con su mirada.
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