Que corren tiempos de crisis económicas bastante dañinos no es nada nuevo ni nada que a día de hoy sorprenda. Aunque si me pongo a pensarlo, me cuesta bastante creer en el hecho de que ahora para salir a la calle con bolso en mano y dinero en el monedero hay que tener cuanto menos un poco de cuidado y precacución. Los carteristas estaban ya a la orden del día en las calles, sobre todo aquellas de las grandes ciudades, recorriendo palmo a palmo los lugares por donde más gente se movía para hacerse con las carteras ajenas. Hoy, imagínense cuánto se habrá duplicado o triplicado la labor de esta gente.
Claro que cualquier persona normal, que cobre un sueldo base de los de ahora no pensaría ni lo más mínimo en la idea de contratar los servicios de una especie de escolta o segurita privado. No así ocurre en el caso de los comercios, que mientras que antes abrían sus puertas tan tranquilamente habiendo varios miembros de personal, ahora viven con temor al abrir sus negocios porque encima han tenido que reducir plantilla y han de vigilar mucho más que antes. Por eso es que se ven en la obligación de contratar vigilantes de seguridad que les brinde la confianza suficiente como para ir a trabajar a su propia empresa sin tener que echar el corazón por la boca cuando alguien se asoma a la puerta.
Estos, con seguridad, tratarán de proporcionar todo tipo de ayuda y vigilancia a los comercios para los que se les haya contratado, al ser profesionales con alto grado de cualificación y capacitación como para afrontar situaciones que pudieran poner en peligro tanto el negocio, como a su clientela y propietarios. El trabajo de vigilantes, por tanto, es el que mejor se ajusta para aquellos comerciantes y negociantes que viven horrores por pensar que pudieran ser víctimas de robo o peor aún, de robo con violencia.