Supe que debías resbalar la cornisa
para morir en tus propias gravedades
debías conocer el frio mármol
para valorar el ardor de mis manos.
Enterrarte en el cementerio de almas
para emerger con resaltantes lentejuelas,
adelgazarte en laberintos citadinos
de confusas lenguas babélicas para
pronunciarte en nuevo idioma de lengua.
No fue sentimiento cruel de sadismo
sino profundo amor de inmensidades.
Rebasaste la mansión enlutada de rosas
arañando con garras de leona,
escalando peldaños deshabitados.
Pero a tu lado yo,
caballero de humilde prosa,
atento y silencioso como felino de selva.
Que la red del suicidio se esfumara en la brisa
cuando caminabas titubeante la senda del fuego,
temerosa de la soledad de los istmos.
Te aguardé en singular para amarte y
conjugar un verbo plural con nosotros.
Nosotros…
Rocas de un castillo
barriendo la pelusa del agobio
lavando adjetivos de oprobios recíprocos
en las astillas de los escaparates,
con lejía blanqueamos pórticos,
marcas de cerrojos golpeados y
en adjetivos de cálidas geometrías
con manos talabarteras sin pudor
tallamos en nuestros cuerpos signos de ambrosia,
con la hoz labriega y el tesón agricultor
sobamos harina en las etapas del trigo
en su resplandor y
en las palmas cantaban voces íntimas
de jaleo universal.
Sobreviviste al peso de la gravedad
cayendo a mis brazos de suaves linfas
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