Félix era un hombre muy interesante. Tenía un título universitario. Era alto, muy atractivo. Era un hombre muy codiciado entre las mujeres, de su círculo y de fuera de éste. Otro de sus atractivos era que provenía de una de esas familias tradicionales, con un apellido ilustre, una gran prosapia y una fortuna dilapidada (lo que era un secreto muy bien guardado).
La trágica perdida de su fortuna se produjo como consecuencia de malos negocios, una vida licenciosa y a una nula intención por conseguir un trabajo como todo el mundo. Porque él y su familia no consideraban ser como "todo el mundo".
Ellos eran diferentes, pertenecían a ese nutrido grupo de los que habían sido y se desvivían por volver a ser. Esos que se aferran a un pasado glorioso, floreciente, que fue forjado por sus antepasados, y fue heredado y perdido por ellos. Los mismos que hacen cualquier cosa para mantener las apariencias, a costa de quien fuera y costara lo que costara.
Contra la voluntad de sus padres, Félix había seguido una carrera que, aparentemente, en nada aportaba a mejorar su situación económica. La elección había sido motivada por una obsesión. Su obsesión la producían y alimentaban las religiones y rituales antiguos.
En su adolescencia, por esas casualidades o causalidades, había llegado a sus manos un libro que mencionaba, aunque no con mucha profundad, pero sí la suficiente para apasionarlo hasta obsesionarlo, algunos rituales para conseguir la vida eterna.
A partir de ese momento el mundo desapareció, y fue reemplazado por las religiones y rituales antiguos y su sed de conocimiento. Estos temas fueron preponderantes, se convirtieron en su norte, en la fuente de su interés, en su tema predominante y eterno de conversación.
Así fue como comenzó su búsqueda silenciosa motivada por el deseo inmemorial de la consecución de la vida eterna. Su investigación personal y privada, motivada por causas no develadas y mezquinas. Al principio sus expediciones investigativas fueron financiadas por excéntricos familiares, todavía acaudalados, en espera de que Félix algún día escribiera un libro y se los dedicara.
Pero ello nunca ocurrió. El sólo se trasladaba a recónditos y extraños lugares de este mundo, observaba, investigaba y guardaba para sí toda la información que recavaba. Como si fuera un tesoro que debía permanecer ignorado por la humanidad.
Al no obtener el resultado deseado, el financiamiento familiar llegó a su fin. Por eso Félix tuvo que agudizar el ingenio y salir a buscar financistas para su proyecto más que personal. Por algún tiempo intentó con amigos de la familia y miembros del gobierno: Pero todos demostraron muy poco interés. No veían la utilidad de investigar o estudiar religiones antiguas ¿Qué se podía descubrir? Todo lo que debía saberse ya se conocía. Ya estaba todo dicho.
Entonces tuvo una idea brillante, aunque riesgosa, pero la consecución de la vida eterna bien lo valía. Su profesión lo hacía un hombre deseable, con experiencia, hasta le daba cierto halo de misterio que lo hacía más interesante. Así que aprovechó esas ventajas, y sacó partido de ellas. Su blanco fueron las viudas adineradas en decadencia, jóvenes herederas poco agraciadas, las amantes, etc.
Su modus operandi siempre era el mismo. El primer paso era seleccionarlas cuidadosamente, a veces lo hacía con dos a la vez para asegurarse el triunfo, las enamoraba y lo demás venía por añadidura. Ellas, rendidas a sus pies, financiaban su empresa sin preguntas, referencias ni garantías de éxito. Una vez logrado su objetivo desaparecía sin dejar rastros.
Así fue como conoció a Rita. Ella era una amante agobiada, aburrida y avergonzada de su condición. Aunque no le fué del todo indiferente, no era igual que las otras. Sí lo fue en un principio, pero después no pudo hacer con ella lo mismo que había hecho tantas veces con las demás. Tenía ese algo especial que atraía su interés, que lo cautivaba. Era inteligente, con gran personalidad, lo entendía, lo escuchaba, se preocupaba por él. Por eso fue la única con la que se confesó, le develó su secreto. Y le contó del ritual que le había enseñado ese médico brujo para conseguir la vida eterna.
Rita, motivada por sus sentimientos hacia Félix, puso fin a la protección que le brindaba su amante. Este enloqueció y la asesinó. Félix, temiendo por su vida, inmediatamente abandonó la ciudad y nunca más volvió allí. Se fue con rumbo desconocido, dispuesto a reanudar cuanto antes su búsqueda.
Búsqueda que mantuvo hasta el final de sus días. Ninguno de los rituales que prometían la vida eterna parecían conformarlo, a todos les encontraba alguna fisura, alguna falla irreparable. Pero la falla no estaba en ellos, estaba en él. La falla era su falta de fe obnubilada por la cegadora idea de trascendencia. Que no le dejaba ver más allá, que no le dejaba abandonar su mezquina intrascendencia para conseguir la trascendencia que jamás alcanzó.
Nunca volvió a encontrar una mujer como Rita, ni a sentirse como se sentía con ella. Tampoco supo que ella había conseguido y materializado el sueño que, primero fue suyo y luego se convirtió en el de los dos. Rita había logrado burlar a la muerte. Ella seguía manteniendo viva su alma en un cuerpo que no le era propio, con el único objetivo de encontrar a Félix, su amado.
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