Había pasado ya más de un siglo desde ese fatídico día en el que Norberto le quitó la vida a Rita. Cegado por los celos, la frustración y la ira, y ante la negativa de su amante a seguir con una situación que la incomodaba y la hacía infeliz. En tan sólo una fracción de segundo, impulsado por una reacción que no involucró ni un solo pensamiento, se dejó llevar y la mató.
Esa vida que Rita había comenzado a vivir nuevamente, esa vida que ella sí merecía. Era la vida que había soñado y elegido por vocación desde su infancia. Tendría una vida de la que no se avergonzaría, ni escondería, muy por el contrario. La mostraría y se mostraría al mundo orgullosa de ser su feliz poseedora. Ella era una mujer que amaba y era amada, eso era lo que ella era realmente.
Pero la vida o el destino quisieron que su vida tome otro rumbo, uno muy diferente al que estaba en sus planes. Uno que Rita ni siquiera había imaginado en sus peores pesadillas. Claro, por más que se imagine, nunca se imagina lo oculto, lo que no se ve, lo que solo se siente y se presiente. Eso sólo lo sabe, quien cruza la línea de la vida, quien esta en medio como en su caso.
Rita no estaba ni viva ni muerta. Estaba sumida en el limbo, tomando el cuerpo de otros para lograr su objetivo. Era un alma torturada penando, castigada, indeseable y maltratada por ella misma. Y lo hacía por la vida que tuvo, y sobre todo, por la que no tuvo.
Desde el mismo día de su muerte se fijó una meta que sólo logró a medias. Ella ansiaba y logró mantenerse viva, para encontrar a Félix, su amado. Aquel ser generoso que había compartido con ella el secreto de la vida eterna, de la felicidad sin tiempo y del amor eterno que trasciende la carne y burla a la muerte.
En su centenario raid, se apoderó, arruinó, y sesgó, sin que nada más que ella importara, muchas vidas inocentes. Vidas que deberían haber sido vividas por aquellos a quienes les fueron dadas, no por ella.
Rita se había convertido en una hábil cazadora. Calculaba los detalles al milímetro, con la destreza y precisión de un cirujano. Nada quedaba librado al azar. Su primera posesión fue simple, pacífica, paulatina. Hilda, su primera víctima, se dejó poseer tranquilamente, tras la extraña y repentina muerte (causada por Rita) de su esposo.
Con el transcurso del tiempo, tal vez ganada por la desilusión y el desánimo de no encontrar a Félix, todo se le hizo cuesta arriba. No entendía por que el tiempo pasaba y él no iba a buscarla. Arrebataba vidas ajenas no para vivir, sino para subsistir. Era lo único que hacía, subsistía, lo buscaba y esperaba.
Estaba estancada, encaprichada, empecinada, obsesionada esperando encontrarlo o ser encontrada. No tenía otro norte. Varada en ese departamento que detestaba, que había sido mudo testigo de su desgracia, y que por períodos se convertía alternativamente en su sepultura o su cárcel. Estaba condenada a estar eternamente en ese lugar que odiaba con todas sus fuerzas, y que después de tantos años seguía oliendo a los jazmines de Norberto. Ese era el precio por haber conseguido la vida eterna, por haber vencido a la muerte.
Pero Rita nunca sospechó la verdad, ni cuáles eran las intenciones reales de Félix. Ignoraba que él era un cazafortunas, que no la quería a ella. Ignoraba que él era un cobarde, que huyó tras su muerte. Ignoraba que él murió solo, sin animarse a probar el ritual con el que ella había burlado a la muerte. Ignoraba que él había malgastado su vida, buscando el secreto de la vida eterna. Obsesionado por la idea de conseguir algo que siempre había tenido en sus manos.
Su última posesión le había resultado la más dificil, ella no dejaba de darle batalla. A veces gritaba dentro de ella por horas pidiéndole, exigiéndole y otras suplicándole que la liberara. Eso había debilitado mucho a Rita. Sú última víctima era muy fuerte, no podía doblegarla como a las demás.
Una mañana como otras, Rita se dió cuenta que ya no tenía control sobre ella. Ahora ella era la controlada. Se desesperó, vio frustrados sus planes, vió como sus sueños se hacían añicos. La posibilidad de encontrar a Félix se hizo más lejana que nunca. Entonces era Rita ahora, la que gritaba desde dentro de su poseída, la que dormía por horas, y soñaba que había encontrado a su amado y que por fin vivían felices.
Pero Rita no toleró esta situación durante mucho tiempo. Sacó fuerzas de flaquezas, se rearmó e intentó presentar batalla. Lo que no entendía muy bien, era para que hacerlo. Volver a tomar el control del cuerpo significaba volver a la realidad. Volver a ese infierno que olía a jazmines sin él.
Así es que comenzó un camino, quizá sin retorno, hacia la resignación. Tan paulatinamente como había llegado se fué apagando hasta casi desaparecer, Quedando allí en el interior de ella, latente. Rita fue vencida o quizás, se dejó vencer a consecuencia del cansancio, la desesperanza y la desilusión de no encontrar a su amado, de no encontrar la felicidad. Duerme siempre, porque en su sueño halló una ilusoria felicidad. En sus sueños ella está junto a su amado, viviendo la vida que quería vivir.
Tal vez Rita more en ella, hasta que ella viva. Aunque sólo tal vez…
Fin