Todos los seres soñamos. Nuestros sueños suelen ser más o menos vívidos. A veces son más vívidos que otras, o recordamos con más detalles lo que soñamos. Otras se tornan confusas marañas que no sabemos ni siquiera por dónde empezar a desentrañar.
Ana también tenía sueños, sueños que jamás recordaba. Era como si hubiera pasado la noche en blanco. Como si su mente se apagara al dormise y el sonido del despertador la encendiera por la mañana.
Pero los sueños de Ana tenían una excepción, que era ese sueño recurrente. El que la perseguía desde que tenía memoria. Ese sueño que la inquietaba, le causaba curiosidad, la fascinaba a la vez que le causaba temor. Ese sueño que hacía que odiara el momento de ir a dormir. Ese sueño que comenzaba como una pesadilla y se tornaba aterrador, ese que ella no sabía en que momento iba a aparecer.
A diferencia de sus otros sueños, a este sueño lo recordaba con lujo de detalles. A pesar que pasaban los años siempre era igual, tan claro, tan real y tan escalofriante como la primera vez que lo tuvo. Todo era tan vívido, las sensaciones eran tan reales, tan profundas, recordaba sus colores, sus tonos, sus olores. Mantenía en ella todas las sensaciones que en él experimentaba, las almacenaba, las acumulaba. Y cuando el sueño se volvía a producir éstas se potenciaban más y más.
Se despertaba sobresaltada, con el corazón acelerado y la respiración entrecortada. Bañada en sudor y temblando de miedo. En cuanto abría los ojos, veía la luz, y comenzaba su alivio y su conexión con la realidad. Su sueño era casi cinematográfico. Soñaba que estaba sobre el pasto recostada, era de noche. Estaba en un parque, a lo lejos se veía una capilla.
En la siguiente escena y sin explicación, tal como ocurre en los sueños, ella estaba dentro de la capilla iluminada sólo por la luz de velas, crepitantes e intermitentes.
Había un fuerte olor a incienso mezclado con el olor que producían las velas al quemarse. Por una de las ventanas, a lo lejos, se veía una fila de hombres caminando hacia la capilla iluminados por antorchas, tal vez monjes, vestidos con hábitos oscuros.
Minutos más tarde entran a la capilla, e inician un extraño rito. Nadie parece verla, entonces ella se queda muy quieta para no ser vista. Observa la escena con gran curiosidad, ella está fuera, pero lo ve desde dentro.
Entre ellos hay una mujer, está muy quieta observando sus movimientos. No se une a sus cantos ni sus oraciones, sólo guarda silencio y los mira con mucha atención.
Sin solución de continuidad, Ana se despierta en su cuarto. Está oscuro, pero aun así consigue divisar a los monjes. Siente su presencia, el calor que emiten sus cuerpos, su olor a incienso, hasta escucha el latido de sus corazones que se acelera con la respiración de Ana.
Ella se queda inmóvil, susurran algo que ella no entiende. Se produce un silencio profundo, escalofriante, luego uno de ellos se acerca a su cama. Rodea el cuello de Ana con sus manos y lo aprieta firmemente, hasta que ella deja de respirar. Todo termina con el advenimiento de la mañana, que le devuelve, una vez tras otra, la vida. Siempre ha sido igual. Siempre, una y otra vez.
Pero esta vez fue diferente. La mañana que le devolvía la vida nunca llegó…
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