Esperando vivir

Categoría: Tagu
Fecha: 04/11/2011 09:22:06
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Carlos era un hombre al que definiría como transparente, al que nadie tenía en cuenta. Era una de esas personas de las que su presencia o su ausencia pasa desapercibida. Aparentemente no tenía ambiciones, ni motivación, ni metas a la vista. Sólo permanecía allí, aferrado a lo que conocía, respirando, transcurriendo. Pero también envidiando y codiciando la vida de cuanta persona se cruzaba en su vida.

Había heredado el trabajo de su tío, que había trabajado treinta años en ese puesto, después de haber sido ascendido de cadete a administrativo. Nunca había ascendido ni un escalafón, siempre permaneció allí, considerado casi como un útil más del inventario.

Carlos siempre detestó la vida de su tío, siempre pensaba que a él no iba a pasarle lo mismo. Lo tenía todo planeado, iba a trabajar un año en ese puesto y después comenzaría una carrera ascendente. Hasta alcanzar un puesto directivo, que ganaría a base de trabajo duro, capacidad y garra. El iba a demostrar quien era, todos iban a saber quien era él. Y entonces iban a respetarlo, a admirarlo.

Pero pasaron los años y el ascenso no llegó. A diferencia de sus compañeros, él jamás ascendió. Le faltaba iniciativa, garra, audacia. Él estaba atado, paralizado por el miedo, ese miedo a perder ese trabajo que tanto odiaba. Entonces comenzó pensar en dar un drástico giro a su vida y cambió de planes.

Abandonó la idea de ascender en la empresa hasta llegar a un puesto directivo. Ahora haría algo más seguro. Algo que le garantizaría el éxito inmediato y la fortuna. A los demás les pasa todo el tiempo ¿Por qué no a él? Entonces decidió que iba a estar tocado por la Diosa Fortuna, e imbuido de esa suerte iba a ganar la lotería. Iba a hacerse así como así de miles de millones, y tal vez compraría esa maldita empresa, o una mejor, quizás varias.

La vida le debía una oportunidad y esta vez iba a cobrarle esa deuda, el pacto estaba hecho. Entonces comenzó a comprar billetes de lotería, de las que hubiera, cuantos pudiera. Lo hizo por años, y años. Y nada, sólo lograba sacar terminación, un premio de poco monto, o acercarse al billete ganador por un número más o uno menos. Se ve que la vida no lo había tomado muy en serio ni a él ni a su pacto.

Un día faltó uno de los cadetes, su jefe inmediato lo envió al banco a hacer un depósito de una suma importante. Esas sumas de las que tal vez se esté cerca una sola vez en la vida. El refrán dice que la ocasión hace al ladrón, y Carlos no fue la excepción. No bien tuvo el dinero en sus manos comenzó a trazar su plan.

Debía hacerlo rápido, y hacerlo bien, no había lugar para errores, ni fallas, ni contradicciones. Era la oportunidad que estaba esperando, la vida le daba una revancha, esa que tantas veces él le había reclamado.

Fue a al cementerio de trenes, ese lugar que era sólo suyo, ese lugar secreto. Ese lugar donde se refugiaba de las burlas de los otros niños. Ese lugar donde soñaba con una vida diferente, una vida en la que sería poderoso e inmensamente feliz. Escondió el dinero, se dió un fuerte golpe en la cabeza (que luego requirió sutura), y fingió el robo.

Carlos era un hombre chato, sin iniciativa, pero honesto. Sus superiores creyeron su historia. No hubo ni la más minima duda. Después de una investigación que requería el seguro, la causa se cerró y él salio indemne.

Con el cierre de la investigación comenzó la etapa de pensar como materializaría su sueño. Donde iba vivir, que compraría, donde, seleccionaría una bella esposa, amigos que estuvieran a su nivel, autos de lujo, personal de servicio. Todo debía estar calculado. Pero todavía no era el momento.

Cuatro años después del robo, Carlos se animó a llevar el dinero a su casa. La meta estaba más y más cerca. Todo estaba planeado cuidadosamente. Cada detalle estaba guardado en su cabeza como el mapa de un tesoro. El próximo paso era dejar el trabajo, pero todavía no era el momento, sólo había que esperar un poco más. Había esperado tanto, que solo un poco más no le haría daño.

El viernes fue su último día de trabajo, por fín su jubilación había llegado. Podía hacer ahora lo que quería, Nunca se animó a usar el dinero, que ya había perdido valor por su falta de valor. Ya no le alcanzaría para cumplir sus sueños, sólo para una mínima parte.

Entonces pensó en donarlo, en llevarlo a una institución, pero entonces lo tendrían ellos y no él. Entonces sus planes sí serían inalcanzables.

Miró la bolsa con dinero y sintió que esa era la causa de su infelicidad, de su desdicha, de todos sus males. Sin pensarlo dos veces, siguió su impulso y lo arrojó al fuego.

Ahora sí, dijo, voy a ser feliz. Pero a la vez pensó como voy a poder vivir con esa jubilación miserable. Tendría que haber conservado el dinero, tendría que…

Y una vez más, al igual que lo había hecho siempre, no vivió la vida que se forjó. Sino que comenzó a construir una nueva fantasía, la de como hubiera sido su vida, si hubiera conservado ese dinero.






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