Andrea era una mujer un tanto estructurada, de esas que no toleran ver que los almohadones no estén perfectamente alineados. Había conseguido todo lo que se había propuesto en la vida. Consiguió tener un matrimonio feliz, una buena posición, amigos influyentes.
Hacía varios días que llovía sin parar y eso no ayudaba a levantar su ánimo. Tal vez fue eso lo que la llevó a evaluar su vida, o quizás el cuadro de situación de lo que la rodeaba. Su conclusión se hizo esperar, pero fue demoledora y hasta la sorprendió. Estaba harta de su vida, necesitaba un cambio.
Pensó y pensó sobre que era lo que realmente quería, que era lo que lograría satisfacerla, lo que podría devolverle la felicidad o el ánimo perdido. Dejó de mirar por la ventana, se paró, tomó su cartera, las llaves del auto y decidió seguir el itinerario que le dictara su impulso. Comenzaría por la cabeza, necesitaba un nuevo corte de pelo. Seguiría con la compra de ropa, zapatos, tal vez una joya, y luego tendría una aventura.
Fue así que se topó con Mario, un adonis hedonista, que vivía para su cuerpo y de su cuerpo. No era inteligente, pero sí astuto, además de llamativo. Lo bueno para él es que era de lo más ubicado. Sabía que nadie esperaba que le develara el sentido de la vida, tenía muy claro que quien solicitaba su compañía no lo hacia para que el satisfaga sus apetitos intelectuales.
No había trabajado un solo día en su vida, siempre había logrado que lo mantuvieran. Ese era su segundo orgullo, el primero, obviamente, era su cuerpo escultural.
Mario había "terminado" una relación que había resultado muy rentable. Y por supuesto debía comenzar inmediatamente otra, así es el negocio. En los últimos días no había tenido suerte, había visto mujeres que podían dar el perfil que él necesitaba, pero que, analizando en profundidad, eran al igual que él sólo una nube de humo.
Para su suerte apareció en escena Andrea. Una mujer distinguida, muy bien vestida, madura, estaba sola. Llevaba una gran cantidad de bolsas de compra, lo que la hacía ingresar al grupo de posible prospecto. Mario puso manos a la obra, tenía que obtener más información para decidir si debía no o no comenzar el trabajo.
La siguió muy disimuladamente, tenía que ver que compraba, donde lo hacía y como pagaba, eso era fundamental. Ella era muy suspicaz, e inmediatamente se dió cuenta de la presencia de Mario. Por eso compró más de lo que tenía pensado para atraer su atención.
Finalmente ella se sentó, pidió algo para tomar, lo miró, le dirigió una sonrisa y lo invitó a sentarse a su mesa. El juego había comenzado, no había vuelta atrás. Por distintas razones, ambos se necesitaban, y tenían en común mucho más de lo que ellos hubieran creído.
Mario y Andrea se encontraron muchas veces, siempre en la casa de él. Ella tomaba esos encuentros como algo terapéutico, por lo que pagaba, y muy bien. Un día, después de una de sus "sesiones", Andrea estaba en el cuarto mientras Mario preparaba, como un buen anfitrión, algo para tomar en la cocina. En el ínterin, sonó el móvil de él que estaba sobre la mesa de luz. Ella, guiada por la curiosidad, se apuró y lo tomó. Ávida de información, miró el número, lo reconoció y quedo petrificada.
Mario se apuró a contestar, trató de ser lo más sutil posible para recuperar el aparato. Tomó su mano, la besó y quitó el teléfono de ella. Mientras contestaba, se dirigía a la otra habitación en busca de privacidad: "¿Cómo estás?… Estoy aquí extrañándote, esta tarde… Sí, estoy libre. ¿A que hora venís? Te espero".
Cuando el volvió al cuarto, ella se estaba vistiendo, lo miró y le preguntó quien era. Él le contestó que era un cliente que tenía desde hacía muchos años. Mario le contó que lo buscó a él, como una especie de terapeuta emocional. Porque estaba harto de su vida, de su trabajo, de su mujer, necesitaba algo que le diera un giro a su vida, que le aportara interés, emoción, adrenalina. Ella necesitaba saber más, saberlo todo, aunque doliera, siguió preguntando, y él contestando y contándole detalles que ella no podía ni quería creer.
Andrea hizo un descubrimiento que cambio el curso de las cosas, que modificó su vida. Descubrió que ella y su marido tenían mucho más en común de lo que jamás pensaron o imaginaron. Además de compartir una vida, propiedades, una empresa, amigos. También compartían un amante.