Atilio era un hombre de aproximadamente unos cincuenta años, alto, de complexión maciza. Vivía en las afueras del pueblo. Era extremadamente educado, simpático, siempre tenía una sonrisa y un saludo preparado para quien se cruzaba con él. Por generaciones el negocio de su familia había sido la apicultura. Y Atilio no fue la excepción a la tradición familiar. El era hijo único, en realidad tuvo una hermana mayor que murió cuando era pequeño. Sus padres habían quedado muy afectados con la muerte de su hija, por eso cuidaban a su hijo, quizás más de la cuenta. Sus padres habían muerto hacía ya varios años y el quedó sólo con el negocio en esa enorme casa. Atilio siempre tuvo una afición, un hobbie, la taxidermia. Al morir sus padres, las horas que antes les dedicaba comenzaron a ser ocupadas por su pasión. La taxidermia llenaba sus días y sobre todo sus noches. Noches en las que se sentía tan solo y desprotegido como un niño abandonado y solitario. Había dispuesto especialmente un cuarto para trabajar, con todas las comodidades que su actividad requería. Su hobbie lo apasionaba, lo maravillaba el poder jugar un poco a ser Dios, y evitar la corrupción que hace que un cuerpo se convierta en cadáver. El hecho de mantener con aparente vida ese cascarón vacío que alguna vez contuvo a un ser vivo. Al principio comenzó con piezas pequeñas. Pájaros que encontraba muertos en el campo. Un día encontró un gato muerto muy cerca de su casa, entonces pensó que estaba listo, que debía animarse con animales más grandes. El reto estaba planteado, y lo aceptó. No podía perder esa maravillosa oportunidad que el ciclo de la vida le regalaba para ser inmortalizada. Atilio podía arrepentirse de muchas cosas en la vida, pero de lo que nunca se arrepentía fue de haber aceptado ese reto. De haber reconstruído el cuerpo de ese gato gris. Ahora su gato gris, su gato gris humo. Humo, ese sería su nombre. Pasaba horas contemplando a Humo, lo contemplaba con una mezcla de admiración y embelesamiento. Lo miraba de cerca, de lejos. lo ponía en la entrada de la casa, en la ventana de su cuarto, en la terraza.. No podía creer que esa fuera su obra, su creación, su orgullo. Le parecía mentira haber plasmado en Humo, algo tan real, algo tan natural, algo con tanta vida. A Humo le siguió Cala, la perra de un vecino que había muerto de una perdigonada. La llegada de Cala le dispara una idea, la idea de su vida, que más que una idea era un proyecto que necesitaba concretar, plasmar inmediatamente. Su vida debería dar más vida, una vida que creciera y se reprodujera Atilio se dijo: "Tengo a mi gato Humo, a mi perra Cala, debo echar raíces. No puedo postergarlo más, necesito una familia. Esta casa tiene que estar completa, debe estar colmada nuevamente de vida. Voy a conseguir una esposa y con ella tendremos hijos". La idea de estar otra vez solo lo hería, le quitaba el aire. Era algo que no podía soportar más. Para él la soledad era un estado intolerable, hiriente, que solo le hacia daño. La imagen de volver a estar solo lo paralizaba, le quitaba el aire. Y así fue como se decidió a comenzar a trabajar en el proyecto de formar una familia. Hizo un estudio profundo y pormenorizado, y alguna que otra averiguación. Consiguió un contacto sumamente discreto, que en estos casos es lo que realmente sirve. Otorgó algunos dinerillos y finalmente obtuvo lo que quería. Y así fué como el encargado de la noche de la morgue del hospital de un pueblo vecino le consiguió el cuerpo de su esposa. Una mujer joven, que había muerto de un ACV, sin filiación conocida. Esa fue su primera experiencia con una mujer, en todo sentido. Atilio la embalsamó utilizando una técnica milenaria pero eficaz, quedó perfecta. La modeló a su gusto, le dió todos los atributos que soñaba. Él era su mentor, su creador y ella su musa inspiradora. Los hijos tardaron en venir, pero finalmente llegaron y colmaron a la feliz pareja de una felicidad mayor a la que tenían. También llegaron, suegros, cuñados, cuñadas, tíos, tías. Primas y primos. Ahora sí, su casa rebozaba de felicidad, de una felicidad real, como su familia. De una felicidad y plenitud como no había conocido. Cuando a raíz de una denuncia la policía encontró a Atilio y a su familia y le preguntaron por que lo había hecho, él les dijo: "estábamos solos, ahora nos hacemos compañía".