No sé muy bien como sucedió. Tal vez se debió a que hace dos fines de semana tuvimos, en el colegio donde cursé mi secundario, la reunión anual de ex alumnos. Mi mente trajo recuerdos que no sabia que tenía. Como siempre, una cosa trajo a la otra, y la otra, al tema de hoy.
Cuando estaba en el secundario, en general me llevaba materias. Muchas. Mi mamá siempre estaba en la búsqueda de alguien que, tal vez mediante algún conjuro, arte de magia o vaya a saber como, pudiera introducir ciertos conocimientos en mí duro marote.
A decir verdad, nunca fui buena alumna. Era distraída, dispersa. En realidad, donde dice "era" debería decir "soy". En aquellos días, y aun hoy, lo que me interesa me interesa, y lo que no, no existe, no lo registro. Mi cerebro lo ignora, no lo tiene en cuenta, lo repele, lo expulsa de su sustema como algo dañino. Lo peor es que yo no tengo injerencia en su decisión. Es algo ajeno a mi, no puedo evitarlo. Así ha sido siempre, es algo inmutable, un hecho inexorable de la vida, o por lo menos de la mía.
En una de esas quiméricas búsquedas desesperadas emprendidas por mi pobre progenitora, en las que pretendía encontrar a esa o ese docente magistral que obrara el milagro, fue que encontramos a Patricia, la nieta de una vecina. Según su abuela ella era un portento, una docente modelo, tenia muchísimos alumnos, y daba infinidad de materias.
Yo necesitaba con urgencia que alguien con muy buena voluntad y mucha, muchísima paciencia me explicara algunos puntos del programa de matemática, y algunos otros tantos del de contabilidad. La situación era urgente, desesperada, requería de medidas drásticas. Tenía que sacar una buena nota para no llevármelas. Aunque siendo realista, necesitaba nota para, al menos, llevármela dignamente a diciembre.
No había tiempo que perder, esa misma tarde fuimos a la casa de Patricia, averiguamos como era el sistema. El tiempo apremiaba, tenía que absorber, procesar y acomodar todo el conocimiento que pudiera en mi duro marulo. Así que sin más tramite, me quedé a tomar la clase. Ella creía que con dos horas sería suficiente para ponerme a tono. Una soñadora…
Lo que nuestra amable y diligente vecina, la señora de Cusati, omitió decir, fue que su nieta daba infinidad de materias, pero las daba todas juntas, al mismo tiempo. Así es, como lo están leyendo, no los engañan sus ojos. Patricia, una eficiente docente, diplomada en todo y titulada en nada. Mientras su mamá miraba la novela a todo volumen en el living, ella daba clases en la poco espaciosa cocina de su casa, a una innumerable cantidad de alumnos por turno.
Las materias impartidas eran: matemática, contabilidad, lengua y literatura, inglés, apoyo escolar de primaria, música. Se me escapa si daba alguna otra materia más. Tal vez, danza moderna y contemporánea. No lo sé con certeza, mis recuerdos de ese día son difusos, la confusión fue mucha.
Obviamente, de las dos horas que estuve allí, la preclara docente, no me dedicó ni cinco minutos. Como diría mi Tía Elsa: \\\"Fue debut y despedida\\\". La experiencia con Patricia no fue de las mejores, menos mal que su abuela tuvo el buen tino de no preguntar como me había ido. Por que yo no le hubiera mentido.
Es así, los arribistas, destitulados y osados, abundan en esta vida. Nos rodean, nos esperan a cada paso, agazapados, pacientes, esperando su momento adecuado. Para intentar repararlo todo, nuestra vida, electrodomésticos e intelecto. Con un conocimiento deficiente, un libro despanzurrado que les quedó del secundario, un destornillador plano, un philips y dos palitos de brochette.
Besooo.
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