La desesperación nos lleva por caminos insondables, extraños, que a veces limitan, se confunden y se funden con el ridículo. Ella estaba desesperada, un recuerdo infantil le cruzó por la cabeza. Era la receta infalible que le daba su madre para alejar las pesadillas de su mente, ella le decía: "Paula cuando tengas un mal sueño, cerrá los ojos muy fuerte y contá hasta tres. Cuando los abras todo habrá desaparecido." Era algo simple, pero efectivo. Esa receta aniquilaba sus temores infantiles. Hacía desaparecer los monstruos que había debajo de su cama y en su placard. Sacaba de su derredor a las brujas malignas que querían robarle sus sueños, y traía a las hadas buenas que la protegían. Esa fórmula mágica la había acompañado también en su vida adulta, en momentos ingratos y angustiantes. En esos momentos en los que sentía que no podía más. Siempre traía consigo a ese pensamiento salvador, ese pensamiento que te rescata en el último segundo, en ese segundo en el que estas pensando darte por vencida. Era una receta salvadora, había estado en su familia por generaciones, ¿cómo podía fallar? Esto era lo peor que le había pasado en su vida. Llovía a cantaros, los relámpagos desgarraban el negro cielo cada vez con más violencia e intensidad. El ruido era ensordecedor, eso la confundía, no la dejaba pensar con claridad. Estaba agitada, su respiración y sus latidos se aceleraban, la ahogaban a conciencia. Estaba fuera de sí, en un estado extraño. Trató de tomar nuevamente el control de esa Paula que desconocía, respiró profundo, un relámpago la cegó, y sintió un terror como nunca había sentido, Se sorprendió con un grito que le heló la sangre, un grito desgarrador, un grito ancestral primitivo, un grito que provenía de ella misma, desde sus propias entrañas, un grito que la dejó agotada, sin aire. Pero que a la vez le dio cierta tranquilidad. Volvió a entrar al auto. Le costó cerrar la puerta, sus manos estaban torpes, su cuerpo temblaba sin control, estaba empapada y aterrada. Respiró muy profundo, y se dijo: "Tenés que calmarte". Cerró los ojos muy fuerte, tan fuerte como nunca lo había hecho, ni siquiera cuando la asaltaban esas pesadillas nocturnas en la que monstruos y brujas la acechaban. Uno, dos, tres dijo: "Cuando abra los ojos todo esto habrá desaparecido". Naturalmente temía abrir los ojos, y temía que nada hubiera desaparecido, temía volver a ver lo que vió, temía que él estuviera allí, sin vida. Con el último resto de valentía que le quedaba, abrió los ojos, salió del auto… y todo estaba igual. El desastre no había desaparecido ni siquiera, con la receta infalible, esa receta que había hecho desaparecer los temores de su familia por generaciones. ¿Qué iba a hacer entonces? ¿Quién iba a creerle?¿Qué iba a decir? Naturalmente diría la verdad, no era fácil de creer, es más, ella misma no la creía. Era una locura, inverosímil. "Ese hombre salió así de la nada, en medio de la nada, y en medio de una lluvia torrencial. ¿Dónde iría él, con este clima? Yo iba despacio, con las luces encendidas, y él no me vió". No recordaba el momento en que se había producido el accidente. Solo acudían a su cabeza una sucesión de escenas confusas. Intentó una vez más repasar los hechos, pero nada, todo se tornaba confuso, la cabeza le explotaba. No sabía que hacer, ni que decir, el hombre estaba muerto, había arruinado la vida de ese pobre ser. Entonces por primera vez en su existencia fue egoísta, la asaltó esa pregunta demoledora "¿Y qué va a pasar con tu vida, Paula?". Eso la paralizó, pensó unos segundos, puso maquinalmente en marcha su auto y se fué. Sabía que no debía hacerlo, que estaba cometiendo un tremendo error, pero operó su instinto de conservación. Ese instinto primitivo que tenemos los humanos que nos hace hacer cosas estúpidas que después pagamos caro, muy caro. Paula vivía en las afueras de la ciudad, hacía ese trayecto todos los días. Ese día estaba como desconectada, o al menos conectada en otra frecuencia, en otros temas que ocupaban su cabeza y la preocupaban más que el camino. Las cosas en su trabajo iban bien, cada vez mejor, aunque no pasaba lo mismo con su pareja. La semana anterior él se había ido de viaje, pero antes de irse habían tenido una discusión de esas que hacen historia, o al menos las terminan. Hacía muchos días que no sabía nada de él, estaba preocupada, pero no quería llamarlo. Si tomaba una decisión, quería que fuera su decisión y no una decisión influenciada por una cortesía de último minuto. Todo eso daba vueltas en su cabeza antes de producirse el accidente. Cuando llegó a su casa, la lluvia había mermado, a diferencia de su desesperación y angustia. Entró su auto al garaje, lo revisó minuciosamente, no había ningún indicio del accidente. Ni marcas, ni golpes, ni sangre, ni un bollo. Nada, el auto estaba perfecto. "Pero lo atropellé y él esta muerto", se dijo. Fue al baño, tomó una ducha, y siguió pensando en esa sóla y única idea que ocupaba su cabeza y su corazón. ¿Qué hacer y cómo? No podía llamar ni contarle a nadie, comprometería a la persona que intentara ayudarla, no podía involucrar a nadie. Lo que había pasado era su culpa, debía resolverlo en soledad. Se sentía como un animal enjaulado, iba de una habitación a la otra, presa de su culpa. Nada la aliviaba, muy por el contrario, todo indicaba que debía pagar lo que había hecho. Pasó toda la noche en vela, armando un rompecabezas sin solución, no había más vueltas que darle. No había más historias que inventar, no había más argumentos que buscar, ni historia que reconstruir. Sólo había una salida, o al menos era la que ella veia como plausible. Iría a la comisaría, le contaría su versión y que ellos decidieran que hacer. Era lo más sensato. Y así lo hizo, llegó a la comisaría, y la atendió alguien que ella calificaría como: "un chico con uniforme", él le pregunto que necesitaba. Paula le contestó: - Quiero hacer una denuncia. - y antes de perder el valor continuó: - Anoche maté a un hombre en la ruta. - Tome asiento, aguarde un momento que ya la atiende el comisario. - le dijo el aspirante. Paula estaba sorprendida, "Que me siente. ¿Cómo no me esposó ni me metió en una celda? Que chico incompetente, me puedo escapar tranquilamente, y él como si nada". Ahí estaba ella, sola, tratando de purgar su condena, muerta de miedo por su futuro. A los pocos segundos apareció el comisario. Un hombre muy alto y fornido, con cara de bueno y una gran sonrisa, con unos ojos azules muy profundos y limpios. La hizo pasar a su despacho, le dijo que se sentara, la miró a los ojos y le dijo: - "Así que usted atropelló al hombre de la ruta, m´hijita. No le sorprendió el comentario, a estas alturas ya lo habrían encontrado. - Sí - dijo Paula. - Claro - prosiguió el comisario - - Llovía, usted no lo vió, él no la vió. Salió de la nada, en medio de la lluvia. ¿Recuerda algún detalle más? - No - dijo Paula - Todo está muy confuso, ni siquiera recuerdo haberlo golpeado… -¿Y su auto? - interrumpió el comisario - ¿Cómo quedó su auto? Ella lo miró, no entendía por que le preguntaba algo así tan frívolo. - ¿Que importancia puede tener como quedó mi auto? - dijo Paula. - Lo único que importa es que le quité la vida a una persona. Después de decir esas palabras ella rompió en llanto. - Cálmese señorita. - le dijo el comisario - Lo que le pregunto es importante, dígame, ¿cómo quedó su auto? - El auto no muestra señales del accidente. - Está bien - le dijo el comisario - y es lógico, por que tampoco hay cuerpo. Ella lo miró muy seria. - No entiendo - le dijo. - Si, lo sé. - dijo el comisario - Es normal que no lo entienda. Verá, hace como 40 años, en ese mismo lugar fue atropellado un hombre. Era una noche de tormenta, igual que la de anoche. El hombre iba a un campo vecino a buscar un animal que se le había perdido. El conductor no lo vió venir, ni siquiera paró para ayudarlo, se dió a la fuga. Las noches de tormenta, el ánima del hombre atropellado, vuelve a aparecerse a los conductores que van distraídos, o conducen demasiado rápido y estos lo atropellan. Les ha pasado a casi todos por aquí, hasta a mi mismo, me ha pasado. ¿Entiende m´hijita? , es el anima de ese pobre hombre que vuelve para darnos una lección…