Hacía mucho tiempo que habían dejado de verse, algo más de tres años. La relación no había funcionado. Ninguno de los dos sabía muy bien por que. Son esas cosas que pasan, en las que no hay una razón específica, sino pequeñas razones que forman un todo. Un cúmulo de pequeñas cosas, falta de entendimiento, de comunicación, de química, ausencia de chispa. Todas ellas, constituyen un nutrido universo, que hace difícil la vida en común. Desgastando la relación, haciendo que se torne de algo maravilloso en algo insufrible, irritante. Un día Ricardo sintió la necesidad de ir a buscar a Carla a su trabajo. Ella se sorprendió cuando lo vio esperándola a la salida. Por un segundo sintió nuevamente esa emoción que hacía que le revolotearan mariposas en el estómago. Al segundo siguiente la emoción fue desplazada por los cuestionamientos, las elucubraciones, y las preguntas sin sentido. Carla se preguntaba "¿Qué estará haciendo él acá? ¿Qué será lo que quiere? ¿Vendrá a pedirme o a contarme algo? ¿Qué le digo si viene a contarme que se casa? ¿Felicidades? No sé si voy a poder mentirle, se me va a notar. Aunque tal vez venga a invitarme para ir a algún lado. O simplemente tenga ganas de verme, pero ¿por qué ahora? ¿Por qué justamente hoy?". Su cabeza era un mundo, en esas dos veredas que caminó hasta saludarlo se le cruzaron miles de pensamientos, que recorrían su cerebro a la velocidad de la luz. "Está bien", se dijo Carla, "no voy a seguir pensando, por que se va a dar cuenta que estoy pensando en por que vino, y va a pensar que me importa mucho. Y no puedo darle esa impresión por que no sé a que vino…" Inmediatamente después del fraternal beso en la mejilla, vinieron los saludos protocolares. Comenzó Ricardo con un: "Hola, ¿cómo estás?" "Muy bien", le contestó Carla, "¿y vos?". "Muy bien también", le contesto él. Carla no pudo más con su genio, y le dijo: "Que raro verte por acá, ¿estabas por la zona?". Él, que conocía su espíritu indagatorio, le contesto: "No". Pero ella no le dijo nada más, sólo sonrió. Lo que obligó a Ricardo a preguntarle: "¿No querés saber por que vine?" Ella se moría de ganas de saberlo, pero lo conocía demasiado como para entrar en su juego. Quería demostrarle que era una mujer diferente, que había madurado, que era refractaria a ciertas cosas. No tenía ganas de entrar en su concurso de preguntas y respuestas. Sólo quería una respuesta, la respuesta. Si él se la daba, bien, y sino se quedaría con la duda. O su imaginación la daría una respuesta que fuera plausible. "Está bien", le dijo él como si hablara con su sobrina de seis años, "Si no te interesa, entonces no te lo digo". Ella lo miró fijamente y no contestó, se quedó muda, con una sonrisa irónica que le sellaba los labios. "La verdad", le dijo Ricardo, "vine por que tenía ganas de verte. Estás hermosa, distinta, pero muy bella". "Vos también estás muy guapo, me alegré mucho cuando te ví. Me hizo muy bien que vinieras, tuviste una gran idea. ¿Lo celebramos?" "Por supuesto" dijo Ricardo, "Esto merece una celebración. Este día tiene que constituir para nosotros un hito, un hecho inolvidable". Carla pensó: "Si aceptó ir a celebrar es por que no está con nadie, es una buena señal. Tal vez podamos recomponer nuestra relación, nunca pude superar nuestra ruptura, y parece que él tampoco. O, al menos, no formó otra pareja, a menos que la tenga y me lo quiera comunicar celebrando… Tal vez me quiera pedir permiso para terminar definitivamente lo nuestro". Siempre sus pensamientos la torturaban, se adelantaban a ella, y la hacían sufrir. La llevaban por lugares en los que Carla no quería estar, ni recorrer, ni siquiera saber de ellos. Pero esta vez iba a ser diferente, esta vez ellos no iban a tomar el control. Esta vez no iban a volver a arruinar su relación con Ricardo. Así que mientras iban camino a su celebración, ella se dijo: "Todos ustedes fuera, déjenme en paz, estoy siendo feliz". "¿Donde tenés ganas de ir?", le dijo Ricardo. Carla le contestó: "Ya que me sorprendiste viniéndome a buscar, quiero que esta sea una noche de sorpresas. Sorpréndeme nuevamente". Y sí que la sorprendió, fueron a ese lugar chiquito donde iban siempre, ese que era "su lugar". Eso la emocionó y si todavía le quedaba alguna duda, las despejó. Después fueron a la casa de ella, hablaron, y hablaron, se contaron que había sido de sus vidas el tiempo que habían estado separados. Todo era como al principio, se habían olvidado los malos momentos, el desgaste, los desencuentros. El tiempo había suavizado y mejorado todo lo que sentía el uno por el otro. No se dieron cuenta que el tiempo había transcurrido hasta que un rayo de sol que se colaba por la ventana del living iluminó sus caras. Ricardo miró el reloj, y dijo: "¡Mirá que hora es! Tengo que irme, pero nos hablamos ¿dale?". Carla bajó a abrirle y se despidieron con un largo beso. Al día siguiente Carla lo llamó varias veces al móvil, a ese número que había marcado tantas y tantas veces, y guardaba celosamente en su memoria. "Pero este hombre cambió el número de celular y no me lo dijo, o ¿lo habrá hecho a propósito? Ya están ustedes ahí de nuevo, ¿Quién los llamó?", les dijo a sus pensamientos. "Lo voy a llamar a su casa", se dijo. Marcó el número y se sorprendió con un "Hola" que provenía de una mujer. Quedó desconcertada y cortó inmediatamente. "Habré marcado mal", pensó, entonces volvió a marcar. Y de nuevo, atendió la misma mujer, así que tomó valor y le dijo: "Hola, soy Carla. ¿Está Ricardo". "¿Ricardo?" le dijo la mujer. Carla pensando que la mujer era una empleada le respondió: "Ricardo, el dueño del departamento". "Ah, si, el dueño. No, mire señorita, yo le alquilo a la mamá de Ricardo. Él murió hace como dos años, le doy el número de la mamá así ella le cuenta mejor, ¿tiene para anotar?…