Dicen que aquellas personas que tienen una muerte súbita en algunos casos no se dan cuenta de que están muertas. Dicen que esas almas que no encuentran inmediatamente el camino hacia su destino final vagan por este mundo. Tratando de encontrar su destino o de resolver alguna cuestión que les quedó pendiente. Dicen que esas almas a veces logran traspasar ese fino límite que los separa de la vida, y se presentan en nuestras vidas.
Hacia más de un año que Ricardo no veía, ni sabia nada de la vida de Carla. No había habido una finalización de la relación. Ninguno de los dos tomó la iniciativa para poner un punto final a su historia. Los dos, tácitamente de común acuerdo, solo se atrevieron a ponerle puntos suspensivos.
Esta relación suspendida y en suspenso alteraba a Ricardo. No toleraba esta indefinición. Tenía claro que no quería ser quien indujera a poner el emotivo, irreversible y antipático, cartelito de "el Final". Pero tampoco podía seguir así, sin saber cual era su estado, sin saber cual era el estado de Carla. Si ella estaba sola, o acompañada, o si él iba a poder estar solo o acompañado.
Ese día estaba decidido, no podía seguir así, estancado en algo que no sabía si aún existía. Tomó el teléfono y marcó el numero del trabajo de Carla, escuchó su voz, y cortó. "Esta tarde te voy a buscar", dijo, mientras colgaba el auricular.
Y así lo hizo. Estaba muy nervioso. No quería terminar con ella, pero no sabía si ella ya había terminado con él. Mil cosas se le cruzaban por la cabeza, argumentos positivos, que confrontaban con los negativos, que los hacían pedazos. Tal vez ya esté viviendo con alguien, o casada. Por algo no me llamó en todo este tiempo. Me parece que no debería ir, tendría que haberla llamado por teléfono primero.
Aunque siempre, a ultimo minuto, cuando pensaba en volver sobre sus pasos, aparecía. Esa constante que hacia que todavía tuviera una pequeña esperanza, que rearmaba la cuestión y le daba impulso, que le insuflaba ese valor para seguir adelante. Esa incertidumbre, esa duda, ese "no saber" que te dá ánimo.
"Como sea, ya estoy aquí, en viaje, no puedo volverme atrás. Tampoco lo quiero, ¿por que lo querría? Será lo que tenga que ser, lo importante es que será algo. Para bien o para mal. Estaremos juntos como pareja el resto de nuestras vidas. O seremos amigos el resto de nuestras vidas. Si está con alguien, voy a respetarlo."
"Carla es una persona increíble, valiosa, agradable, con un sentido del humor a prueba de todo. Entonces, ¿cómo pude ser tan estúpido para dejarla ir? ¿Y ella por qué me dejó ir? Quizás porque ya no me quería, quizás por eso dejó que me alejara, quizás…"
"No hay respuestas ciertas", pensó, "hasta que no hable con ella todas son conjeturas. Que tráfico. Cuanto tarda este tipo, es medio tronco para manejar. En fin, paciencia, voy a relajarme para que Carla me vea bien, distendido."
El viaje fue eterno, o al menos eso le pareció. Los pensamientos se sucedían con una velocidad impensada. Y el iba perdido en sus pensamientos, en sus teorías sin base, en sus preguntas sin respuestas. Iba distraído, pensaba en ella, en como y porque había sucedido lo que había sucedido. En como revertir o subsanar, o hacer lo que fuera necesario, para que ella volviera a ser parte de su vida.
Ricardo nunca llegó a ver a Carla, eso le quedó pendiente. Entre ellos se interpuso un colectivo que, por la mala maniobra de una moto, chocó contra el taxi en el que viajaba. Murió instantáneamente.
Dos años después, Ricardo logó traspasar ese límite entre la vida y la muerte. Y volvió para definir eso que le había quedado. Esa tarde, él fue a buscar a Carla a la salida de su trabajo. La vio como nunca, la notó distinta pero bellísima. Ella estaba sorprendida de verlo, pero no desagradada por la visita, se querían mucho.
Esa noche fue una celebración, una celebración propuesta por ella y secundada por él. Ella pidió que la sorprendiera y Ricardo no dejó de sorprenderla. Recorrieron esos sitios a los que iban cuando eran felices, esos sitios que les eran propios. En un momento, él sintió que debía ser valiente, que debía preguntar que había sido de su vida en estos tres años. Ella le dijo que había trabajado mucho, que siempre se había preguntado que había pasado con ellos.
Muchas veces, le dijo Carla, intenté hablar con vos, llamarte para saber que nos estaba pasando, que nos pasaba, por que esa silenciosa pausa. Pero no me animé, no podía. Me daba miedo de terminar lo que teníamos, o en realidad, lo que no teníamos. Aunque también me daba miedo de seguir, y que tomáramos por costumbre esas pausas antinaturales.
Y entonces, como al descuido, como quien no quiere la cosa, Carla deslizó que estaba viendo a otra persona, que se estaban conociendo. Era algo muy reciente, él le hacia mucho bien. Entonces ella lo miró muy fijamente a los ojos, y le dijo: "Si vos querés volver podemos hacer el intento…"
Cuanto le hubiera gustado escuchar esa frase antes de hoy, antes de que pasara todo lo que pasó. Pero no, la escuchó justo en ese momento, justo cuando era tarde, muy tarde. Por alguna razón que ignoramos los mortales, en ese momento Ricardo entendió todo. Supo lo que le había pasado, supo que esa era su última noche en la Tierra, supo que debía liberar a Carla de la relación. Él ya no podía ofrecerle nada.
Y también supo como decírselo a ella: "Seamos amigos", le dijo, "después de todo este tiempo no puedo más que pedirte eso. El amor no tiene garantía, ni seguro. Pero un amigo es para siempre ¿no? No me gustaría volver a perderte, y retomar la relación en este momento, seguro implicaría eso. Sos una persona muy importante para mí."
Hablaron, hablaron, perdieron la noción del tiempo, que recuperaron cuando los rayos del sol se colaron por la ventana del living. Ricardo miró la hora, y supo que debía irse. Ella lo acompañó y lo despidió con un amoroso beso en la mejilla.
Al otro día Carla llamó a su amigo y se enteró de lo que le había pasado, y de lo que había pasado. El volvió en cuerpo y alma por ella, para sacar esos odiosos puntos suspensivos y ponerle un dulce final a esa relación.