Miro tus ojos
yertos y pusilánimes,
ásperos y naturalmente tramposos.
Con una etiqueta en las pupilas,
con una garantía en tus caderas bamboleantes
en tus senos de otro cuerpo.
Como si hubieses crecido en desorden
burlando al tiempo;
tan joven y tan lastimada
por tu propia inquietud.
Tus ojos no mienten,
han visto la mitad y sobreviven,
ocultando su conciencia
entre sábanas sucias y cuerpos desconocidos
fríos, repletos de voces, tarifas y ofertas.
Ya ni la sátira de gato siamés
ni la ironía de pagar cash
disimulan el protuberante hueco
que nos separa.
El juego ha terminado.
No me duele el esperma condensado
me estorban esos ojos,
esa mirada de humanidad
en el recinto de los cuerpos gozosos.
Este no es un poema de amor
tampoco una súplica ni una pena.
Qué asco, repudio a los románticos,
a los sensibleros y a los trovadores
de historias ajenas y efectistas.
Violadores de lo innombrable
vigilantes de lo perverso.
No. Simplemente un guiño, en la hora equivocada,
de niña sentimental
en cuerpo y alma de serpiente venenosa;
miro tus ojos
yertos y...
El paisaje será el mismo
después de unos días,
nada cambia,
la transacción es eterna como la saliva
de los dioses.
Acostumbrarse o morir.
Morir.