Lo consultó con varias personas no muy allegadas, aunque para evitar burlas y susceptibilidades, recurrió al útil pero trillado: "Esto que voy a contarte le esta pasando a una amiga". Pero a ninguna persona le había pasado algo ni siquiera parecido a lo que le pasaba a "la amiga" de Cecilia.
Hacía años que ella soñaba con algo, algo que se repetía con frecuencia. Algo que ella no sabía explicar muy bien que era, pero intentaba con ahínco explicárselo a si misma explicándoselo a los demás. Y, sobre todo, se esmeraba en ser lo más clara posible para tratar de que todos entendieran, y en especial ella, que era la propia interesada.
El sueño en cuestión era un mini sueño que estaba dentro de su sueño principal. Esta suerte de sueño accesorio al que podríamos denominar como capitulo, apéndice, fragmento o pequeña escena, era como un detalle que no tenía que ver con nada. Aparecía así, de repente, de la nada, transcurría esporádica e instantáneamente, y se iba.
Dejando secuelas, huellas profundas que hacían mella en Cecilia. Se abría esa puerta donde habitan la curiosidad y la intriga, que trabajaban juntas dando vueltas y vueltas el asunto en su cabeza. Haciendo que ella preguntara a que se debía ese misterioso episodio, por que se generaba.
Cecilia ignoraba la razón por la cual siempre aparecía ese intrigante fragmento en su sueño. Y lo peor era que no daba mayores detalles, todo era muy rápido, como si fuera un mensaje dado a grandes rasgos. Ella bailaba con un hombre que le parecía muy atractivo, una melodía irreconocible, en un lugar que le era extraño.
Llevaba un vestido celeste fuerte, casi turquesa, color que detestaba. Luego de notar el detalle del color insufrible de su vestido, había una mirada profunda que terminaba en un inevitable beso. Bueno, eso suponía ella, por que cuando ambos estaban lo suficientemente cerca, todo iba a un fade out, negro total, el despertar y la inquietante curiosidad.
No recordaba cuando había sido la primera vez, pero hacía varios años, tal vez quizás más o menos diez. En los últimos meses se había producido con más frecuencia de la habitual. En el sueño todo era inmutable, la cara de su compañero de baile, que no se parecía a nadie que ella conocía, siempre fue la misma.
Tampoco cambió la duración, ni el orden que siempre era promediando el "sueño principal". Cecilia siempre esperaba que hubiera una segunda parte de su escueto y misterioso sueño. Esperando con ansias pero en vano tal vez una secuela, o una precuela, pero nada.
Cecilia desconocía si esa especie de producción independiente dentro de su sueño, era un mensaje, un recuerdo del pasado o una escena del futuro que su mente le mostraba en una dosis homeopática.
Ansiosa por saber de que se trataba recurrió al oráculo, al depósito del saber. En un acto de sed informativa lo busco en Internet. Pero la red de redes no contenía nada que se pareciera a lo que ella le pasaba. Su sueño anexado no encuadraba en ninguno de los allí descriptos.
También lo consultó con su terapeuta, tratando de buscar una explicación científica a ese misterio reiterado. Pero la explicación que su psicólogo le dió no la convenció. El apeló a la vieja batalla que mantiene eternamente el consciente y el inconsciente, a los deseos, las fantasías y el no animarse a hacer lo que se quiere hacer. Un diagnóstico por demás conocido, pero inaceptable.
La aparición de su suplemento onírico se hacía más y más frecuente con el transcurso de los días. Eso la distraía, la obsesionaba, la aislaba del mundo. Hasta se olvidó de saludar a su mejor amiga en el día de su cumpleaños. Lo recordó cuando su amiga la llamó para invitarla a su fiesta.
"Perdoname Luz", le dijo, "pero últimamente no paro, soy un total desastre. Estoy tapada de trabajo, y no sé ni como me llamo".
"Bueno, no importa", le dijo Luz, "El sábado vas a venir a mi fiesta y te vas a relajar, a divertir, a pasarla genial, y a disfrazar. Y vas a venir sin excusas, me lo debés porque te olvidaste de saludarme. ¿No es cierto Ceci? Dame el sí, así corto y te dejo seguir trabajando…"
"Si", le dijo Cecilia, sin pensar y mucho menos sin darse cuenta de lo que estaba diciendo.
"Muy bien, te espero", le dijo Luz. "Te mando un mail con la dirección y la hora".
Cuando cortó, Cecilia se dio cuenta. "No puedo ir a una fiesta de disfraz. ¿De que me puedo disfrazar? Veamos opciones para evitar el ridículo: de recién vacunada, de recién asustada, de mi misma, de mujer a la que no se le ocurrió un disfraz, de desorientada. Mejor busco una excusa, si, eso va a ser lo mejor".
El sábado por la mañana Cecilia recibió un mail que no la sorprendió, pero la hizo reír. Era de Luz: "Como te conozco, mucho, tal vez demasiado, se que usaste tu tiempo para inventar una excusa de lo más creativa, en lugar de para buscar un disfraz. Así que alquilé uno que te va a quedar genial. Te espero en casa, así te cambiás y nos vamos juntas. Besos, Luz"
Cuando Cecilia llegó a casa de la cumpleañera, un amigo de Luz que ella no conocía bajó a abrirle la puerta. Cuando lo vió su corazón dio un vuelco. El la miró fijamente, por unos segundos los dos permanecieron mirándose, sin poder emitir palabra. Hasta que por fin él rompió el silencio.
"Te parecerá una técnica de conquista obvia y poco imaginativa, pero sos la mujer de mis sueños…". "No", le contestó Cecilia sonriendo, "Para nada, también podría calificarte como al hombre de mis sueños". No necesitaron más explicaciones, ni comentar sobre el particular. Solo se miraron profundamente a los ojos, mostrándose y demostrándose el uno al otro que habían encontrado a su alma gemela. Bailaron toda la noche, ella luciendo un vestido color turquesa que adoró desde el mismo momento en que su amiga se lo mostró.
Y a diferencia de lo que pasaba en el "apéndice onírico que ambos tenían", no hubo interrupciones. Ellos siguieron besándose, amándose y siendo felices por siempre jamás