A veces, pequeñas situaciones nos disparan sentimientos, sensaciones que nos resultan molestas, incómodas. Son cuestiones que guardamos celosamente en rincones recónditos de nuestro ser. Esos rincones a los que no se accede fácilmente, porque es el lugar que abarrotamos de cosas inútiles para que su entrada sea infranqueable y nuestra permanencia resulte imposible.
Y eso fué lo que le pasó a Javier. Una situación pequeña, casi sin importancia, que disparó en él sentimientos que lo llevaron a una evaluación sistemática y profunda de su vida. Entonces pensó cuando había sido la última vez que había hecho algo por alguien. Su memoria no lo ayudaba, no recordaba nada.
Fue entonces cuando replanteó la pregunta, y la formuló nuevamente con algunos cambios ¿Cuándo hizo algo por alguien, desinteresadamente, porque sí? Y tampoco lo recordó. "Tengo una pésima memoria, algo debo haber hecho, debo haber tenido alguna actitud generosa. Lo que pasa es que no lo considero."
"Tal vez, si llevara un cuaderno de buenas acciones, y anotara allí todo el bien que hice, podría consultarlo y recordarlo. Pero la verdad es que nunca imaginé hacerme este planteo, y mucho menos encontrar una respuesta, y aún peor, sentirme mal por no recordar nada."
Esa reflexión pacificó un poco su conciencia, se sintió autoexculpado, autoredimido. Todo se debía a su falta de memoria, el era un ser generoso, solidario, atento con todos aquellos que lo rodeaban. La cuestión era que no recordaba sus buenas acciones.
La explicación era de lo más sencilla, su mala memoria se combinaba y potenciaba con su desinterés por recordar y recopilar en un digesto, todas sus buenas acciones. ¿De qué sirve? Si se hizo se hizo, eso es lo que importa. Entonces ¿para qué recordarlo? Eso sale sobrando.
Lo extraño, y lo que más le molestaba, era que podía recordar algunas cosas, detalles si se quiere "no del todo buenos o amables". Actitudes no del todo deseadas, que había tenido con sus compañeros de trabajo. Y haciendo memoria también había recordado "algo similar" respecto de sus novias de turno, y su familia.
"Puede decirse que soy una persona con una gran autocrítica", se dijo Javier. "Recuerdo cosas no del todo buenas y no las buenas." Ese enunciado lo dejó tranquilo, satisfecho consigo mismo, ufano por tener tan bella cualidad de saber analizarse y ver sólo lo que tenía que corregir.
Entonces ¿Por qué se seguía sintiendo tan mal? Porque ese lugar en él guardado celosamente estaba saliendo a la superficie. Y reclamaba ser revisado, porque esa voz interior le señalaba que no era algo bueno que sólo recordara lo malo.
"El recordar lo malo implica que no hay bueno", se dijo. "¿Y si no hubiera nada bueno en realidad? ¿Cómo puede ser que no haya hecho nada bueno en mi vida? No, es inaceptable… imposible, me resisto a creerlo." Entonces apareció su conciencia, ese objetor mudo que tenemos dentro, que muy pocas veces escuchamos y al que mucho menos le hacemos caso.
El y su conciencia luciendo un impecable e inmaculado traje blanco, para no ser confundida con el entorno, se trabaron en un diálogo. Diálogo que tuvo sus altas y sus bajas, que pareció de locos, sin sentido, circular y estancado. Una conversación que tuvo sus altas y sus bajas, que puso blanco sobre negro, que sacó las cuestiones de sus escondites, les sacudió el polvo y las puso en primer plano para que por fin sean vistas y evaluadas.
Ese diálogo que empezó de una manera poco original pero efectiva, con un: "¿Por qué te parece inaceptable y te resistís a creer?" Y siguió con un segundo porque, pero esta vez caló más profundo y fue por más, buscó ese lugar muy recóndito. Y abrió de par en par, con mucha dificultad esa puerta que estaba casi sellada.
Estaba ahí de pie, con la cabeza en alto, desafiante, en ese lugar vedado. Ese lugar que no debía ser tocado, porque de serlo produciría un dolor enorme e intolerable. Eso a ella nada le importó, fue allí de manera directa, certera, demoledora. Haciendo las pregunta que debía hacerse, y esperando la respuesta que debía darse.
"¿Por qué te engañás Javier? Estas hablando conmigo, no podés engañarme y mucho menos engañarte. Vos conoées mejor que nadie las respuestas. ¿No es así?"
Javier no sabia que contestar, el embate había sido duro, irresistible. No podía haber una salida neutra, estoica, ella iba a todo o nada. Uno de los dos debía ser el vencedor, el otro sería el derrotado, y lo peor es que debía reconocer esa derrota.
"Y, sí" le dijo ella con una irónica sonrisa mirando sus largas uñas rojo fuego, "no es fácil. Solo los grandes pueden reconocer una derrota, vivir con ella y superarla. Los demás sólo quedan en el intento, son los grandes olvidados, los seres que nadie recuerda."
Eso lo hizo enfurecer, la realidad de su vida estaba ante sus ojos. Y había sido traída especialmente por su conciencia, desde lugares exóticos y recónditos de su ser. No tenía muchas opciones, lo tomaba o lo dejaba.
El tomarlo era lo menos sencillo, implicaba reconocer y asumir lo hecho, hacerse cargo de las acciones e intentar enmendarlas o enmendarse. El dejarlo era lo más tentador, lo más simple. La ignorancia borra todo, la mala memoria es un aliado invalorable. Después de todo ¿Quién iba a saberlo? Solo él… y ella, sobre todo ella.
Eso le importaba, lo inquietaba, lo incomodaba. Sus sensaciones y sentimientos eran transparentes, inocultables ante ella. Ella que se había constituído en un instante en juez y parte. Ella que como un verdugo lo obligaba a caminar por lugares que él no estaba dispuesto a recorrer. Ella que con un sólo gesto y dos preguntas tiró abajo su sólido enunciado que le daba la redención, y danzó sobre los escombros.
"Vamos Javier, dame un sí o un no y te dejo en paz. ¿Cuál va a ser tu elección? ¿Cómo va a ser tu vida en el futuro? Tenés que decidirlo ahora mismo, yo también estoy siendo juzgada y no lo merezco. Hay quienes piensan que estoy ausente en vos. Necesito que respondas, porque de eso también depende mi redención o mi condena."
Esas palabras calaron muy hondo, llegaron allí a lo más profundo, a lo que estaba celosamente guardado y olvidado. Javier dejó caer su coraza protectora, quedó con el corazón y los sentimientos expuestos. No había donde refugiarse, ni donde esconderse, ni con que cubrirse para no ser visto. Todo estaba allí, expuesto, eso era él.
No podía negarlo, debía asumirlo, hacerse cargo de lo que había hecho. Debía tomar todo aquello que no le gustaba, que escondía para olvidar, colocarlo dentro en un lugar visible, procesarlo, para tratar de no volver a ser lo que era. "Está bien.", le dijo con estoicismo y una valiente convicción, "Asumo mi derrota, voy a cambiar."
"Muy bien, Javier", le susurró su conciencia con una sonrisa de dulce y victoriosa satisfacción, "hiciste una muy buena elección."