El viernes me dirigía debajo de ese sol rajante, a una hora un tanto desapacible. Pense que eso podía desalentar a personas que pudieran precederme. Allí iba yo o mejor dicho, nosotros, porque iba con mi consorte que oficiaba de sostén moral. Esquivando gente malhumorada y acalorada. No sé que era consecuencia de que, si el mal humor se debía al calor, el calor al mal humor, o si tal vez todo se debía a un resabio de los pasados festejos. La cuestión es que allí estábamos nosotros, encaminándonos con paso firme y férrea decisión, voluntad y determinación. A finalizar el trámite que me había quedado inconcluso.
Todo ello gracias a la estrechísima visión y, peor voluntad de un burocrático empleado de la AFIP. O DGI como la llamo yo "cariñosamente". En realidad, para ser sincera, delante de la sigla DGI agrego un "los" y un calificativo que, no voy a hacer constar aquí. Primero porque me incrimina y puede ser usado en mi contra, y segundo por que no queda bien.
Caminabamos entre la muchedumbre, yo perdida en mis pensamientos. Pasando y repasando atentamente mi repertorio, buscando denodadamente algún o algunos insultos y/o improperios, que sonaran hirientes pero elegantes. Para espetarle a ese burócrata en medio del rostro y con mucho estilo, en caso, claro está, de ser rebotada nuevamente.
De repente escuché, mejor dicho las escuché. Palabras atractivas que fuera de contexto sonaban de lo más interesantes. Eran palabras que me provocaron, eran "las palabras". Decían todo y no decían nada. Por lo que, sin solución de continuidad, retorné inmediatamente a este mundo y sintonicé mi atención en su dirección.
Quien las enunciaba y proclamaba era un chico de unos 20 años con lentes oscuros, que hablaba en un tono no muy privado, por celular, declarando: "Yo de mi vida privada no hablo con cualquiera", lo dijo dos veces, enfatizando lo de "vida privada".
Inmediatamente mi atención se puso a trabajar codo a codo conmigo, tratando de desentrañar la entrañada trama. Tratando de saber que pasaba en su vida privada, y porque no hablaba de ella con cualquiera. Who´s that boy? ¿Quién era ese enigmático chico que caminaba por las calles atestadas bajo el rajante sol del Barrio de Once?
Sería una estrella o mega estrella de la pantalla chica, de la grande, tal vez un deportista, un top model… Quizás una de esas efímeras estrellitas instantáneas, que desaparecen igual o más fácil de lo que aparecieron. Lo desconocía, pero la curiosidad me carcomía, tenia que saber, no, debía saber.
Entonces decidí inmiscuirme en su "vida privada" escuchando su interesante y desprivatizada conversación, o monólogo. Por que en realidad sólo hablaba él, y aunque hubiera hablado el otro, yo no lo escuchaba, así que lo mismo daba. A medida que "su monólogo" se sucedía mi desilusión aumentaba en relación inversamente proporcional a mi interés.
Resulta que todo había sido una sucesión de chimentos mal llevados. Una suerte de teléfono descompuesto, seguidos por dimes y diretes mal contados, y peor entendidos que involucraban a una señorita. Cuya existencia podría conocerse por unos pero no por otros. Nada del otro mundo, ni aún mal mirado.
En fin, eso me hizo arribar a una conclusión:"los anteojos oscuros, el sol del medio día, el calor, las veredas atestadas y el "plan números amigos" o como se llame cuando se llama gratis, son una combinación letal. Y contribuyen a que el los seres humanos profieran palabras que engañan".
Besooo.
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