El Gran Hotel Nacional

Allí estaban mis ojos inquietos en la noche: se alternaban las manchas negras de las puertas y los pedazos de muro gris salpicado, las palmas y el rugido de la costa cercana. El Malecón, recién lavado por la lluvia, dejaba paso al último paseante que se renovaba siempre. Un hombre silbando, una mujer veloz, un policía de andar aburrido. Al fondo, cortado por los hilos telefónicos, El Gran Hotel Nacional, alto y cuadrado, con mil roturas de luz, con hombres y mujeres dentro, comiendo, amando, disputando. Toda la torpeza humana, todas las pasiones libres en el interior de las alcobas. Hombres y mujeres. Mujeres y hombres. Hombres y hombres. Mujeres y mujeres. Vestidos, semidesnudos, desnudos, amontonados en el edificio. Unos sobre otros, al costado de otros, abajo de otros. Trenzados sudorosamente encima de las camas. O bostezando frente al televisor con los cuerpos acomodados sobre mullidas butacas de cuero. Habitaciones donde la espera sufriente y desvelada iba a estirarse hasta el alba. Cuartos donde El se apodero impaciente de las ropas de Ella, y yo no pude impedirlo. Aquel portero, pedazo de gorila, me echo a la calle, rompiéndome la boca de un puñetazo: "Tu no eres extranjero"- gritaba- "Tu culo de la puerta pa'fuera!". Solo me queda mirar de lejos esas suites donde la bestia humana se toma revancha de las forzosas hipocresías de la jornada. Mi boca y mi corazón rotos frente a todo el Confort, toda la Civilización.