Altos y efímeros, los mortales, labran
el amargo sendero de la suerte. Cicatrices
en la tierra. Alzan ciudades como lápidas, pulcramente
tejidas, (destinadas a orfandad sus calaveras
de cemento). El diurno trajín, los vuelve
orgullosos. Los mortales transitan sus almas
hechizadas lejos de los lobos y los tigres. No
los tocan las nubes, ni asfixian
los desierto; los mortales navegan
el desasosiego, el devenir constante y
sumergido que los hermana
en un dolor tan exiguo como cada uno
de sus cuerpos