Hoy la desigualdad social y económica está creciendo a un nivel que no se conocía desde la Edad Media. Los ricos y los super-ricos se han comido la mayor parte del pastel económico.
La política fiscal como herramienta para redistribuir la riqueza ha privilegiado a los ricos en detrimento de los pobres.
En 1960 había en el mundo 1 rico por cada 50 pobres; hoy la proporción es de 1 a 150.
El economista holandés Jan Pen nos lo ilustra con un ejemplo:
"Imaginemos un desfile nacional donde la población se ordena por altura según sus ingresos económicos. Aquellos con ingresos medios, miden 1,70 metros, mientras que los que no llegan a un metro están representados por la línea del umbral de la pobreza. Mientras la gente desfila, los niveles aumentan. Al final, cuando llegamos al 1% de la población notamos un extraordinario salto en la altura. En el futbol, los directivos como sir Alex Ferguson que gana 6 millones de euros, miden 300 metros, relativamente enano si lo comparamos con David Beckham que alcanza una altura de 3 kilómetros. El desfile termina con los gigantes como Bill Gates, Paul Allen, Stepehn Schwarzmen… que miden varios kilómetros".
Cuando millones de seres humanos sufren pobreza, desigualdad y enfermedades, los ciudadanos más ricos no podemos estar seguros de nuestra inocencia moral. Es nuestra responsabilidad obrar para un cambio, es nuestra responsabilidad no quedarnos pasivos ante las injusticias sociales, porque nosotros tenemos los recursos para hacerlo, porque nosotros no estamos estigmatizados socialmente con las etiquetas de pobres, inmigrantes, ignorantes, etc. Pero como sujeto colectivo parecemos incapaces de rebelarnos contra la realidad que se nos impone. Y en este punto es fundamental pensar el papel de los medios y la publicidad como instrumento normalizador y homogeneizante del poder. Como un poder de policía psicológico.
Ante tanta desigualdad, no hay neutralidad posible. O se está en el campo de los indignos o de los indignados.
Tanta desigualdad está basada en la administración de mucha violencia y de un silencio aterrador de quienes tendrían la obligación de gritar ¡basta ya!
Las desigualdades sociales no responden a causas biológicas o genéticas, sino a una mala distribución de la riqueza, por lo que reducir las desigualdades es un imperativo ético. La injusticia social mata a personas a gran escala. (OMS)
Lo malo no son las fechorías de los malvados, sino el silencio de las mayorías (M. Luter King )
Por silvio