Tengo recuerdos tristes para hacer versos, y
no quiero que la pena derrote
a la esperanza cuando escribo.
Ni el flagelante ruido de los tanques adversos,
Me apague la voz de la memoria y el olvido.
La muerte anduvo por las bibliotecas ardiendo,
pupitres llorando ausencias y escritorios mancos.
El canto se frustró en los oídos
cuando la palabra se partió en silabas.
La ilusión se hizo quimera y del amor
uniformado nació el hijo dócil.
Salvaje cría de dinosaurio, de marrón-gris pelaje.
Recuerdo que la cultura se fue de viaje obligado,
sin boleto, ausente sin aviso.
La pluma tachó negras listas de olvido,
vestidas de luto anticipado.
Se apagó la opinión en las lenguas
Acalambradas del voltaje.
Las casas se hicieron refugio y cercadas
Mas cercadas que los jardines de un botánico.
La tiranía se disfrazó de golpe, y
con etiqueta de gala asistió al banquete
de la Logia cómplice de los poderosos.
Se armó el circo romano para la plebe,
en estreno de reluciente pasto blasfemado:
¡ Once y once en cada lado ¡
Blanco, celeste y naranja. Parecía ecuánime batalla.
En un desierto país como sede,
se estampó en color el Derechos y Humanos.
Bajo el asfalto se apago el silbido de los sin canto, y
el ala de la libertad se fracturó contra los muros,
cuando el ave voló al cielo, la muerte le disparó.
¡ Once y Once en el escenario ¡
Treinta mil a los vestuarios y otros tantos,
a la frontera del tormento y el calvario.
El Purgatorio del Dante se pintó anticipado,
en los claustros tapiados y sordos.
Del celeste de la bandera a la cruz del cielo. Y del blanco...
¡ Quien sabe que fue del blanco ¡
No alcanzó el Diluvio para lavar el rojo, y
los adoquines se lavaron con lagrima de angustiado.
¡ Tengo recuerdos tristes. Pero una memoria impía ¡