En el azul caudal de la sorpresa,
la incógnita me lleva a los ojos de frontera,
de ella que me espera.
En ella danza todo el trigo y la brisa,
el viento acomoda las mieses.
Ella me espera,
como burbuja sumergida en el mar de los amantes.
A la ribera, el lastre del alma pesa.
Como propiedad embargable abruma.
Como mochila cargada de cuchillos y plomos.
Como el ancla fondeada de un barco titánico.
En el atolón de los corales y las madréporas,
ella extiende el camastro del amor,
con las sábanas del éxtasis inflamadas.
Planta fantasías y mundanos placeres
al atornillado templo, y
cuando roza mi brazo fálico,
mi espíritu de hombre, se expande embriagado
en el cristal acuoso de las cataratas.
Su mirada habla en los labios.
¡ Hazme el amor, exclama ¡
Y mi oído es tan frágil y sumiso a su reclamo.
Al unísono.
Clamamos como guerrero y amazona del Peloponesio.
Sensación brutal de espiral in crescendo,
de la copa de los gemidos y el antro de los gritos íntimos.
Su pecho se hizo fuego, ardiendo como dos volcanes y
a la longitud de su región estirada,
entré con uñas, labios y epidermis, y
su fruto de corazón desparramado, se estiró largamente como la pantera.
Horadé su mapa de montes elevados y
el canal del río no pidió clemencia.
Me recibió como el asfalto a la lluvia y
como gaviota suicida me precipité a la marea, y
en su mundo vegetal diurno y de paraíso,
en arado sembré su surco con mi huella.
Al momento. Ella y yo. Fuimos uno.