El día esta árido, casi marchito e insípido.
Sin rastros de pétalos deshojados por el ensueño
Ni colorida primavera de tierra partida
Sembrado de brea gris y negro de asfalto
Y abundantes flores...
flores secas emergiendo tras las pálidas montañas
Entre las ramas de la acacia estéril,
a lo lejos, el horizonte
Bajo la sombra de un plátano mustio
cabalga un centauro de trípode pódico
Cuando de la estepa cálida e iluminada
Caminando entre los eucaliptos al borde de la quiebra por la ventisca,
chocando con las aspas del molino,
con las colinas de fondo, el eco trae el silbido estrafalario
del pasajero ambulante y loco.
Huyendo de los fríos picos de la gélida ciudad
y los dandys abonados y multiplicados
con tarjeta ya vencida.
Y trepa al tren del cielo, de las nubes jujeñas.
Esta alma pura no purga ningún pecado.
En los campos de Dios ni siquiera ha blasfemado.
Tuvo la terrible desdicha de nacer como alma pura,
errante y libre,
después de haber vivido el cartoneo
Con el cenizo pisado en la frente
entre el pecado ajeno expropiadle y
del luto que lo cubre guarda un pañuelo enjugado como joya
En su carné colgante de locura y
la otra mano rasgando su bolsillo roto de harapo,
Una visa con sello de credo y cuerdo,
Mas allá de la vida,
Mas allá del fuego de todos los infiernos.
Paseando su quimera en un Rocinante
Con la cuerda locura del Quijote y
La foto de su amor, su Dulcinea del Toboso.
Es un loco enamorado.