Ya no es la muerte larga la que te busca,
ni la noche más pálida y verduga la que te persigue
Porque tus ojos amanecieron
con mi pupila incrustada.
Mirada tenaz y opositora a su camino,
con actitud espontánea de guerrero potente,
con el valor que hereda el amor
incrustado hasta el hígado y el corazón que los mira
con tus ojos de castaño reforzado,
pronunciando que hasta las riberas
de tu senda de espiga ya tienen nombre.
Y que tu deseoso rayo de
Eva tiene un hombre.
Que sus murallones,
ahora mendigos de la muerte,
fueron invadidos por un ejército de verdes titanes.
Desde mi plasma rojo
a mis células ocres.
Bajo un cielo fueguino-amarillo de testigo,
cuando los menesterosos de la muerte que te perseguían
yacen extendidos
al limite del pie del limonero del reposo.
Y sus hilachas de ropaje,
fueron mis muertos predilectos
¡ Ahora descansa amor ¡
Su muro débil y
su madero ya pútrido no son decisivos,
caen de bruces
con su hierro de óxido pesado y
los paredones humillados,
son famélicas grietas inundadas e inofensivas.
Ya no te persigue ni la mustia arcilla
ni la greda inapelable
Porque están mis hombros de nido y osera
al reposo de tu boca encendida en palabras y
la latitud de tu rostro dulce
resbalando segura entre mis dedos
de meridiano y continente.
Estás viva en el mineral,
que se retuerce de risa incontenible,
inserta en la ola rumorosa de mi sangre,
brillando mi piel
como bruñida aguja reluciente.
En mis yemas rústicas pero tiernas y fosforescentes.
En la inapelable luz de mis dientes y
la redondez de tus senos
reflejando como espejo.
Ya ni un oscuro milagro macabro
te acercaría a la fría muerte.
Solo te esperan los roces
del durazno florecido y la cálida ventisca
de un otoño danzando
entre el verde y el amarillo reforzado.