El oscuro velo tiñe su sábana en blanco y
al despertar,
emergió el ansia de mirarte.
Una loca urgencia. Me capturo tu encanto.
Casi fuera de los limites del cielo,
donde los astros no danzan,
giré mi lengua en hélice al pronunciarte:
encandilando mis mañanas,
con fulgor de rayo y hacha bravía.
Tu risa en actitud brillante y
darme cuenta que ya es el día.
Tras una noche que acunaste tu sueño en mi desvelo,
al cobijo: mis brazos y
el suspiro: de instante y retrato.
Nos amamos al cálido roce de nuestra piel turbada.
Te anclaste revoltosa e inquieta,
con aleteo trémulo de mariposa.
Tus amplios senos adulaban mi vista, y
aun en sombras,
mis manos no resistieron el momento.
Tus labios mojaron al rocío de madrugada.
Tu frente abierta en ademán colmada
adornó en ribetes tu oscuro pelo.
¡ Luego el descenso ¡
La caída en vértigo a tu vientre
Aplacando deseos atesorados,
a la cita con tu ombligo mundo.
En el estrecho surco de tus muslos,
como atrevido y osado aventurero
me interne en cavernas de fuego,
tras los musgos.
¡ Placidos montes. Tierra madura y fecunda ¡
No terminó nuestra noche.
Al alba desperté y
en murmullo confidente al oído,
te relaté,
en suave susurro:
¡ Que poca luz queda ¡
Para rozar de nuevo los muelles del puerto,
de otra noche nuestra.