Experiencia Comunitaria de colaboradora de la Fundación Corriente Cálida Humanística en el Hogar de Ancianos San Martín de Morón, Pcia. de Buenos Aires.
Testimonio de Silvina Granero:
La experiencia comunitaria que viví estos meses representó el reencontrarme con una parte de mi vida que, "por falta de tiempo", "por la sobreocupación que tengo en la semana", y hasta "porque no había encontrado la oportunidad o el lugar de hacerlo" había abandonado.
Luego de un trabajo personal de reflexión y transformación, me permití reencontrarme con esa nena de 12 años que casi naturalmente inició su militancia social sin ponerle rótulos. Fue sentarme a repasar porqué se había ido, porqué salió corriendo en algún momento de mi vida.
Ir a un Hogar de Ancianos después, fue enfrentarme con vivencias personales, con miedos -el temor a la vejez, a depender de otros-, con situaciones que realmente me angustian. Fue replantearme qué hago yo por transformar la realidad, para buscar esa justicia social que tanto deseo, reclamo, añoro…
La realidad es que decidí sumarme a esta visión de vida que me propuso Cristina Sánchez, allí en poco tiempo entendí que todas las excusas que me había puesto durante varios años, eran sólo eso… excusas. Ni el tiempo, ni el cansancio de la semana, ni el no haber encontrado el lugar para llevar a cabo alguna acción social parecían suficientes motivos para no permitirme esta experiencia nuevamente.
Sentir que esos abuelos te esperan cada domingo porque les alegrás el día, porque los hacés sonreír, porque aunque sea por un ratito se olvidan que están enfermos y que están sobreviviendo en esta vida, es impagable e indescriptible…
Asimismo, aprendí que la única manera de dejar de tenerle miedo a la vejez, a la dependencia del otro -hasta para lo más básicamente inherente a la condición humana-, era conviviendo con eso.
Y así fue como sin pensarlo, me vinculé con personas que quizás están enfermos pero siguen sonriendo, que padecen varias enfermedades pero con una sonrisa pueden entregarte su corazón.
Los primeros días fueron incómodos. Los abuelos te miran, te observan, te estudian. Algunos se dan más que otros, algunos confían más rápidamente, algunos te cuentan con mayor facilidad su vida, algunos se animan a preguntarte a vos cómo es que terminaste dedicándoles tus domingos. Recuerdo esas primeras experiencias cuando con mis compañeros permanecíamos casi imantados los unos con los otros hasta que uno se atrevía y rompía filas. Parece mentira pensarlo ahora que no podemos despegarnos de ese lugar, porque lo sentimos nuestro. Ahora que cuando entramos no podemos parar de besar a esos abuelos, de acariciarlos, de decirles cuánto los extrañamos…
En estos meses entendí que los abuelos son como niños, auténticamente sinceros, y descubrí que la vida es sabia: te despide como te recibió…
Recibí comentarios de todo tipo de parte de ellos, desde los más atrevidos hasta los más hermosos. Cómo olvidarme de "nunca dejes de cantar, porque si vos dejás de cantar nos morimos todos". Y cómo olvidarme de Luisa y sus ganas de bailar… Te extraño Nona. Te extraño abuelo.
Comprendí que la vejez es una etapa que debemos atravesar para terminar de aprender que el paso por este mundo, si no es entendido como un trabajo colectivo donde necesitamos de los otros, no fue suficiente… y la vida te lo enseña de maneras inesperadas y hasta el último minuto de tu aliento.
Y ese trabajo colectivo, también nos compete a nosotros como grupo de apoyo. En el Hogar entendemos realmente que las virtudes de cada uno, cuando se las usa de manera conjunta, se hacen enormes. Y que los defectos de cada uno se compensan con las virtudes de los otros, y hasta a veces -esos defectos- resultan útiles para alguna actividad que hagamos como grupo.
Entendí que ahí donde uno cree que va a dar su corazón, termina recibiendo amor… y eso nos engrandece como personas.
Ojalá algún día tenga la oportunidad de demostrarles a esos abuelos cuánto bien le hicieron a mi vida. Cuánto extrañaba entregar mi tiempo, mi paciencia, mi voluntad, compartir mis oportunidades con otros sin esperar nada a cambio; y encima recibir amor por eso.
Ojalá sean concientes que en cada sonrisa al recibirnos, en cada mate compartido, en cada historia contada, en cada consejo otorgado nos estaban regalando un poquito de su vida y eso es mucho más de lo que podíamos imaginar recibir.
Ojalá las enfermeras algún día sepan que las admiro por el trabajo que hacen con esos abuelos. Siéntanse orgullosas de su trabajo.
Pero hay un aprendizaje que atesoro de esa experiencia que es más grande que todo lo antedicho. Me llevo la experiencia de haber compartido con gente maravillosa esos temores iniciales, esas sensaciones encontradas ante la idea de la muerte y de la vejez, esas resistencias lógicas -en el mundo en el que crecimos- ante la idea de la entrega desinteresada, esas diferencias que hice y que hicieron en mi vida… me refiero a lo compartido con todos y cada uno de mis compañeros.
Ojalá ustedes también sean concientes de todo el cariño, de toda la energía, de toda la alegría, de todo el coraje que me dieron en esta experiencia. Gracias.
Y por supuesto, y principalmente, gracias Cristina Sánchez. Mujer enorme que alguna vez soñó con un mundo mejor y se animó a hacer algo al respecto. Nunca dejes de brillar y de soñar Cristina!