Hubo horas apagadas de palabras.
De silencios y ternuras dilatadas.
Pero mi ceniza de pólvora
no dejó nunca una huella estéril
al poder sometido de tu caricia adorada.
No hubo tiempo para palomas enlutadas,
ni el minuto arrugado de las esperas.
¡ Al fondo de mí, siempre dormías ¡
Nunca hubo caballos apagados.
Ni una exuberante barriga cansina del ocio,
porque de tu suelo de arroz
asomó una ventana iluminando el claustro.
Con un sueño de cal vestido de espuma acelerada, y
los mundos despojados nutridos en tu orbita turgente.
Prendiendo los fuegos tras tus pasos caminantes.
Yo soy amor,
amor tuyo
El que con la roca sobre los hombros no gime,
Arraso y quemo.
Devoro y existo-
Soy dibujo que en ti se hace silueta, y
deglute caminos anegados con tu espada de ternura
Aúllo con tu canto y raspo las piedras
encendiendo el fuego repetido.
Socavo una cueva de pertrecho,
en la tierra nostálgica que abre su vientre,
ubicando tus aromas en los terrones y
de las raíces arbóreas
arma el lecho
para que al fondo de mí duermas.