Como lo he dejado claro en varios post, odio, detesto, aborrezco ir de compras. No sé si es algo que irradio o sólo mala suerte, pero siempre me topo con gente un tanto especial, cuya conducta es muy peculiar.
Conductas que a veces logran enfurecerme y otras me divierten a morir por sus ribetes bizarros.
El sábado salimos a proveernos de vituallas para este largo fin de semana largo, casi interminable. Fuimos a varios negocios, entre ellos a mi archienemigo: el supermercado.
Al ingresar noté la multitudinaria cola en las cajas. Lo que tocó el timbre llamando a mi fastidio, y disparó ese pensamiento extraordinario y original: que uno de nosotros espere en la cola mientras el otro compra. Lo consideré durante algo así como medio segundo, pero lo descarté inmediatamente por aburrido.
Hicimos nuestras compras, y cuando estuvimos seguros que teníamos todo, o por lo menos, todo aquello de lo que nos acordábamos, nos pusimos en la larga fila de la caja.
Nos sorprendió gratamente que la fila avanzaba con rapidez. Los que nos precedían compraban poco y en efectivo. Todo era felicidad. Cuando caí en la cuenta, sólo nos faltaban dos personas: una mujer con una compra de diez artículos más o menos y un chico con tres cervezas.
La de los 10 artículos comenzó con el proceso de pago. ¡Qué bueno, se había roto el maleficio! Ya estábamos ahí, casi sentía el pipip de mi compra al pasar por el lector de códigos. Pero (y esta vez lo intuyen bien, el pero es nefasto de toda nefastidad), la diezartículistica recordó que se había olvidado de comprar sal.
¿Cómo no iba a llevar sal? Era un feriado largo, no iba a estar comiendo la comida sosa durante cuatro días. No sé a que salina habrá ido a buscar la sal, pero tardó como 15 minutos. Y no trajo sólo el cloruro de Na, también trajo pan, fideos, salsa, queso y papel higiénico.
Pero eso no fue todo. Como pagaba con tarjeta, y parece que el límite estaba al rojo profundo, hacía que la cajera pasara las cosas de a una.
Si, así como se los cuento: la cajera pasaba el artículo, comprobaba si había limite disponible, y, si lo había, la señora en cuestión seleccionaba que más se iba a llevar.
Mientras ella vigilaba su economía, nosotros esperábamos y esperábamos. En un momento hasta pensé en hacer una vaquita-colecta con la gente de la cola, para que se fuera de una buena vez.
Esta vez el error fue la ilusa permanencia filística. ¿Por que no habré seguido mi instinto? Reconozcolo, lo extrañamente verdadero es que me tomó por sorpresa. Ni siquiera la ví venir…