cuentos de terror

Fecha: 27/08/2012 21:15:01
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Fotos de un cementerio

Atilio, caminando entre las lápidas del cementerio, vigilaba su entorno disimuladamente. Cuando nadie lo veía, sacaba una cámara que llevaba dentro de un bolso y tomaba algunas fotografías. Era precavido porque un cementerio no es un lugar donde se pueda andar sacando fotos a diestra y siniestra como un turista.
Atilio tenía cierta fascinación con la muerte y todo lo relacionado a ella.
En el cementerio avanzaba lentamente un largo cortejo. Seis hombres cargaban sobre sus hombros un ataúd negro; atrás iban los dolientes, caminando cabizbajos. A Atilio le pareció una escena fascinante. Medio ocultó tras un panteón le sacó varias fotografías al cortejo fúnebre.

Después llamó su atención el graznido de un cuervo, y al voltear hacia un árbol vio al ave, que posado sobre una rama, abría las alas y se balanceaba como si estuviera inquieto. Le tomó una foto al cuervo y buscó con la vista el lugar hacia dónde parecía mirar el cuervo. Vio a una pareja de jóvenes sonrientes que caminaban entre los panteones tomados de la mano.
Él vestía de traje; ella lucía un vestido negro largo y acampanado. Aquella escena sería algo común en otro lugar, pero allí…
Atilio apuntó su cámara hacia la pareja; ellos voltearon hacia él y sonrieron más, como aprobando que les tomara la foto, entonces se las sacó.
El cuervo volvió a graznar más fuerte; Atilio giró la cabeza hacia el ave, y al volver la vista hacia la pareja, se habían ido. Le pareció extraño que desaparecieran tan rápido. Caminó hacia el lugar donde se encontraban ellos, giró en todas direcciones, pero ya no estaban.
Cuando reveló la foto que les sacó, los dos lucían como si estuvieran muertos desde hacía mucho tiempo. Ella era casi un esqueleto; y él tenía el rostro completamente putrefacto.

Zombis 1

Los relámpagos de la tormenta iluminaban completamente la noche. Después de aquellos instantes de claridad, en los que el paisaje agreste que había a ambos lados de la ruta era revelado, volvía a cerrarse la oscuridad, y las luces de la ambulancia que atravesaba aquella ruta, era lo único que se podía ver entre las tinieblas.
Fabricio iba condiciendo la ambulancia. Atrás iba Mónica, una enfermera; y acostado sobre una camilla iba un hombre cuya vida se estaba apagando.
Del cielo tormentoso descendió una copiosa lluvia, y tronó desde varios puntos, y los relámpagos se extendieron por las nubes, que muy bajas sobre aquel paisaje, volcaban toda su furia sobre él.
El parabrisas luchaba contra el agua que se deslizaba por la ventana del vehículo. Fabricio forzaba la vista para distinguir la ruta y no salir de ésta.

En medio del estruendo de la tormenta, le pareció escuchar la voz de la enfermera, y al mirar sobre su hombro vio que ella intentaba decirle algo. Al darse cuenta que Fabricio no la entendía, Mónica se acercó a él y gritó: ¡El paciente falleció! - Fabricio hizo un gesto indicando que la había entendido.
Seguidamente Fabricio disminuyó la velocidad. Mónica cubrió al hombre con una sábana.
La lluvia seguía arremetiendo contra el parabrisas, y los relámpagos continuaban mostrando por instantes el paisaje desolado que atravesaban.
De pronto un rayo siniestro alcanzó la ambulancia. Un sonido como de cañonazo aturdió a Fabricio, el vehículo se desvió, salió de la ruta, y tras detenerse abruptamente en un terraplén quedó medio volcado.

Después del impacto, Fabricio tuvo un instante de conciencia antes de desmayarse, y en ese momento vio por el retrovisor, al hombre que había muerto erguirse de golpe, y girar la cabeza hacia Mónica, que se encontraba tendida en el piso de la ambulancia.
De a poco fue recuperando la conciencia hasta quedar completamente despierto. El recuerdo del muerto levantándose vino a él como un relámpago. Miró hacia atrás y se horrorizó; todo estaba ensangrentado, mas no había ningún cuerpo.
Cuando intentaba quitarse el cinturón de seguridad, rompieron la ventanilla desde afuera, y el paciente que había muerto - que ahora era un zombis revivido por el rayo - metió sus brazos y lo sacó hacia afuera, atacándolo a mordiscos. Mónica yacía sobre los pastos, pero pronto también se convertiría en un zombis, al igual que Fabricio.
Unas horas más tarde, cuando la tormenta ya se había marchado, un patrullero que circulaba por la carretera vio las luces de la ambulancia.

Tierra de muertos

Era de noche, y los zombis se abrían paso por el bosque, quebrando ramas y gimiendo al correr.
Delante de ellos iba Ramiro, que desesperado huía con todas sus fuerzas. Tropezó y cayó varias veces, pero enseguida se levantaba y seguía. Saltaba por encima de los troncos caídos, se agachaba esquivando ramas, algunas igual le azotaban la cara, pero él seguía corriendo, y sus perseguidores también. Solamente tenía sus manos para defenderse, y los zombis eran muchos; la mejor opción era seguir corriendo y tratar de dejarlos atrás.
La luz de una luna llena combatía contra las sombras de los árboles del bosque, y cada vez que Ramiro volteaba, esa claridad plateada le mostraba la horda de zombis que lo iba siguiendo.

Ya comenzaba a cansarse, y los zombis a acortarle distancia. Al ver que lo alcanzaban, gemían cada vez más y quebraban a manotazos las ramas que se interponían a su presa.
Perseguido y perseguidores cruzaron el borde del bosque y alcanzaron una pradera.
Ramiro estaba débil; hacía muchos días que no se alimentaba de ningún animal, y aquel no era el alimento ideal para él, pero ya no había otra cosa, y aunque no podía morir de hambre, esa situación iba restándole fuerzas.

Ya estaban a metros de él. No podía huir más. Dejó de correr y se volvió hacia ellos; los zombis se le abalanzaron y comenzó la lucha.
Esquivó la embestida de uno y le arrancó la cabeza de un puñetazo. Barrió a otro con una patada baja, y apenas el zombi cayó al suelo, le aplastó el cráneo de un pisotón. Proyectó a dos que consiguieron tomarlo por los hombros, y levantando bien alto a otro, lo arrojó con fuerza sobre otros zombis. Y así siguió luchando, hasta que inevitablemente lo rodearon y pudieron sujetarlo, pero aun así no fue fácil liquidarlo, pues Ramiro era un vampiro. En la tierra ya no quedaban humanos.

Muertos en un hospital

A Germán lo intimidaban bastante los hospitales y nunca había visto un muerto. Atravesó la ciudad en su coche. Pasaban las doce de la noche. Una llovizna cerrada formaba hilos de agua que corrían contra la vereda, y los pocos peatones que circulaban iban corriendo, andando bajo un paraguas, o pasaban con la capucha de los impermeables cubriéndoles el rostro con su sombra.
Estacionó cerca del hospital y fue corriendo hasta la puerta de éste, respiró hondo y la abrió.
El olor a líquidos antisépticos lo hizo quedar más nervioso al entrar. Germán cruzó por una sala de espera que se encontraba vacía, siguió por un corredor silencioso todo pintado de blanco, que era tan largo que el final se veía pequeño. En el corredor había algunas puertas, y de una de ellas salió de pronto una enfermera. Mientras la enfermera salía, Germán alcanzó a ver hacia adentro, y era una habitación larga con dos hileras de camas, y sobre una de ellas había una persona con el rostro completamente desfigurado, que por un instante posó su mirada en la de él. Había cruzado por la sala de quemados.

Al doblar en otro corredor, se detuvo frente a una ventanilla cuyo cartel indicaba que era la farmacia.
Su esposa le había indicado dónde estaba la morgue, pero no lo recordaba bien, así que preguntó:

- Buenas noches. La morgue, ¿en qué lado se encuentra?
- Hacia aquel lado, señor. Siga y después doble hacia la derecha - le respondió la mujer que estaba tras la ventanilla.
- Gracias.

Siguió por donde le dijo la mujer. Cerca de la morgue, había dos personas sentadas en un banco. Una era una señora gorda que tenía el vientre abultado y la cara colorada; y a su lado se encontraba un señor cuyo rostro estaba renegrido, como amoratado.
Al pasar frente a ellos Germán saludó inclinando la cabeza, y apenas le salió un débil "hola". Ellos lo miraron pero no dijeron nada, sólo sonrieron. Golpeó la puerta de la morgue, se escucharon unos pasos y unas voces, después un doctor que usaba un tapaboca asomó la cabeza.

- ¿Qué desea? - preguntó el doctor.
- Vengo a identificar el cadáver de un conocido. La policía me avisó y…
- Ah sí, espere ahí un momento que ya lo atendemos.

Mientras esperaba, la señora de rostro colorado y el señor de rostro renegrido lo observaron
Cuando lo hicieron entrar, mientras pasaba frente a una hilera de muertos, vio algo que lo sorprendió y aterró al mismo tiempo. Entre la fila de muertos estaban el señor y la señora del corredor; había visto sus apariciones. Cuando salió de la morgue ya no estaban.






Comentarios / Consultas
annbaby dijo:
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