Esplendor de la voz vigorosa,
del día amaneciendo sus pupilas.
Comprimida la savia espesa del amarillo.
En preñares de abrazos y terca idolatría.
Es sí, mi obligación placentera.
Conquistar la verde mansedumbre de las hojas
que aliente de la tierra su risa
con el trigo de los cereales y el agua amalgamada de las harinas.
Que todo preserve su forma de copa y ambrosía
en postre final de frente y miel altiva.
Que el caos desordenado no apague
el fuego de los rituales derribado...
La hora de la cofradía y la bombilla del beso compartido...
La brisa en ventisca de una palabra en diálogo
y que no suelten en vano su follaje los verdes
ni perdure la tierra con la sangre dividida por los hombres.
¡ Que perduren nuestros himnos y sus honores,
tan limpios como los banquetes del hambre ¡
Y nuestros corazones tan abiertos,
como el aire de patrimonio y universo compartiendo sus pulmones.
Cruzando los ultramares de únicas saetas a los hostiles territorios dolientes,
lavando con los pasos los mundos continentes
hasta hallar una mano diminuta,
con el alma en la palma y la esencia pura y absoluta,
cosechando de a granos los silos y los costales de la esperanza
que aun el sol y la noche amiga sigan dando su enseñanza
rasgando los rostros diferentes sin elegir los colores
y de las lenguas idiomáticas
retumbar la voz de sus corazones.