Por suerte hoy es viernes, el día está un tanto asquerosete, tal vez salga el sol, al menos eso es lo que a mí me gustaría. No sé cual fue el presagio del servicio meteorológico. La realidad, sólo es real y poco clara.
La boda real se instaló entre nosotros, pero, si somos rigurosos con el real sentido de la palabra, de real tiene muy poco, virando casi al nada. El que se casó fue el hijo de un príncipe, que lo será toda su vida. Su mamá, la reina abuela del reciente consorte, jamás abdicará en su favor. Y si la mamá del príncipe padre del consorte, es como la abuela reina del papá príncipe del hijo recién casado, están listos. Por que el que quizá sea rey es el nieto del príncipe, y digo tal vez por que primero está el otro hijo, y sus futuros hijos, lo que pasa es que el chiquito salió un poco tarambana, como el papá príncipe con pocas chances.
La boda es de lo único que se habla. Yo lo único que vi son fotos, y no fue precisamente en forma voluntaria. De la boda en sí, no vi ni leí, ni nada de nada, pero si pongo a trabajar mi imaginación les puedo contar todo con lujo de detalles. Invitados, comida, ropa, quienes derramaron lágrimas, cotilleos de las amigas de la novia, papelones, errores, caídas, excesos, quien se quedó con el ramo, etc. Pero teniendo en cuenta que hoy es viernes, mi imaginación no es un brioso corcel, sino un burro cansado y preocupado por dormir un rato.
Así que me voy a limitar a darles mi peculiar parecer sobre los atavíos nupciales. Kate estaba monísima, reconocible (importantísimo para una novia). Llevó un vestido color hueso, estilo años cincuenta, bellísimo, impecable. Me sorprendió gratamente. Por que la verdad, viendo el libérrimo estilo de la diseñadora, daba un poquito de… ¿inquietud?
William, bueno, con ese saquito colorado con la banda azul, y dorado por todos lados. Será así el uniforme, tendrá algún significado, serán los colores de la Casa Real, está bien. A riesgo de ser irrespetuosa con la investidura, la verdad, pobrecito, vestido así me hizo acordar a un botones, eso sí de un hotel 4 estrellas, por lo menos.
Lo bueno de esto, es que la feliz pareja ha formalizado tras diez años de amor. Y nosotros podremos seguir viviendo nuestras vidas lejos de toda esta real principalidad.