Jose Cardozo - La significación de la ciudad en el funcionamiento de la Europa feudal

Categoría: Arte y Humanidades
Fecha: 07/05/2011 20:01:03
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Cardozo, José María Año 2010

"Notas sobre la significación de la ciudad en el funcionamiento de la Europa feudal en la obra de Jacques Le Goff, La Civilización del Occidente Medieval"

En primer lugar, hay que resaltar que la primera edición de la obra La Civilisation de l´occident médiéval, fue publicada por la editorial B. Arthaud, en París, en 1965. La revisión de este libro, en el año 1982, y su traducción al español, la cual emplearé para el desarrollo del 3° parcial, en el año 1999[1]. El autor ha centrado la obra en el periodo de mayor trascendencia, en el período central, el corazón de la Edad Media, que comprenden los siglos X al XIII. Esta Edad Media corta se encuentra colocada en una más extensa, aproximadamente del siglo III al XIX, caracterizada esencialmente por el predominio del modo de producción feudal dominado por la ideología cristiana. Otra consideración que realiza Le Goff, referido a la esencia de este periodo, es entorno a la Iglesia: es un momento en que la Iglesia desempeña un papel central, en donde el cristianismo funciona en dos niveles diferentes, como ideología dominante apoyada en una potencia temporal considerable y como religión propiamente dicha, y desestimar cualquiera de estos papeles nos llevaría al error. Para introducirnos en el tema, seleccionado del programa, hay que tener en cuenta que el autor no utiliza e termino Europa feudal, y el más cercano es el de cristiandad que por varios aspectos son compatibles. Partamos de la siguiente premisa: en este periodo central, es donde se produce el nacimiento de una "nueva" ciudad (la ciudad medieval). La ciudad medieval, es un fenómeno único, distinta a la ciudad antigua, y diferente a la ciudad de las revoluciones. Cumplirá un papel importante en la vida material por su actividad productiva. Y además permitirá un giro sustancial de las mentalidades, que en ese momento causa un cierto descontento en algunos sectores, con la manifestación de nuevos valores y actitudes, que representaré en el siguiente esquema.

La ciudad medieval se presenta como un fenómeno insólito y, para los hombres de la época del desarrollo urbano, como realidades nuevas en el sentido escandaloso que la Edad Media atribuye a este adjetivo. "La ciudad, para esos hombres de la tierra, del bosque y de la landa, es a la vez un objeto de atracción y de repulsa, una tentación como el metal, como el dinero, como la mujer" (Le Goff, pág. 264). Por otra parte, tengamos en cuenta que la ciudad albergará a los nuevos actores de la escena económica, los nuevos ricos burgueses, los comerciantes y usureros; oficios condenados por la Iglesia. Evidentemente con la ciudad aparecerán nuevos pecados. No obstante, a pesar de los titubeos de la Iglesia en relación a la aceptación del progreso y los valores, conseguidos por la ciudad, finalmente en el siglo XIII los líderes espirituales (dominicos y franciscanos) se instalan en las ciudades y, desde el púlpito de sus iglesias o desde las cátedras de las universidades gobiernan las almas. Veremos que junto a la expansión del desarrollo urbano, se produce el avance de la reedificación de Iglesias, signo exterior del esplendor de esta civilización.

"A la vez que Jerusalén acaparaba la imaginación occidental, otras ciudades, más reales y con mayor futuro terrestre, crecían y se desarrollaban en el mismo Occidente" (Le Goff, pág. 65). Con el florecimiento de la Edad Media central, la ciudad hace una sociedad nueva con los diferentes elementos humanos que recibe, la emigración del campo a la ciudad entre los siglos X y XIV es uno de los fenómenos mas importantes, y muy pronto la ciudad se convertirá en uno de los "nuevos centros de concentración de los hombres", junto al poblado y al castillo. Urbes de gran trascendencia como Venecia, Florencia, Génova, Milán, París, Brujas, Gante, Londres, se formaron en esta época. La ciudad medieval, sin embargo, no parece a primera vista un monstruo espantoso por su tamaño. A principios del siglo XIV, muy pocas ciudades sobrepasan, los cien mil habitantes: Venecia, Milán, Paris. Brujas, Hamburgo Toulouse y todas las demás contaban con veinte mil a cuarenta mil habitantes.

La ciudad, donde la evolución es más rápida, irá consolidando su originalidad, la cual engendra un cierto desprecio desde varios sectores. Asumirá un nuevo rostro artístico: el gótico, que se acerca más a lo extraordinario. Surgen y se desarrollan al lado de las sensibilidades y las mentalidades, nuevos elementos y estructuras en el interior de las ciudades: se constituyen comunidades formadas en un juramento igualitario que liga entre sí a sus miembros, totalmente diferente al contrato de vasallaje, que une a un superior con un inferior, este elemento revolucionario, que también se prolongo al campo, hizo temblar al mundo feudal. "Comuna, nombre detestable, exclama a comienzos del siglo XII el cronista eclesiástico Gilberto de Nogent en una formula célebre" (Le Goff, Pág. 263). Además crea un nuevo bagaje mental, elaborado por hombres a su vez "nuevos", los maestros de las escuelas urbanas, convertidos en universitarios. Por otra parte, la imagen de la ciudad vendrá asociada a la de un taller, por su actividad productiva en donde la división del trabajo será llevada hasta el límite. La característica esencial que articula su progreso: es su función económica, comercial y artesanal, que permitirá reanimar a las viejas ciudades y crear otras nuevas. "La ciudad se convierte en el hogar de lo que los señores feudales detestan: la vergonzosa actividad económica. ¡Y se lanza el anatema contra las ciudades! (…) En 1128 arde la pequeña ciudad de Deutz, situada frente a Colonia, al otro lado del Rin. El abad del monasterio de San Heriberto, el célebre Ruperto, teólogo bastante apegado a las tradiciones, ve ahí inmediatamente la cólera de Dios que castiga el lugar que, siguiendo el desarrollo de Colonia, ha llegado a ser un centro de cambio, guarida de infames mercaderes y artesanos. Y esboza, a través de la biblia, una historia antiurbana de la humanidad. Caín fue el inventor de las ciudades, el constructor de la primera de ellas, imitado luego por todos los malos, los tiranos, los enemigos de Dios. Los patriarcas, por el contrario, y en general los justos, los temerosos de Dios, vivieron bajo la tienda, en el desierto" (Le Goff, pág. 265).

Lo que domina la mentalidad del hombre medieval, lo que determina sus actitudes es el sentimiento de inseguridad. Inseguridad moral y material para las que, según la Iglesia, solo hay un remedio: apoyarse en la solidaridad de grupo, y evitar su ruptura por ambición o por fracaso. Inseguridad fundamental que se centra, en la vida futura, que no se le asegura a nadie, y que las buenas obras jamás garantizan. El peligro de condenación eterna, con la colaboración del diablo, es tan grande y las posibilidades de "salvación" son tan escasas que el miedo prevalece necesariamente a la esperanza. Las mentalidades y actitudes, vienen impuestas por la necesidad de asegurarse. Sin embargo, en este período, se manifiestan nuevas actitudes frente al tiempo, al dinero, al trabajo, a la familia. Incluso la ciudad vendrá a configurar una nueva realidad y un nuevo sistema de valores: instalarse en las ciudades es elegir el mundo. El progreso urbano, mediante la fijación del suelo, y el desarrollo de la propiedad, van a fomentar una mentalidad nueva y la elección de una vida activa. Esta nueva mentalidad urbana fue aun más favorecida por el nacimiento, a corto plazo, de un patriotismo ciudadano. Además, claro está, que las ciudades van a ser el teatro de los antagonismos sociales más duros y que los grupos dirigentes serán las instigadoras y las primeras beneficiarias de ese espíritu urbano. Por lo demás, incluso los comerciantes, al menos en siglo XIII, saben exponer su dinero y su persona; vemos un claro ejemplo expuesto por Le Goff de esta participación: "En 1260, cuando una guerra feroz enfrenta Siena a Florencia, uno de los principales comerciantes-banqueros sienenses, Salimbene dei Salimbeni, hace entrega a la comunidad de 118.000 florines, cierra sus establecimientos y se lanza a la Guerra" (Le Goff, pág. 265).

Mientras que la señoría rural inspiraba un sentimiento de opresión a la masa de los campesinos que vivían en su seno, mientras que el castillo, aunque les ofreciese refugio y protección solo les proyectaba una sombra detestada, la silueta de los monumentos urbanos, instrumento y símbolo de la dominación de los ricos en las ciudades, inspiraba en el pueblo ciudadano sentimientos donde la admiración y el orgullo triunfaban. La sociedad urbana había conseguido crear valores comunes para todos los habitantes: valores estéticos, culturales, espirituales. Se funda un orgullo urbano, sobre todo en las regiones más urbanizadas: Flandes, Alemania, Italia del norte y del centro.

Entre otros de los aspectos de la sensibilidad medieval, observamos que la belleza seduce. Lo bello es lo colorido, lo brillante y con frecuencia, es también lo rico. El gusto estético por los objetos preciosos se percibirá de diferentes formas: en los tesoros de la Iglesia, los regalos que intercambian los príncipes y los poderosos, las descripciones de los monumentos y de las ciudades. Notemos el siguiente ejemplo: en una obra anónima de mediados del siglo XII sobre las Mirabilia Romae, las "Maravillas de Roma" habla sobre todo de oro, de plata, de bronce, de marfil, de piedras preciosas. Un lugar común en la literatura, tanto histórica como de ficción, es la descripción, o más bien la enumeración de las riquezas de Constantinopla, la gran atracción de los cristianos de la Edad Media. Notemos que en el Occidente Medieval la ciudad siempre es símbolo de lo extraordinario.

Mantendrá una cierta analogía con el campo. Los ciudadanos llevan una vida semirrural. En su interior, sus murallas albergan viñas, huertos, prados, campos, incluso ganado. Además las ciudades, para nacer, tuvieron necesidad de un medio rural favorable pero, a medida que iban desarrollándose, ejercían sobre un entorno territorial dilatado, por sus exigencias, una atracción cada vez mayor. La población urbana, que conforma un grupo de consumidores, necesitará alimentarse. De esta manera se amplían las roturaciones en torno a las ciudades, crece el rendimiento, ya que de sus arrabales rurales recibe víveres y hombres. No obstante, los muros de las ciudades son una frontera, las murallas, con sus torres y sus puertas, sirven para separar evidentemente dos mundos: campo-ciudad. Este contraste fue mayor en la Edad Media que en casi todo el resto de sociedades y civilizaciones: ser ciudadano o campesino aparece como una gran línea de separación en la sociedad medieval.

Las ciudades cuya prosperidad crece constantemente, cuyo brillo cultural es incomparable, impregnada de éxitos económicos, artísticos, intelectuales y políticos, con estas cualidades, aparentemente todo su futuro es favorable. Sin embargo, ¿Qué representan esos islotes urbanos en tierra de Occidente y cuál es su porvenir? La prosperidad de las ciudades, no puede alimentarse más que de la tierra. Incluso los centros urbanos más enriquecidos por el comercio, Gante y Brujas, Génova, Milán, Florencia, Siena y Venecia, se ven forzadas a asentar su actividad y su poderío en su entorno rural, en lo que las ciudades italianas llamaron su contado, su "campiña".

Las relaciones entre las ciudades y sus contornos rurales son muy complejas. En primer momento, la atracción urbana es favorable para la población de la campiña. El campesino que emigra a ella en busca de su "libertad" (libertad que no se acerca a la concepción moderna, sino que para el hombre medieval significa privilegio, un estatus, insertarse en la sociedad, depender de un protector más poderoso): al venir a la ciudad, o bien se halla inmediatamente libre, puesto que la servidumbre no se conoce en suelo urbano, o bien la ciudad al convertirse en dueña o señora de la campiña de los alrededores, libera a los siervos. Sin embargo, la ciudad es también la explotadora de su campiña. Se comporta con ella como si fuese el señor: La señoría urbana, explota su campiña, ante todo, económicamente: le compra a buen precio sus productos, y le impone sus mercancías. Pero también, se forman las milicias urbanas con campesinos enrolados. Las ciudades desarrollan un artesanado rural barato, que controlan por completo. Muy pronto sienten miedo de sus campesinos. Lo mismo que los señores del campo se encierran en sus castillos al caer la noche, así las ciudades, cuando comienza a oscurecer, levantan sus puentes levadizos, echan las cadenas a sus puertas, arman sus muros con centinelas que vigilan ante todo a su más próximo enemigo: el campesino de los alrededores.



[1] Jacques Le Goff, La Civilización del Occidente Medieval, Paidós, Barcelona, 1999






Comentarios / Consultas
2011-05-07 20:02:40 hs
Aguante Gramilla, Santiago del Estero, Argentina.......!!!!!!
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historia