La Ceiba
Autor: Daniel José Aray.
El Regreso.
Se hizo una grieta en el tiempo para traer al presente una andanada de vivencias; recuerdos enmarañados de deleites y sufrimientos, que sacuden el alma, generando un caudal de lágrimas y a través de ellas, una paz indescriptible. En intervalos, los fantasmas del remordimiento se compaginaban con la luz celestial, hasta que una mirada se quedó fija en la vieja tinaja rota, que se encontraba cuarteada y cuyo fondo seco, acogía una lágrima. Paradójicamente, donde muchos mitigaron la sed, ahora recibía el desahogo de un hombre que detuvo su transitar para buscar respuesta en los suspiros esparcidos en el espacio. La brisa hacía volar las hojas del imponente árbol de Ceiba, que creció en el medio de la casa, destruyendo con sus raíces algunas de las altas paredes, como si la naturaleza recobrara los espacios que le fueron arrebatados. A pesar de intensos veranos, la Ceiba conservaba su verdor, el resto de la vegetación seca, la polvareda le nublaba la vista, ante unos remolinos que le daban al lugar una representación sombría.
Para los nativos, el árbol era un espíritu que surgió para borrar un fatídico acontecimiento; desenlace cruento de dos familias que combatieron hasta casi extinguirse. Fueron tiempos donde la lucha por la posesión de la tierra era encarnizada y la rivalidad familiar se dirimía en escenarios de pólvora y sangre. Para aquel hombre, le era difícil reconstruir la vida en medio de fragmentos que quedaron esparcidos en batalla. De las lanzas que perforan los débiles escudos. De las flechas envenenadas que penetraron sus costados. Sangre y lágrimas fusionadas en medio de gritos ensordecedores. Heridas abiertas donde el alma intentó escapar y la fe se convertía en espada para vencer las sombras.
Casi cuarenta años habían pasado y en la memoria de Faustino Fuentes, los recuerdos estaban indemnes. Al encontrarse en lo que otrora fuera su casa, se le abalanzaron las vivencias sobre su mente como un torbellino luctuoso; sentimientos de tristeza, dolor y venganza, dieron paso a un estático silencio para luego revivir el amor incondicional de su madre; la única ajena al odio que profesaba el resto de la familia. Un pasado cruento, que se llevó muchas vidas, como una ola lúgubre. Ansió detener la fugacidad de ese instante perecedero, que por segundos mitigó el dolor de sus entrañas, y a pesar de ser un hombre maduro, versado en muchas áreas profesionales, no pudo detener el latigazo de las remembranzas. Surgieron gritos silenciosos en lo más profundo de su ser, melodías tristes que acompañan su eterno transitar, llevándolo al sitio de partida de su vida, irse era quedarse y permanecer era marcharse, como la luna y el sol, que se ocultan para luego aparecer en el firmamento.
Haber visto morir a seres queridos aún siendo un niño lo marcó para siempre, cuántas noches sin poder conciliar el sueño y en algunos casos al ser tocado, se levantaba abruptamente de la cama, solo él y su hermana Clara sobrevivieron a la arremetida de sus despiadados adversarios, quienes también sufrieron grandes bajas. La rivalidad entre las dos familias tenía sus símbolos en sus patrimonios; el nombre de la hacienda de los Andrade se llamaba "La Resistencia", y la de los Fuentes fue bautizada como "La Muralla". El odio los consumía, pues; solo vivían para aniquilar al otro. Vengando viejas o recientes heridas, a cada hijo que abría los ojos al mundo se le inculcaba ese mismo resentimiento que todos llevaban, se le indicaba cuál era su objetivo en la vida: que no era más que exterminar al contrario.
Faustino Fuentes Morales: de gran estatura pero flaco, contrastante con su cabello indio, blanco de nacimiento, pero la prolongada exposición al sol cuando joven le tostó la piel; cambiándole el color para siempre, las líneas de expresión de su rostro se demarcaban en grandes surcos; eran tantos como sus vivencias, de personalidad recia, respetuoso de las promesas, nativo de Santiago, pisaba los sesenta años, aunque cuando estaba inmerso en los recuerdos parecía mucho más anciano, compraba diez trajes al año, porque su nuevo estatus social no le cambió sus costumbres de otrora tiempos de pobreza, sobreviviente de un pasado nefasto, le había declarado la guerra a la pobreza; ganándole muchas batallas, defendía a su familia con la vida; esta era su única debilidad. Las causas nobles las hacia en nombre de su madre fallecida, para él eran tan importantes sus hijos, ya que significaban su continuidad en la vida; a quienes intentaba enseñar con su ejemplo. Su vida llegaría a ser contada a sus descendientes por muchas generaciones.
Quien llegaba a la zona era empleado como peón de alguna de las haciendas y a cambio del trabajo, tenía que formar parte de una disputa ajena. Hasta que un día cualquiera de ese pasado desdichado, consumidos por el revanchismo, cayeron abatidos en un charco de sangre, el papá de Faustino y sus dos hermanos mayores. Este episodio produjo la huida de los pocos que quedaron en pie y la toma de posesión de las propiedades del otro por los vencedores. Una especie de trofeo maldito, que generaba más poder y con ello el dominio de la justicia. La casa grande de "La Muralla" fue colocada como monumento de triunfo y de escarmiento a quienes se atrevieran a enfrentarlos.
Todo esto pasaba por la mente de Faustino, quien no entendía el porqué de tanta intriga por un pedazo de tierra, pero al mismo tiempo, la ira se apoderó de su existencia y profirió maldiciones al cielo, resurgiendo un inconmensurable sentimiento de venganza. Vio caer a los suyos, que agonizantes murieron en sus brazos y sus últimas palabras de desagravio. Se acordó de las múltiples ocasiones cuando se invocaba al padre celestial para pedirle fuerza y protección para vencer a los enemigos. Nunca se le pidió por salud, amor o por unión familiar.
Pensó que con su regreso, luego de haber viajado miles de kilómetros, dejaría a un lado lo que le martirizaba, pero fue todo lo contrario; tenía un juramento que cumplir y sus enemigos no descansarían hasta verlos derrotados, si era posible enterrados. Decidió dar una vuelta por el pueblo antes de marcharse. El modernismo se apoderó de tal manera, que había pasado de un pueblo semidesértico a una gran urbe, con oportunidades para el desarrollo empresarial; las calles que una vez caminó, se prolongaron convirtiéndose en grandes avenidas, los potreros cercanos, donde descansaba el ganado se los tragó ese modernismo, transformándose en un aeropuerto, así mismo, muchas de las casas construidas en siglos pasados fueron derribadas para dar paso a nuevas edificaciones; surgieron teatros, centros comerciales con entidades bancarias, ya las principales calles se armaron con semáforos, galerías, confiterías y un impecable ordenamiento urbano; que no tenía nada que envidiarle a las grandes ciudades de Europa. Con todo el modernismo, coexistían varias posadas; recintos coloniales de preferencia de cientos de turistas, que cada año visitaban el pueblo para llevarse experiencias gratificantes. Un lugar cautivador, por sus atractivos naturales. Una gastronomía muy variada, que combinaba productos autóctonos e importados; todo un arcoíris de sabores, colores y sonidos. Además, de gente agradable y hospitalaria, muchos de ellos inmigrantes.
La maldición y la desesperanza de muchos años, daba lugar a nuevos amaneceres. Con los años, todo había cambiado, menos su ira exacerbada. Estaba seguro que pasaría desapercibido ante la multitud y deteniendo su vehículo, se dirigió a la única cantina que había sobrevivido a los avatares de la modernización: Un sitio de mala muerte sin ningún lujo, sólo una inmensa barra deteriorada, unas mesas de madera, la misma fachada, en la parte superior una gran herradura vieja y oxidada, a un extremo dos anuncios de una marca de cervezas que nunca más se comercializó, el olor a madera mojada y a tabaco, se hacia insoportable. El rostro antiguo del poblado frente a sus ojos. En la ciudad donde ahora residía con su familia, jamás acudiría a un sitio con esas características. Su condición social le permitía visitar los mejores clubes y centros nocturnos de la ciudad. Sin embargo, requería de un trago de licor, para bajar el nudo en la garganta que lo ofuscaba y así continuar su viaje de regreso.
Entró al local, todos lo miraron de manera extraña, no era normal que un hombre vestido con un fino traje estuviese en ese lugar y menos aún que saludara de manera efusiva. Los asistentes a esa taberna, eran casi siempre los mismos, muchos de ellos ancianos. A un lado, varias mesas donde se jugaba dominó y truco, de la barra colgaban piernas de jamón serrano y a un extremo centenares de botellas vacías; se sentó y pidió un trago de ron seco para empinárselo de un sorbo, sintiendo el licor bajar por su garganta y la sensación que dejaba a su paso, suspiró al momento que pidió la botella completa, pensando en tomar quizás para aplacar ese sentimiento que lo ahogaba. El cantinero percibió en su mirada el dolor, al tiempo que lo intimidaba la presencia avasallante del nuevo cliente. Se le hacía conocido el rostro de aquel raro hombre, pero su memoria se nubló al tratar de recordar de dónde lo conocía. Silvino, el propietario de la cantina trabajó para los Andrade muchos años en labores de pastoreo, aunque no estuvo involucrado en la confrontación familiar.
Era Silvino Mata, un hombre alto y robusto, de casi setenta años, manos enterizas, cabello blanco, frente pronunciada, rostro aguileño y mirada penetrante. Al hablar se reflejaba un extraño acento; como cantadito y su mano derecha en un costado de la cintura mientras caminaba, reflejaba sus dolencias físicas. No aceptaba que los rigores de la edad hacían mella en su cuerpo, prefería decir que había sido la caída de un caballo y una herida mal curada.
Un bullicio ensordecedor no evitaba los recuerdos cargados de consternación, y por instantes se sintió solo mientras el alcohol se apoderaba de su existencia, pensó en ir al lugar donde reposaban los cuerpos de sus familiares, pero ya tenía información de que los habían hecho desaparecer del antiguo camposanto, imaginó a sus almas deambular por el pueblo en busca de venganza, lo que le hacía sentir cada vez más cobarde, así que no podía huir más de todo aquello por lo que decidió algo; cambiaría el curso de su vida familiar y el de toda una tranquila ciudad.
-¡Disculpe caballero!, pero, ¿usted como que no es de por aquí? -dijo Silvino. La gente de aquí nos conocemos todos.
Faustino escondió la mirada y frunció el seño.
-La verdad es que vengo de pasadita -respondió Faustino, al tiempo que empinaba el vaso y tomaba de él.
-Turistas llegan muchos a este pueblo, paro nadie se acerca por estos lares -Añadió el dueño de la cantina.
-Sólo quería tomarme un trago -respondió el visitante.
Los gritos provenientes de una de las mesas de juego sacudieron el lugar.
-Hay algo en su cara que se me hace conocida - prosiguió Silvino-. Disculpe tantas preguntas caballero, pero ¿usted tiene familia en Santiago?
Miró su reloj y en tono de molestia respondió:
-Le dije que sólo era un turista amigo.
Pagó la cuenta; cuando el cantinero regreso con el vuelto, había desaparecido como un fantasma en las sombras.
El viaje de horas lo percibió en un abrir y cerrar de ojos. Su mente anduvo en piloto automático por largo rato, como en una máquina del tiempo, cuya puerta quedaría abierta para siempre regresar. Despertaba de un cruel ensueño y seguía soñando con más claridad y color. Percibiendo la realidad con el alma, la fragancia del lugar encantado estaba presente en su existencia y el arrullo de la brisa lo sentía tocar su piel enrojecida.
Se abría el portón eléctrico para permitir la entrada del vehículo. Era muy tarde, todos dormían, menos Alondra, su hija menor, que se hallaba frente a la computadora.
La decoración y el lujo eran imponentes; muebles medievales de color ostra, lámparas ubicadas a ambos extremos, alfombras importadas, piso de madera tallada por reconocidos ebanistas, figuras esculpidas en mármol, cortinas que hacían juego con los enormes ventanales que daban al jardín, obras de arte eran las pinturas ubicadas en el sitio exacto que proporcionaban al lugar un toque de distinción al estilo francés, cada espacio cuidadosamente decorado con gran estilo. Una fachada con muros coloniales y techo de tejas que reposaban sobre la mejor madera machihembrada. Su fortuna era fruto del trabajo propio; de su habilidad para manejarse en el mundo de lo negocios y de las oportunidades empresariales que ofrecía la ciudad, no heredó riquezas de sus antepasados, solo las ganas de salir adelante y no rendirse jamás; condición que le inculcó a sus hijos, casi todos profesionales: Alberto José, Juan Daniel, Alondra, Silvia y Marlene. Solo Alberto estaba casado, con hijos; los demás disfrutaban de su soltería, cada quien a su manera, todos se quedaron a vivir en casas construidas en los inmensos terrenos al lado de la vivienda principal que era de sus padres, que fue una petición de Faustino para siempre mantener a la familia unida y así disfrutar de ver a sus nietos crecer y corretear por todo aquello, que en el fondo podría ser un acto de sobreprotección del hombre para los suyos, también su esposa Antonia y su hermana Clara vivían bajo el mismo techo de aquella gran casona, por lo que casi todos estaban ajenos a ese fatídico pasado que amenazaba con revelarse y conturbarlo todo.
Alberto José Fuentes de perfilada figura, poseía una nariz larga, con orejas pronunciadas y unos ojos verdes como los de su madre, su cabello liso contrastaba con su barbilla picuda, era alto de buen porte, iba siempre vestido a la moda; con trajes de fina tela, elaborados en Italia, sus lentes de sol pocas veces dejaban ver sus ojos, sirviendo para ocultar sus marcadas ojeras. Su fama de mujeriego la exhibía a los cuatro vientos, algo que alimentaba su ego, pocas veces reía, muchos lo catalogaban como la antítesis de su padre; como la oveja negra de la familia, cuando fraternizaba con gente era para sacar provecho personal, su animadversión lo llevaría a convertirse en un peligro para su familia y para él mismo. Todo lo contrario era su hermano Juan Daniel, quien era de sentimientos puros y muy sincero, apegado a la familia, soñador desde muy niño, amante de la música la cual era su pasión, su cabellera larga hasta los hombros con mechones que le caían en la cara a los que retiraba constantemente, hacían de el un personaje poco común, a diferencia de su hermano no le importaba la moda, le parecía ridículo que alguien le impusiera patrones o formas de vestirse, ya que consideraba que la personalidad del ser humano es única e irrepetible.
El regreso de Faustino a su pueblo natal despertó en él sentimientos de venganza que nunca murieron, coexistían escondidos bajo las cenizas, estando por arder con más intensidad que nunca. Esa noche cayó de bruces en la cama, dejó de existir por un instante, desvaneciéndose el brutal ramalazo, intentando buscar repuestas entre el pensar y vivir, en dejar de pensar y morir.
La vida de los Fuentes transcurría sin mayores sobresaltos. Era una de esas familias acaudaladas que visitaban los clubes sociales todos los fines de semana, las jóvenes compartían con sus amigas en algunas discotecas donde concurría la clase alta. Alberto José se encargaba de la administración de la empresa textil y de la colocación de los productos en el exterior, de las demás empresas se encargaba su padre y una que otra responsabilidad que le era proporcionada a Juan Daniel, quien nunca se interesó por el mundo de los negocios, lo de él era la música, aunque no había tenido éxito, pero lo seguía intentando. Alondra y Marlene eran abogadas, estaban a la espera de ingresar como asesoras jurídicas a las empresas de la familia, no por razones de ingresos económicos, no era necesario, puesto que las ganancias familiares les permitían llevar un estatus de vida bien cómoda, sin embargo, su padre les inculcó amor por el trabajo, sentido de la responsabilidad, ser caritativos, no ensimismarse ni perder el sentido de la urbanidad. De hecho, todas las empresas contribuían a una fundación que se encargaba de realizar labor social y humanitaria a instituciones educativas. Solo en el hermano mayor se percibía ambición y mezquindad en la mirada y en sus acciones, por lo que lo tenía bien vigilado de manera permanente, por auditores de su extrema confianza, además, estuvo preso en varias oportunidades por posesión de arma de fuego y fraude.
Silvia, la mayor de las hembras, el mismo retrato de su madre cuando joven, aficionada a la lectura, devota de los santos como su tía Clara, no pudo tener hijo en su matrimonio, su esposo la abandonó luego de varios meses de sufrimiento. Aquel atormentado hombre jamás aceptó la esterilidad de su mujer y termino torturándola sicológicamente, al extremo que la joven tuvo que recurrir a tratamiento profesional. Su breve vida era una mescolanza de tropiezos y amarguras, lo que por supuesto le había endurecido el carácter, ella era hermosa como sus hermanas, pero pocas veces se le veía dibujada una sonrisa en el rostro. Añoraba tener muchos sobrinos, a los cuales cuidar y tratar como hijos. El destino le tenía reservadas grandes sorpresas, al darle un giro a su existencia en el cumplimiento de los deseos ajenos.
Esa noche fue larga para Faustino, no pudo conciliar el sueño, consagró sus pensamientos íntegramente en recordar lo sucedido en el viaje al pasado de su vida. Todos en la familia pensaron que su ausencia se debía a sus acostumbrados viajes de negocios. Se le hacía difícil darles a conocer a su esposa e hijos que compraría una propiedad en su pueblo natal y más aún, decirles la verdad referente a su cruento pasado. Pero no podía ocultarlo más, estaba seguro que pronto sus adversarios los encontrarían y era mejor prepararlos para tal fin. Siempre decía que la huida tenía que ser hacia adelante.
Revelaciones.
La mañana siguiente el sol brillaba de manera tan intensa, que su luz penetraba por los amplios ventanales que daban a la cocina, de donde salían exquisitos olores, que no tardaron en impregnar toda la casa y atraer a los comensales que se disponían a sus labores de trabajo o estudios. Doña Clara, había cortado las rosas blancas en el jardín y con ellas adornó la cesta de la amplia mesa del comedor, éstas hacían juego con el impecable mantel, que iluminado por la luz cenital de la lámpara que colgaba en el centro del salón, se combinaba con el tono del mismo color de las rosas, arropando la ovalada mesa, para caer al suelo como cascada.
La cara demacrada de Faustino por el trasnocho, hizo sentir preocupación a Alondra, la más apegada con su padre, pero aún así, lo saludó con un beso, las manos del hombre temblaban, esta vez por nerviosismo y no por la enfermedad de Parkinson que lo aquejaba desde hace algunos años. Esperó el momento oportuno para de manera calmada, romper el silencio.
- ¡Quiero que, por favor, me pongan un poco de atención en lo que voy a decir! He tomado la determinación de comprar una propiedad en el pueblo donde nací y me crié.
Se tomó un sorbo de café y continuó hablando.
-No puedo seguir huyendo de mi pasado, y mucho menos pretendo arrastrarlos a ustedes a él. Es necesario que sepan de una vez, los peligros que de ello se derivan y se preparen para afrontarlos. Hay cosas en nuestras vidas que tendrán que cambiar…
Alondra les miró las caras a sus hermanos y preguntó:
-¿De qué pasado hablas papá y qué peligros son esos? ¡Me estás asustando!
En los ojos de Clara se sentía la preocupación. Las palabras de su hermano resonaban en sus oídos como un enjambre de abejas, se sintió indispuesta, de tal manera que fue necesario ser retirada a su alcoba, deteniéndose así, aquella tertulia y con ello la explicación que apenas comenzaba, sin embargo, la determinación de adquirir la propiedad estaba tomada. Todos quedaron preocupados y a la expectativa, pero sin preguntar nada se marcharon a cumplir con sus compromisos. Nada estaba claro y en todo el día una andanada de interrogantes recorrería en sus mentes. Escuchar hablar a Faustino de un cambio de vida y de peligros los dejó tan perplejos, que les resultó difícil concentrarse en lo que hacían; pues, contaron las horas para llegar a casa y darle continuidad a aquella conversación.
En el pueblo, el propietario de la cantina recordaba una y otra vez la cara del visitante, se preguntaba; le vino a la mente de dónde conocía al extraño hombre, hasta que por fin lo recordó, no tardando en dar cuenta a quienes seguían siendo sus jefes, siendo esa una forma de ganarse los favores de ellos y contribuir a la extensa red de espionaje de la que eran objeto muchos en esa ciudad. Durante años se intentó ubicar a quienes sobrevivieron de aquella disputa familiar y Faustino facilitaba las cosas, aunque los Andrade estaban diseminados en muchas ciudades, parecía que a los Fuentes se los había tragado la tierra, hasta llegaron a pensar que se encontraban fuera del país.
El emporio económico de los Andrade abarcaba muchas propiedades dentro y fuera de la nación; una gran finca con miles hectáreas de tierra, ganadería de las mejores razas, grandes edificaciones, redes de hoteles, los más lujosos centros comerciales les pertenecían a su emporio, acciones en empresas bancarias y medios de comunicación los hacia poderosos, de igual manera se metieron en el negocio de los casinos, y se les atribuía de ser participes en negocios turbios, de ser financistas de redes de narcotraficantes y aun mas; de ser practicantes de la magia negra, para el logro de sus propósitos, solo eran rumores que la gente comentaba calladamente y al oído, porque su nombre no aparecía en nada, su acaudalada condición social los hacía cubrirse las espaldas, apareciendo en la sociedad como honorables y exitosos, lo que muchos les respetaban y sobre todo les temían.
En una de las oficinas se veía entrar a un hombre sexagenario, vestido con traje negro, tras de él a una camarilla de guardaespaldas que de inmediato se distribuyeron a lo largo del pasillo y en los salones cercanos a la oficina. Las docenas de trabajadores, la mayoría hombres, se atemorizaban cuando veían aquel despliegue. Era Virgilio Andrade, el accionista mayoritario de muchas de las empresas de la familia, creyente y defensor del sistema capitalista; sus negocios siempre eran entre ellos mismos y cuando le permitían a alguien ajeno estar al frente de algunas acciones tenía que demostrar incondicionalidad, porque quien los traicionara tenía que pagar con la vida. La decoración del lugar, resaltaba una colección de espadas japonesas, que colgaban en una de las paredes frontales, acompañadas por otras reliquias de guerra de siglos anteriores, exhibiciones de pinturas y esculturas de mujeres desnudas, que constantemente eran contempladas por el empresario, turbándoles los sentidos al verse proyectado en los atributos que mostraban aquellas obras de arte. Un espacio octogonal, con un gran escritorio de madera tallada y numerosas sillas de espaldar, el techo arqueado que daba la sensación de cielo abierto y paredes de madera y vidrio, que mostraban el exterior y hacían que el lugar luciera mucho mas grande de lo que era, jarrones con flores y vidrio tallado, mostraban una congruencia extraordinaria en arte e inmobiliario. Quienes lo visitaban se quedaban abismados ante la finura del diseño y la sutileza en cada detalle.
Al encontrarse solo, llamó a dos hombres de su dispositivo de seguridad y les ordenó traer al propietario de la vieja cantina, era necesario conversar con él en privado sobre la información que le había hecho llegar horas atrás uno de sus primos; un funcionario de menor jerarquía en la empresa. En el rostro de Virgilio se notaba preocupación, pero también un odio que no podía ocultar tras su serenidad y figura afeminada. No se le conocía esposa fija y a pesar de su edad, no contaba con hijos, pero se exhibía con mujeres hermosas en los sitios públicos, quizás para disimular ante la sociedad algunos aspectos de su vida privada. En el seno de su familia esto sería reprochable y visto como una forma de sacrilegio o bofetada a la cultura machista que pregonaban desde antaño. Eran nueve hermanos, la confrontación familiar les quitó tres y otros dos murieron por razones naturales. Nereida, Peter, Nicolás y Virgilio, además de muchos sobrinos y ahijados.
Nereida, era la única mujer de aquella generación de Andrade. Tenía dos hijos varones de un hombre que desapareció, como si la tierra se lo hubiese tragado. La desgracia de aquel individuo fue aceptar ser testaferro de Virgilio y valerse de aquella condición para emparentarse con los Andrade. Su cuerpo, como el de otros, terminó en la hirviente lava de un volcán cercano a La Resistencia. Nereida supo de aquel episodio y juró para sus adentros vengarse de quien había dejado a sus pequeños hijos sin padre. Siempre quiso tener el valor de su hermano Nicolás, pero el temor a sus otros hermanos la hacía aparentar sumisión y tolerancia. Sin embargo el odio que le llegaría a tener a Virgilio, sería superior al que profesaba por los Fuentes.
Mientras Virgilio, revisaba algunos documentos y propuestas de negocios que su secretario trajo a su escritorio; un hombre alto, catire y con un cuerpo musculoso, que se apreciaba por encima de su traje azul oscuro. Otros de los funcionarios tenían las mismas características, como sacados de concursos de fisicoculturistas. Pensaba en el modo que emplearía para localizar a Faustino y sus descendientes. Percibía que ellos estaban tras su pista y era mejor ponerse adelante. Se sentía invulnerable, con demasiado poder para desaparecer a cualquiera que transgrediera la tranquilidad de su familia y el buen funcionamiento de sus acciones mercantiles. Recordaba cuanta gente tuvo que hacer desaparecer para resguardar sus intereses y, de aparecer los Fuentes, los haría arrepentirse de haber nacido. En su semblante se notaba la vileza y el rencor. Encendía un cigarrillo cuando entró a su oficina Silvino, el propietario de la cantina. Se quedó mirándolo fijamente y con voz aguda se dirigió a él.
-Dime todo lo que sabes Silvino, y vete, que tengo muchas cosas que atender.
-Con gusto Don Virgilio -respondió Silvino.
El anciano nerviosísimo, con palabras entrecortadas le expresó todo lo que había visto y salió sin recibir las gracias, pero orgulloso de haber tenido la oportunidad entrevistarse con Don Virgilio Andrade, al que muchos en el pueblo sólo veían por revistas o televisión. Una leyenda empresarial, al que muchos querían imitar. Tanto así, que se convertía en referencia en el mundo de los negocios.
Los días que siguieron fueron de reuniones para poner al tanto a todos los de su entorno y estar con las botas puestas para cualquier eventualidad. No fue necesario dar muchas explicaciones, todos sabían a ciencia cierta, la historia de la familia. Nadie se atrevía a confrontarlos, sin sentir los rigores del poder.
El encuentro.
Mientras muchos pensaban en trifulca, en las puertas del Palacio de Justicia se presentaba un incidente: Alondra sufrió un raro desmayo, cuando iba acompañada por dos de sus amigas, quienes al pedir auxilio, fueron socorridas por un joven que en ese momento pasaba en su lujoso vehículo. Este era un hombre bien elegante, de piel blanca, su nariz bien perfilada hacia juego con su rostro varonil, de contextura delgada, a través de su vestimenta se dibujaba una musculatura bien definida, de unos veinticinco años. El joven levantó el cuerpo de Alondra con gran facilidad, dejando ver el rostro pálido de la joven, pero de gran belleza, que al contemplarla parecía una estatua de un bello marfil esculpido por un gran artista. Sin mediar palabras, accionó con el cuerpo de la joven hasta llegar a su coche, que minutos antes había estacionado al ver a la chica caer al suelo. Algunos curiosos observaban la escena, mientras que las amigas le ayudaron a meter de una manera cómoda a la recién desmayada en el carro para trasladarla a un centro asistencial. Alondra, aunque desmayada y pálida, con el pelo alborotado, lucía hermosa; sus labios eran provocativos y carnosos, poseía una silueta escultural, su ropa ajustada le hacía notar sus voluptuosos atributos, elegante y llena de luz. Ella nunca había tenido novio, porque siempre pensaba que había de ser alguien especial, como caído de las estrellas, así lo describía en su diario, dibujándolo con palabras y deseándolo con tanta pasión, que muchas veces su mente viajó a un encuentro romántico y erótico con aquel desconocido, eran instantes fantasiosos y mágicos que la hacían experimentar una multiplicidad de sensaciones en su cuerpo de mujer, parecía que el mismo destino se encargaba de juntar a estos dos seres y aprovechase el momento para prendarlos al amor.
Camino al centro asistencial, la joven mujer despertó del letargo, movida por una fuerza interior ordenó detener el vehículo. Aquella situación le resultaba tan sorprendente, que al encontrarse de frente con quien la ayudaba sin conocerla, creyó estar inmersa en una de sus fantasiosas alucinaciones hermosas que tan sólo ella imaginaba y que la apartaban de la realidad, le pareció estar viendo al hombre de sus sueños. Las voces de sus amigas rompieron con la comunicación visual entre ambos, fue tanto lo que se transmitieron que no fueron necesarias las palabras. Sus miradas se cruzaban como un ritual mágico, pretendiendo descubrir lo que se esconde tras el silencio, tras los latidos acelerados de sus corazones, de manos frías como tempano de hielo, cosas que las palabras más elocuentes no podrían explicar, mientras duren sus vidas y mucho más allá. Se trataba de Alondra Fuentes y Marco Antonio Andrade, dos seres a quienes les estaba prohibido amarse y que sólo un sentimiento tan profundo como el amor, pondría a prueba las fuerzas del destino.
Con el sol brillante Faustino se dirigía a Santiago, era necesario cumplir la promesa a sus difuntos. Volvió a mentir a su salida y prefirió decir que iba a Colombia en viaje de negocios, total nadie lo notaría, eran más las veces que se encontraba ausente, atendiendo a sus empresas que en su propia casa. Al despedirlo se escucharon voces de las muchachas, quienes casi en coro decían:
-Regresa pronto papá y nos llamas al llegar.
Era casi lo mismo que les oía decir desde niñas, pero esta vez se despidió con un efusivo abrazo, en su mirada se apreciaba tristeza, quizás remordimiento por involucrar a sus seres queridos en una batalla que no les correspondía. Intentaría tenerlos lo más lejos posible del peligro y esta vez sería cuidadoso en sus acciones, para no arrastrarlos a las garras de sus adversarios, que por su crueldad no les importaría que fuera una nueva generación y que no tuvieran culpa de los rencores pasados. Para los Andrades, el odio estaba en la sangre y se transmitía de generación a generación.
Todo el camino pensaba en sus hijos, un recorrido retrospectivo por sus vidas le trajo sus ocurrencias, lo orgulloso que se sentían de tenerlo. Una vez más, le dio rienda suelta a sus recuerdos hermosos, quizás para combatir sus preocupaciones o para encontrar satisfacción, al recrear cada instante vivido al lado de quienes lo valoraban y lo hacían sentir que había logrado ser un padre ejemplar.
En el largo trayecto hacia Santiago la luz resplandeciente del sol desentonaba con el floreciente paisaje que pasaba a su lado. El cielo azul se levantaba frente a la larga carretera, de golpe todo se fue turbando nubloso, el astro rey se fue ocultando entre las espesas nubes que minutos antes eran iluminadas por sus rayos, el paisaje hermoso se lleno con nubes oscuras, que como serpientes fueron atrapando el resplandeciente horizonte y una andanada de truenos con relámpagos dieron paso a una intensa lluvia, que le dificultó visualizar la estrecha carretera llena de huecos. Añoraba la calidez y tranquilidad de su casa al lado de sus nietecitos, se deleitaba con verlos correr entre los muebles, estar al lado de la chimenea decorativa de la sala, que no era más que una réplica de la que una vez hubo en la vieja casa natal de aquel pueblo, y que no funcionaba para generar calor, ahora este pueblo lo recibía en medio de un enorme chaparrón de agua… anheló tomar una taza de chocolate caliente acompañada por un buen trozo de pan tostado como en otros tiempos se lo preparaba su madre; tradición que él heredo.
En la casa de los Fuentes, se disponían a cenar, casi todos se acercaron a la mesa, menos Alondra, quien se hallaba escribiendo en su diario lo sucedido días atrás con aquel joven que le robó la atención y quizás el corazón. Las páginas del viejo diario, que permanecieron por algún tiempo en blanco, recogían toda la inspiración de una mujer ilusionada por aquel encuentro fortuito. Poemas hermosos, cargados de emotividad, luminosidad y esperanzas, que la hacían fantasear con volver a ver a ese hombre que la sedujo con sus facciones varoniles y la gentileza de un caballero.
Huellas en el alma.
La tertulia en la cena discurrió en una atmósfera de interrogantes y preocupación referente a la extraña actitud mostrada por Faustino en días pasados; de la conversación inconclusa, que ahondó recelos y curiosidad en todos. Nada más Clara, estaba al tanto de lo que intentó develar su hermano, pero permaneció en silencio, al sentir que no le correspondía dar a conocer los pormenores de ese pasado cruel que les tocó sufrir, a pesar de haberle dejado una cicatriz inmensa en su brazo, ocasionada por un certero machetazo que le propinó uno de los Andrades en una de las tantas reyertas, pero sus más profundas heridas estaban alojadas en su alma. Esa fea magulladura en su cuerpo hizo que nunca dejara que ningún hombre se le acercara, aun cuando su rostro encantador avivaba pasiones. Una mujer de pocas palabras, pero mucha profundidad en lo que expresaba. Se dedicó a ser como una segunda madre para todos, que por cariño le decían Nana.
Con la ausencia de Alondra, su hermana Silvia aprovechó para hacer saber a los demás lo de la fiesta sorpresa que le estaban preparando, les solicito ayuda para los preparativos. Era una manera de retribuirle la dedicación que Alondrita demostraba por todos en fechas especiales, y para animarla ante los continuos desmayos que estuviera sufriendo y que los médicos no hubieran podido diagnosticar. La planificación de la celebración hizo que la cena se prolongara, y como chiquillos contaran anécdotas de fiestas pasadas, volviendo a vivir en los recuerdos cada detalle. No siempre ostentaron un nivel social alto, los primeros años de sus vidas fueron de grandes necesidades económicas, pero nunca faltó la torta, la piñata y los globos. Todos añoraban estas celebraciones, al igual que la de fin de año, cuando les compraban ropa nueva y disfrutaban de los modestos regalos. Antonia y su padre hacían grandes sacrificios para darles de comer a tantas bocas y para que estas fechas fueran especiales, aun cuando la llegada de cada uno de ellos al mundo fue previamente planificado. Al escucharlos hablar de estas cosas, Alberto José se levantó abruptamente, con un ademán burlesco rompió con los recuerdos de sus infancias. Alberto, por ser el mayor tuvo que pasar los peores momentos de crisis en la familia, de hecho no recordaba tantos instantes hermosos, creció pensando que no era tan amado como sus otros hermanos.
Esta situación no terminó la programación festiva, Juan Daniel estaba emocionado por traer su agrupación musical y Silvia de preparar una de las comidas preferidas de su hermana, estarían invitados sus ex compañeros de la universidad y alguno que otro amigo de la infancia.
A esa hora Faustino se alojaba en una de las modestas posadas del pueblo, no quiso hacerlo en los reconocidos hoteles para no levantar sospecha, ya que tenía información de que los Andrade eran socios de muchos de ellos, igualmente el carro que utilizó para ese viaje era muy sencillo, llevó dinero en efectivo para no recurrir a transacciones bancarias. Realizó una llamada telefónica a su casa para decir que había llegado bien y se fue a la cama sin probar bocado, una vez más con los pensamientos puestos en su familia; único alimento para su alma cargada de rencor.
En otro lado de Santiago un cuerpo era lanzado a una honda fosa, se trataba de uno de los socios de Virgilio Andrade, la causa de su muerte no fue por cuestiones de negocios, sino que el hombre, cuyo cuerpo lanzaron en la lúgubre fosa fue callado, este lo chantajeaba con revelar su condición de homosexual que para el entorno de aquel vil hombre no era un secreto, pocos lo sabían pero callaban, ni siquiera lo comentaban por temor a terminar como aquel hombre que pensó que Virgilio lo colocaría en la presidencia de alguna de sus empresas a cambio de su silencio y termino muerto; con la cabeza destrozada y sin testículos, ya que antes de darle muerte fue colgado por estos, cediendo estos por el peso de su cuerpo. Virgilio tenía abominables formas de asesinar a sus contrincantes; ordenaba secuestrarlos, luego desenfundando una filosa espada les cortaba el cuello, no sin antes hacerles un maléfico ritual para que sus almas no regresaran en busca de venganza, en este caso en especial, decidió colgarlo de esa manera para cortarle la cabeza con la espada para después triturarla delante de sus secuaces para intimidarlos, como una advertencia de lo que les sucedería si osaban traicionarlo. Eran muchos los que engrosaban su larga lista de muerte, algunos pensaban que poseía pactos con el demonio, que debido a eso; cada cierto tiempo debía entregarle almas, y que en estas prácticas participaban algunos de sus hermanos, pero Virgilio lo hacía como parte de su vida, de manera enfermiza, tanto que en su mirada lucía tenebrosa, a pesar de los esfuerzos que hacía para introducirse en el papel de buen hombre.
Nicolás, uno de los hermanos fue relegado por los demás, porque se oponía a los malos manejos financieros y a las prácticas infames que se aplicaban contra los supuestos enemigos. Constantemente refería que bastaba con las muertes del pasado, que había que detener esa larga cadena de animadversión y que la vida no les alcanzaría para pedirle perdón al Creador por tanto dolor ocasionado a sus semejantes. Esta posición era considerada como perjurio o blandenguería. Algo imperdonable que no se podía tolerar, y al ser excluido, se dedicó con su esposa y su única hija a una floristería en una de las avenidas que circundaban el camposanto. Su hija llevaba por nombre Hermida; hermosa como los pétalos de una rosa, que impregnaban con su delicada fragancia todo el lugar y mucho más allá. Cuantiosas veces las flores que no se vendían se colocaban sobre las tumbas que nadie visitaba y esto era acompañado por una plegaria al cielo por el perdón de sus pecados.
La gente en las calles intentaba sobrevivir en sus actividades habituales; los heladeros procurando que su mercancía no se derritiera por el inclemente sol, los taxistas lidiando por el implacable tráfico, los vendedores ambulantes compitiendo entre ellos mismos y con el comerciante formal por ganarse los clientes. Las amas de casa, buscando buenas ofertas para estirar el presupuesto, una protesta de trabajadores de la construcción obstruía el flujo vehicular y sus consignas se fusionaban con la música de los puestos de venta de equipos electrodomésticos y ropa; haciendo una especie de fondo musical a las reiteradas consignas. El estruendo de un avión que aterrizaba en un aeropuerto cercano. Montones de palomas eran alimentadas con cotufas por un niño en una de las plazas. Un escándalo que resultaba insoportable para los oídos de quienes estaban acostumbrados a él; escenario de claro contraste con la paz que necesitaban quienes yacían en aquel cementerio. Si embargo, en el rostro de Hermida se notaba una paz indescriptible, la misma que quizás sentían los ramilletes de flores que aguardaban por deleitar a muchas almas.
Conforme pasaban los días Faustino iba concretando su estadía en Santiago, adquirió una casa en las afueras del poblado, porque al verla le encantó; se parecía mucho al modelo de la antigua casa de La Muralla, una réplica arquitectónica que lo hacía sentir que la arrancaron de raíz de aquel desolado lugar y la sembraron en ese sitio. Creyó en sus adentro que la historia familiar volvía a empezar, se imaginó andar por el extenso corredor empedrado, ver los caballos descansar en la entrada e intentar plantar árboles de ceiba que siempre se secaban.
Era viernes y empezaba la fiesta de cumpleaños de Alondra, una decoración moderada, que parecía que era para una quinceañera; había muchos globos entrelazados de columna en columna, en una mesa estaba la torta y hasta una piñata colgaba dispuesta a ser tumbada, en su interior muchas sorpresas y bromas para todos, distinta era la fiesta a los agasajos que hacían los integrantes de su círculo de amistades. Si, era una fiesta sorpresa que aguardaba por la llegada de Alondra de la oficina, los invitados fueron llagando y en poco rato el espacio estuvo casi lleno, solo faltaban algunas de sus amigas ex compañeras de estudio. El grupo musical de Juan Daniel hacía las pruebas de sonido, hasta que apareció Alondra pensando que todos habían olvidado su cumpleaños; ya que ninguno la había felicitado en el transcurso del día. Con su llegada empezó la fiesta, los abrazos no se hicieron esperar, sobre todo la entrega de regalos le agrado y el brindis que propuso su hermana Marlene la hizo sentir el calor de todos. Subió a su habitación en compañía de Silvia para cambiarse de ropa y seguir compartiendo con quienes la hacían tan feliz, extrañaba a su padre, era el primer cumpleaños en el que este se encontraba ausente, pero en ese mismo instante recibió una llamada que la hizo llorar; era Faustino, su padre.
-Mi muchachita, no creas ni pienses que he olvidado este día tan especial, sólo esperé que llegaras a la fiesta que te tenían preparada. Quiero que sepas ,que tú papá está contigo en pensamiento y en espíritu. Todavía recuerdo cuando naciste y ahora eres toda una mujer. Nunca olvides que este viejo te ama y que siempre serás mi muchachita preciosa.