Medir y valorar los desempeños que se han de traducir en competencias, sin duda no es una tarea fácil. La denominada evaluación objetiva siempre está supeditada a los subjetivismos propios que conlleva una evaluación. Al aplicar criterios de imparcialidad, objetividad, equidad y pertinencia; implícitamente estamos poniendo en juego valores éticos y profesionales de tal importancia, que su aplicación en el campo de la práctica educativa implica una enorme responsabilidad. La evaluación estandarizada por ejemplo, nos registra una medición parcial, inconsistente y de muy escasa objetividad, que al momento de medir los logros alcanzados por los estudiantes, en la práctica se aleja abismalmente de la consecución de esos desempeños. ¿Qué medimos?, ¿cómo lo medimos?, ¿para qué lo medimos?. Lo que medimos, ¿es realmente lo que debemos medir?, ¿utilizamos los criterios óptimos de valoración?, ¿lo que buscamos al medir nos conduce precisamente a la obtención de los desempeños preconcebidos?. Pese a que se cuenta con distintos instrumentos de evaluación, sin menoscabo a su gran utilidad, se puede afirmar y demostrar que ni la rúbrica, ni la hoja de cotejo o el portafolio de evidencias, menos el examen escrito cumplen al final en modo alguno con lo que propiamente debiera de ser una evaluación integral, objetiva, imparcial, equitativa y holística. Las patologías de la evaluación dan cuenta de que tan ineficazmente, podemos evaluar, o que tan injustos e inequitativos podemos ser por la sola idea de que siempre aplicamos al fiel de la balanza los criterios ideales de la evaluación ideal. Una manera simple de percatarnos y ubicar razonablemente nuestra eficacia de valoración, que por igual aplica a la fase diagnóstica, que al proceso o a la etapa global o terminal, es el de revisar en ¿cuál de los supuestos patológicos cae nuestra medición valoral?. 1). Sólo se evalúa al alumno. 2).Sólamente se evalúan los resultados o bien sólo los resultados directos pretendidos. 3). Sólo se evalúan los efectos observables y se omiten los no observables. 4). Se evalúa principalmente la vertiente negativa. 5). Sólo se evalúa a las personas. 6). Se evalúa descontextuizadamente. 7). Se evalúa cuantitativamente. 8). No se alinea propiamente la evaluación con los aprendizajes. 9). Se evalúa competitivamente. 10). Se evalúa estereotipadamente. 11). No se evalúa éticamente. 12). Se evalúa para controlar. 13). Se evalúa para conservar. 14). Se evalúa unidireccionalmente. 15).No se evalúa desde fuera 16). No se hace autoevaluación. 17). Se evalúa distemporalmente. 18). No se hace evaluación. 19). No se hace meta evaluación. 20). La evaluación es estandarizada, masiva e impersonal. A lo anterior se pueden añadir situaciones como en muchos casos, el docente utiliza la evaluación de la conducta-contrario a lo que establece la Ley General de Educación- como un recurso coercitivo, y en muchos casos lo incluye dentro de sus criterios de valoración. Finalmente, cabe la mención de que el tipo de complejidad inmersa en una evaluación objetiva, equitativa y racional, lleva al docente a la disyuntiva de reevaluar y en su caso, reinventar su propio perfil; adecuándolo y ajustándolo a las necesidades mínimas requeridas que habrán de incorporarse el perfil de egreso de nuestros alumnos.