LOS CAÑARIS Y EL CERRO HUCAYÑAN: MITO O REALIDAD
Por: José Luis Espinoza E. /2010.
ANTECEDENTES
Era un martes 22 de Junio del 2010, cuando al caer la noche bajo un cielo azul y despejado, me causara gran susto al ver destacarse allá muy lejos del oriente azuayo un enorme peñasco; aunque no lo conocía, jamás imaginaba que a esa distancia pudiera divisarse lo que luego supe, era el legendario Huacayñan o Fasayñan. Fue tan conmovedor lo que vi y sentí, que me motivó a que escribiese este artículo. Me venía a la mente que un día similar a ése debió ser, cuando en 1547 Cieza de León de paso por estas tierras avistara el mismo cerro al oriente de la provincia de Tomebamba.
Cieza parece referirse así del Huacayñan: "Saliendo de Tomebamba[1] por el gran camino hacia la ciudad del Cuzco, se va por toda la provincia de los Cañares, hasta llegar a Cañaribamba, y a otros aposentos que están más adelante. Por una parte y por otra se ven pueblos [poblados] de la misma provincia, y una montaña que está a la parte de Oriente, la vertiente de la cual es poblada, y discurre hacia el río del Marañón." (Cieza de León 2005,163). Con seguridad Cieza se refería a este gigante, visible a simple vista y en días despejados desde lugares relativamente altos del oriente y occidente de Cuenca.
Este cerro está estrechamente vinculado a la historia tradicional de Cuenca, su provincia y región, mito según el cual se originaron los afamados Cañares. Por lo demás, no existen todavía, estudios concluyentes ni definitivos sobre el origen y el nombre mismo de los cañaris, por lo que se tendrá que continuar investigando.
Nadie ha podido determinar hasta la fecha lo que pudiera ser el verdadero Guacayñan o Fasayñan y quizá nunca lo sepamos, precisamente por ser un mito. Sin embargo, diversas localidades de la antigua provincia cañari se han apropiado de esta tradición desde muy temprano, atribuyéndolos a cerros de sus propios paisajes culturales. Así en Chunchi se cree que es el Puñay, en Azogues creen que es el Abuga, entre Gualacéo y Sígsig dicen ser el Fasayñan y entre San Gerardo y San Fernando, el cerro Fasano; en Yunguilla probablemente era el Huanasang[2]. Al parecer el cerro Fasayñan o Hucayñan es lo mismo y pudo estar sujeto a cambios y distorsiones a través del tiempo y el espacio.Todos ellos indudablemente fueron pacarinas cañaris, ubicadas en diversas parcialidades, cuyas tradiciones han permanecido maravillosamente guardadas en la memoria de sus habitantes, convirtiéndose en un patrimonio inmaterial muy valioso, pese al paso de los siglos.
Cabe precisar que paradójicamente el nombre del cerro Huacayñan, es quichua y no cañari como habríamos de suponer; sin embargo, muchos de estos lugares tuvieron originalmente nombre cañari hasta antes del incario. Su nombre traducido al español significaría huaca y camino, es decir camino de las huacas, que coincide con la vía que durante el incario salía desde el importante centro inca de Pumapungo por la Av. Huayna Cápac a Gapal y pasaba por el Huanacauri, desviándose hasta San Bartolomé de Arocsapa en donde se dividía en dos ramales, el uno hacia Sígsig y el otro a Jima ambas con dirección hacia el Oriente, atravesando numerosos santuarios ubicados a lo largo y ancho de este camino. Según el diccionario Kíchua de Torres Fernández de Córdova, Huaca significa sagrado y ñan ave; es decir ave sagrada, que seguramente tiene relación con la guacamaya. Fasayñan es un nombre híbrido cañarí quichua.
Es una constante en la región Cañari, la ubicación de centros religiosos incas sobrepuestos en santuarios cañaris. De acuerdo a la cosmovisión andina regional, algunos santuarios montañosos considerados masculinos, se complementaban con lagunas de tipo femenino, observándose una clara concepción sexual en las formaciones geológicas. Un ejemplo claro al occidente de Cuenca es el cerro sagrado de Guagualzhumi y la laguna de Quituiña, localizada al pié del cerro. También, los precolombinos creían que en las montañas habitaban las divinidades y que en ellas residían los espíritus ancestrales de sus antepasados. Montañas y lagunas están íntimamente vinculadas con numerosas tradiciones orales de pueblos aledaños a esos lugares.
Las crónicas, señalan que los cañaris tenían por divinidades a montañas, árboles, piedras grandes o jaspeadas, lagunas, osos, etc. Estas versiones coinciden, cuando en la actualidad se ha determinado en toda la provincia del Azuay, del antiguo "Lazhuay"[3], la existencia de una serie de cerros con remanentes culturales ubicados en las cimas (Abad Rodas, 2009), (Espinoza E. et al., 2010a). Nuevos registros de Diego Castro, Pedro Jara, Fabián Ruiz y el estudio de la antropóloga Lynn Hirsckind, así lo confirman. Algunas láminas de Guamán Poma[4], muestran a la cordillera de Los Andes con sus cimas cortadas, que coinciden exactamente con los cerros que ahora hemos encontrado en el Azuay.
Es muy probable también que esta ruta fuese la vía preferida para el tráfico de plumas de guacamaya con el Oriente ecuatoriano de donde son originarias estas aves de colorido plumaje y singular belleza. Las plumas, era la materia prima esencial en la confección de trajes rituales y suntuarios de Cañaris e Incas.
Por referencias de algunos pobladores de la parroquia Principal cercano al cerro en mención, se sabe que en determinadas fechas migran al lugar aves de la Amazonía, lo que no hubiese sido extraño de que también llegasen ocasionalmente guacamayas hasta allí y que pudo también dar origen al legendario mito. No han sido estudiados todavía las estructuras y remanentes arqueológicos existentes en el lugar que pudieran estar vinculados con ciertos ritos relacionados con el cerro o la guacamaya.
IMPORTANCIA DE LAS PLUMAS
Las plumas cumplían la función de transferir fuerza vital animadora a quien los usara; incluso algunas culturas precolombinas se creían descendientes del cóndor, halcón, búho, o de algunos animales como el puma, culebra, murciélago, etc. Los soberanos incas usaban dos plumas de la emblemática ave llamada Curiquingue, una blanca y otra negra que portaban sobre el llauto o corona, éstas eran consideradas sagradas y por lo tanto lo usaban como símbolo de poder y dominación. En Pumapungo, fueron encontrados algunos platos ceremoniales de aves como tórtolas o tugas a las que los incas al parecer les rendían también culto.
Otra ave como el Buhó o lechuza anunciaban muertes y desgracias por venir, su canto era interpretado como malos agüeros, esta creencia se mantuvo todavía hasta hace muy pocos años en Cuenca y el Azuay. En los objetos cerámicos de la cultura Tacalshapa se puede observar plasmada la figura estilizada del Búho y/o lechuza seguramente considerada divinidad local por su misteriosa rareza o belleza. Por otro lado, la cerámica preinca desde el período Formativo, muestra protuberancias estilizadas o iconos de aves y animales que coligen que pudiera tratarse de objetos rituales utilizados en ciertas celebraciones.
Durante el Incario, los Cañaris fueron llevados a diversos lugares a lo largo del Imperio, primero como rehenes y luego como personas de confianza, al punto de ser nombrados en tiempos de Huáscar, alabarderos de los palacios reales en Cuzco. Los cañaris locales que legal y legítimamente apoyaron a Huáscar, casi fueron extinguidos luego de la criminal matanza ordenada por Atahualpa, quedando unos tres mil en toda la provincia de Tomebamba, de los cuales la mitad eran mitimaes peruanos. Otros cañaris mitimaes quedaron dispersos en Cuzco y en muchos otros lugares del antiguo Perú.
MITO DEL ORIGEN DE LOS CAÑARIS REGISTRADO EN 1576, POR FRAY CRISTÓBAL DE MOLINA DE LOS MITIMAES CAÑARIS RESIDENTES EN CUZCO.
"En la provincia de Quito está una provincia llamada Cañaribamba, así llaman a los indios, «cañaris» por el apellido de la provincia, los cuales dicen que al tiempo del Diluvio en un cerro muy alto llamado Huacayñan, que está en aquella provincia, escaparon dos hermanos en él. Y dicen en la fábula que como iban las aguas creciendo, iba el cerro creciendo, de manera que no les pudieron empezar [alcanzar] las aguas. Y que allí, después de acabado el Diluvio, y acabándose la comida que allí recogieron, salieron por los cerros y valles a buscar de comer, y que hicieron una muy pequeña casa en que se metieron, en donde se sustentaban de raíces y yerbas, pasando grandes trabajos y hambre. Y que un día habiendo ido a buscar de comer, cuando a su casilla volvieron, hallaron hecho de comer y para beber chicha, sin saber de dónde ni quién lo hubiese hecho ni allí traído. Y que esto les acaeció como diez días, al cabo de los cuales trataron, entre sí, querer ver y saber quien les hacía tanto bien en tiempo de tanta necesidad, y así el mayor de ellos acordó quedarse escondido, y vio que venían dos aves que llaman aguaque, por otro llaman torito, y en nuestra lengua las llamamos guacamayas[5]. Venían vestidas como los cañaris y [con] cabellos en las cabezas, atada la frente como ahora andan, y que llegadas a la choza, la mayor de ellas vio al indio escondido y que se quitó la iliclla que es el manto que ellas usan, y que empezó a hacer de comer de lo que traían. Y que como vió (él) que eran tan hermosas, y que tenían rostros de mujeres, salió del escondrijo y arremetió a ellas, las cuales como al indio vieron, con gran enojo se salieron y se fueron volando, sin hacer ni dejar este día que comiesen. Y venido que fue el hermano menor del campo, que había ido a buscar que comer, como no hallase cosa aderezada, como (en) los demás días solía hallar, pregunta la causa de ello a su hermano, el cual se la dijo; y sobre ello hubieron gran enojo: y así el hermano menor se determinó a quedarse escondido hasta ver si volvían. Y al cabo de tres días volvieron (las) dos guacamayas, y empezaron a hacer de comer, y que como (él) viese tiempo oportuno para cogerlas, entró al tiempo que vió, que ya habían hecho de comer, arremetió a la puerta cerróla y cogiólas adentro; las cuales mostraron gran enojo, y así asió a la menor; porque la mayor, mientras tenía a la menor, se fue. Y con esta menor dicen tuvo acceso y cópula carnal; en la cual, en decurso de tiempo, tuvo seis hijos e hijas, con los cuales vivió en aquel cerro mucho tiempo, sustentándose de las semillas que sembraron, que dicen trajo la guacamaya; y que de estos hermanos y hermanas, hijos de esta guacamaya, que se repartieron por la provincia de Cañaribamba, dicen proceden todos los cañaris: y así tienen por huaca el cerro llamado Huacayñan y en gran veneración a las guacamayas ; y tienen en mucho las plumas de ellas para sus fiestas" (Oyuela Caycedo et al.2010, 372).
Hemos tomado esta versión al parecer por original y completa, puesto que existen otras versiones, recogidas por Paul Rivet tomadas de Bernabé Cobo de 1693, que sugiere origen amazónico y la otra registrada por Pedro Sarmiento de Gamboa en 1572 con influjo quíchua. En todo caso estas dos versiones con pequeñas variantes, dejan ver clara influencia Inca en su contenido. Los téminos "Huasano" de Sarmiento (Sarmiento de Gamboa 1988, 41) y "Huanasang" del antiguo Cañaribamba, mencionados por Paul Rivet, al parecer son distorsiones del Fasayñan o Huacayñan y quizá tienen que ver con otras huacas de Cañaribamba.
ELIMINACION DE LAS DIVINIDADES ANDINAS
En el primer Concilio Provincial de Lima convocado por el Arzobispo Jerónimo de Loayza en 1551, se dispuso construir iglesias sobre las huacas o al menos había de colocarse una cruz sobre ellas. El Concilio Obispos de Quito en 1570 ratificaba poner cruces en la guacas y adoratorios de los "indios", en las juntas de los caminos, a las entradas y salidas de los páramos, en el nacimiento de fuentes y lagunas, cerros altos, etc. Por 1575 El Virrey Francisco de Toledo prohibió ciertas prácticas como la deformación de cráneos en los niños, la perforación de orejas o que las mujeres peinaran a sus maridos por la carga sensual que esto significaba y ratificaba poner cruces u otros signos cristianos sobre las casas, costumbre que se mantiene hasta hoy en la ciudad de Cuenca y el Azuay.
Por 1564, descendientes de los incas en Perú emprendieron un movimiento a través del Taqui Onkoy, mediante el cual convocaban la ayuda de sus divinidades más importantes para que lucharan contra las divinidades cristianas. Las huacas indígenas enviarían enfermedades que acabarían con los españoles. En este movimiento, también invocaban singular devoción a sus dioses que habían sido abandonados desde el arribo de los españoles.
En 1586 el extirpador de idolatrías fray Cristóbal de Albornoz, en "LAS INSTRUCCIONES PARA DESCUBRIR TODAS LAS HUACAS DEL PERU Y SUS CAMAYOS Y HAZIENDAS"; tenía en su listado como huaca principal en la "Provincia de Tomebamba" [6] al cerro Guasaynan[7], manifiesta que, "Es un Cerro alto de donde dicen proceden todos los cañares y de donde dicen huyeron del diluvio" (Albornoz 1586, 32).
Tobas estas disposiciones pretendían afianzar la Fe Católica en crisis tanto en España con la presencia de musulmanes, judíos y luego en el siglo XVI con los Luteranos y en América, con la "idolatría" de los indígenas "infieles". Estas "cruzadas" religiosas se extendieron hasta el siglo XVII, según dejan entrever algunas bulas (papeles), que eran vendidos a los fieles para que salvaran su alma.
DECIFRANDO EL MITO CAÑARI
Algunos mitos en diversas culturas se caracterizan por esconder hechos reales de sus comunidades, que son descritos a manera de mitos y fábulas y que suelen ser metáforas creadas para ser trasmitidas de generación a generación, como un mecanismo para mantener viva la información y la supervivencia de sucesos importantes en la memoria de sus habitantes y pueblos. Algunas referencias, pudieran indicarnos datos reales mimetizados en pintorescos mitos, a los que intentaremos aproximarnos en su interpretación:
"… dicen que al tiempo del Diluvio en un cerro muy alto llamado Huacayñan,…escaparon dos hermanos en él…" El diluvio al parecer pudiera responder a intensos periodos de lluvias torrenciales[8] que ocurrían y ocurren en determinadas épocas, como el sucedido actualmente en el año 2010-11, o como el ocurrido el año 94 que produjo el desastre de La Josefina.
Sin embargo, algunos elementos de la mítica cristiana fueron introducidos en la historia local indígena por los cronistas tempranos, debido a su fuerte convicción católica. Franklin Pease corrobora esta idea cuando dice: "Es obvio que los historiadores del siglo XVI querían enlazar la historia que escribían de los incas con la Biblia;…lo hacían básicamente a partir del diluvio universal…pero la mención del diluvio tenía otras consecuencias inmediatas, como la precisión [dar justificación al mito local] del origen de los americanos en uno de los descendientes de Noé…" (Pease Franklin 1997, 118).
Accidentes geográficos importantes, eran frecuentemente considerados pacariscas, por los habitantes precolombinos en los Andes del Ecuador. El cerro descrito se encuentra hasta el día de hoy, al occidente de Cuenca; se trata de una enorme roca de más de 3.000 m., que por su altura y forma se convirtió en divinidad de los cañaris. Los dos hermanos, hemos de entender metafóricamente, como a cañaris unidos por un mismo idioma y raza que ocuparon dos espacios geográficos diferentes como eran Hatun Cañar, montañoso de clima frío y Cañaribamba, formado por valles y clima subtropical y que desarrollaron en la prehistoria, diferentes estilos de cerámica conocidos actualmente como Cashaloma en Cañar y Tacalshapa en Azuay, respectivamente (Espinoza E., José Luis. 2005).
"… acabándose la comida que allí recogieron, salieron por los cerros y valles a buscar de comer, y que hicieron una muy pequeña casa en que se metieron, en donde se sustentaban de raíces y yerbas, pasando grandes trabajos y hambre…" Referencias de cronistas tempranos y datos de los Libros de Cabildos de Cuenca, coinciden en señalar constantes periodos de hambruna, especialmente ocasionados por abundantes lluvias, estiaje o heladas que echaban a perder toda la producción agrícola.
"… Y con esta menor dicen tuvo acceso y cópula carnal; en la cual, en decurso de tiempo, tuvo seis hijos e hijas, con los cuales vivió en aquel cerro mucho tiempo…" Luego de la procreación, estos poblaron la región cañari conocida actualmente como Azuay[9] y Cañar. Los hijos e hijas se circunscriben dentro del concepto natural de reproducción y de la cosmovisión inca de la dualidad completaría, Hanan-Hurin[10], blanco-negro, alto-bajo, hombre-mujer, etc.
"…Venían vestidas como los cañaris y (con) cabellos en las cabezas, atada la frente como ahora andan…". Precisan rasgos de sus costumbres e identidad, señalando características propias de la etnia cañari. Objetos arqueológicos rituales únicos en cerámica metal y lítica Cashaloma/Puruhá/Inca de Ingapirca, muestran sobre sus cabezas protuberancias cónicas que responden al tocado cañari (Verneau y Rivet 1912, 319-321); (Espinoza E., 2010b). El tocado cañari también fue descrito detalladamente por Cieza de León en 1547 a su paso por la provincia de Tomebamba.
"… se quitó la iliclla que es el manto que ellas usan, y que empezó a hacer de comer de lo que traían…". Este párrafo deja ver claro la transculturación cañari. La lliclla, es un componente de la vestimenta femenina inca que fue tendida al suelo de acuerdo a sus costumbres, a manera de mantel de mesa[11]. La "pampamesa" sobrevive hasta hoy en las costumbres campesinas de Azuay y Cañar.
"…y que de estos hermanos y hermanas, hijos de esta guacamaya, que se repartieron por la provincia de Cañaribamba, dicen proceden[12] todos los cañaris…". La Huacamaya una ave muy apreciada por su plumaje multicolor, fue divinidad cañari. Esta ave pudiera verse representada en las esculturas ornitomorfas estilizadas encontradas en el complejo arqueológico y arquitectónico de Ingapirca; que siendo un templo eminentemente inca, tuvo fuerte influencia cañari, como parecen indicar los estudios arqueológicos y documentos etnohistóricos. También Cieza de León en 1547, se refiere al origen cañari, cuando manifiesta que en la provincia de Tomebamba: " …están dos [centros] principales, llamado el uno Cañaribamba y el otro Hatun cañari, de donde tomaron los naturales el nombre, y su provincia, de llamarse los cañares…"(Cieza de León 2005, 127)
En realidad el origen de los cañaris precolombinos, hemos de buscar y encontrarlo en el Periodo Fomativo hace 4.000 años en Narrío, Challuabamba, Bullcay, Sumaypamba y Putushío. Pese a la falta investigaciones, se observa que desde el período Formativo hasta el de Integración, existe una clara secuencia cultural lineal evolutiva.
"…y así tienen por huaca [divinidad] el cerro llamado Huacayñan y en gran veneración a las guacamayas; y tienen en mucho [estima] las plumas de ellas para sus fiestas". Relatos de Hernando de Pablos en 1582, nos habla de las plumas y placas de cobre doradas y sus rostros pintados, que eran utilizadas por los cañaris en la guerra (Pablos 1962, 86). Corroboran con este dato algunas placas metálicas de filiación Tacalshapa del Museo Pumapungo que registran adherencias de plumas de aves sobre la superficie del metal y que han sido preservadas hasta hoy por el oxido de cobre.
CONCLUSION
Diferencias entre los mismos cañaris registradas por los cronistas coloniales, en el sentido de que mantenían hostilidades entre ellos, la separación en dos provincias de la antigua área cañari en el siglo XIX, bromas hostiles contemporáneas entre pobladores del Sur respecto a los del Norte, pudieran no ser simples coincidencias; sino rezagos de un lejano pasado cultural común, pero un tanto diverso a la vez.
Los cañaris precolombinos unificados solo por raza e idioma, no tuvieron unidad ni política ni cultural en la llamada área cañari y circunstancialmente se unieron en caso de amenazas como fue el enfrentamiento con los Incas. Diversos son los remantes de la cultura material anterior a los incas; que coligen diferencias moldeadas, modificadas y determinadas por la geografía en la que se desarrollaron. Estuvieron adaptados a diversos y pequeños valles y microambientes, con características únicas y particulares donde desarrollaron finalmente sus cacicazgos. A esta realidad parece responder la variada tipología cerámica precolombina existente.
Era obvio que los cañaris históricos, no conocieran nada de su brillante pasado precolombino. No fue sino hasta finales del siglo XX cuando investigaciones arqueológicas y etnográficas extranjeras principalmente, revelaran datos parciales pero importantes del origen de los cañaris precolombinos que ocuparon antes del incario, las actuales provincias de Azuay y Cañar. Era lógico entonces que los cañaris étnicos del siglo XVI, tuvieran su propia percepción respecto de su origen, a través del mito.
Nuevas investigaciones arqueológicas y etnohistóricas irán superando y desplazando viejas teorías sin fundamentos sobre el origen de los cañaris. Mientras tanto, este legendario y pintoresco mito que ha sobrevivido a muchos siglos, bien pudiera ser llevado a la pantalla, a la realización de de una gran obra de teatro o llegar a través de dibujos animados a los niños de escuelas y colegios de la ciudad, dada la importancia de su contenido e identidad cultural.
Finalmente abogamos por que este mito sea reconocido y difundido oficialmente y designado patrimonio intangible del Azuay y Cañar, conforme estipula la UNESCO.
BIBLIOGRAFIA:
- Abad Rodas, Ana. Colinas rituales precolombinas de Cuenca. El Mercurio, 30 de agosto de 2009. Sección 2B Temas. Cuenca.
- Albornoz, Cristóbal de.1586. Un inédit de Cristóbal de Albornoz: "INSTRUCCIONES PARA DESCUBRIR TODAS LA HUACAS DEL PERU Y SUS CAMAYOS Y HACIENDAS". Edit. P. Duviols. Journal de la Société des Américanistes (París) 56, no I (1967):7-39.
- Cieza de León, Pedro. 2005. 1553 CRONICA DEL PERU DEL SEÑORIO DE LOS INCAS .Caracas: Biblioteca Ayacucho.
- Espinoza E., José Luis. 2005.Tacalshapa: un patrimonio azuayo. El Mercurio, septiembre 4 del 2005, Sección Actualidades, Cuenca.
- Espinoza E., José Luis. Tamara Landívar Villagómez, Hernán Loyola Vintimilla.. 2010a. GEOGRAFIA SAGRADA DE PUMAPUNGO. Cuenca: Banco Central del Ecuador.
- Espinoza E, José Luis. 2010b.Tomebamba: la pampa del cuchillo. Cuenca: diario El Mercurio.http://www.elmercurio.com.ec/263056-tomebamba-la-pampa-del-cuchillo.html
- Hirshckind, Lynn. 2010. Cañar Chiefdoms of the Jubones River Watershed. Cuenca. Inédito.
- Oyuela Caycedo, Augusto; Peter W. Stahl.; J. Scott Raymond,. 2010. Cerro Narrío y Max Uhle: el arqueólogo como agente del desarrollo de la arqueología ecuatoriana. Editores: Peter Kaulicke, Manuela Fisher, Peter Masson, Gregor Wolff. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.