La oquedad desarrolló su taladro de espira.
Hizo negro abismo de precipicio
en una zona que fue latido escarlata.
Hoy escaso suero inerte de estanque sin alimento.
Corazón que pactó con la soledad
su retiro de espinas.
Una vez fue flor, hoy cardo
y tallo de dos dolientes columnas blandas
que arrastran su paso de espectro con hábito de rutina.
Labios de mar muerto,
mínima pesca halló
cuando levantó sus ocres redes.
Edificó un murallón de limite
al signo del amor y
traspasó su abandono de senda...
de risco y piedra.
Y sigue...
Sigue la ribera de la pared descolorida
con el saco roto de las ilusiones desprendidas.
El tiempo pasa,
-la muerte no hizo su espera en vano-
No cualquier muerte...
La nefasta "viva".
La que presagia su rodeo de aura
y corona la presa antes que el telón caiga.