Previsible o vivido
Sesenta tablones puros, sin mancha alguna. Los percibo brillantes, lustrosos. De seguro, si pudiera estar en una posición más cercana al monumento, tendría el sublime chance, desvanecerme en su aroma. Sin dormirme, claro, estoy más despierta que nunca. La madera seca, cálida, que hace temerle. Bien podría ser teñida un poco más opaca, pero creo que no se hará nunca. No sirvo para pintar, ni tampoco para hacer algo que implique actividad. Es extraño. Alguien una vez me dijo que el hombre de por si es actividad. Creo que lo leí. No lo sé. Yo pienso y creo que el reposo no debiera ser un placer culpable. El cuerpo puede no realizar cosa alguna, pero la mente…la mente es otra ciencia. Recostada, sin mover un solo centímetro material, puedo cerrar los ojos y pintar las vigas de mi dormitorio a la misma vez. También, ir a la tienda, comprar un par de chocolates y un vaso de café para repasar las clases. Conducir a la playa, sin acompañantes, ni maletas o alergias primaverales. Bañarme a mitad del océano y no considerar el frio, el calor, los peces, sirenas, algún tritón, o una ola asesina. Solo yo y el agua cubriendo mis oídos. Sin sonido, deleitándome en el celeste limítrofe. Todo aquello que no obtienes puede ser tuyo por unos instantes. Todo lo que tienes puede disiparse. Eso que posees y no quieres guardar.
Estoy sola, pero no considero la miseria como opción. La miseria es miserable, inaguantable. En su presencia no se concibe la vida y la muerte seria agraciada. Se nota lo malicioso libremente. La calidad es despreciada y lo estúpido ensalzado. Como en nuestros tiempos. Nuestros benditos últimos tiempos. Eso duele.
Lo que me lastima menos es el punzante dolor de cabeza. He estado bastante tiempo recostada y es hora de confrontar el mundo real, si es que tal cosa exista. Me incorporo lentamente. Las cortinas están medio abiertas. El pequeño hilo de luz me incomoda lo suficiente para tocar mi frente instintivamente. Debería dejar las ventanas cubiertas por completo antes de dormir, pero la oscuridad total me asusta. No tengo claro el porqué. Quizá un miedo de la vida pasada. Enciendo el televisor, en un trance casi masoquista.
Era una chica, bastante distinguida. No conocía otra película en que ella apareciera, pero al menos, la expresión de su rostro encajaba con la atmosfera. Lucía como un filme de terror, independiente. La mujer corría, desesperadamente, por las calles de… ¿Londres? Sí, creo que era Londres. Traía un abrigo oscuro, a media pierna. Ella lloraba, aunque no de la forma común y silvestre. Sollozaba despacito. Claro, pensé. Si alguien va en su búsqueda y no desea ser sorprendida debe contener cualquier emoción. Sigue corriendo y de pronto un grito ensordecedor. No pudo aguantarse. En ese momento apago la televisión. Ya me sabía la siguiente escena. Él o ella aprecia el sonido, la atrapan, su amado la salva, el muere, la protagonista vestida de negro, encuentra a otro, fin de la historia. No debería ser así. No he vivido una octava parte de lo que debiera y ya se me hace predecible una historia. Para la próxima vez rentaré una película de ciencia ficción.
Abro el ropaje y me siento al borde de la cama. La cabeza aun es tema. No me dejaré vencer. Tomaré una ducha, me las arreglaré con los quehaceres y hablaré con Dostoievski. Esta vez, al aire libre. Luego, a pintar, imaginariamente.