Miércoles 16 de junio, 6:51 PM
Por Alejandro Rozitchner
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En estos días apareció entre los titulares la horrible noticia de un grupo de adolescentes salteños suicidados en un juego de asfixia. El hecho ensombrece los diarios, se instala con un peso de sordidez extremo. ¿Por qué lo hicieron? ¿Es un problema de exclusión, es algo inducido por el poder de Internet, tiene que ver con la ausencia de Dios? ¿Estamos viviendo una época especialmente difícil? Las explicaciones que suelen barajarse, las que acabo de enumerar y otras equivalentes, tratan de despersonalizar la cuestión, de plantearla en términos sociales, cuando el suicidio es precisamente lo menos social que existe. Buscar una explicación social es intentar desconocer las variables que importan, las íntimas, afectivas, esas que si hubiera que pensar llevarían a los padres de los chicos a tener que revisar responsabilidades que prefieren negarse. Jamás una persona se mata por una dificultad objetiva. Puede hacerlo, sí, estimulado por ella, pero siempre depende de una variable personal, una falta de ganas de vivir o una renuncia íntima que produzca la sensación de sinsentido apabullante. Hace falta una gran desesperación.
O puede hacerlo, explican los entendidos, como un modo de castigar a los suyos, de responder a una falta de atención, de amor, de cuidado. En ese caso el suicidio parece un redoblado acto de odio: hacia sí mismo, con la supresión absoluta de la propia vida, y hacia los que quedan, que deberán cargar con el peso de una culpa infinita.
Los deudos de los suicidados quedan devastados. Sienten que tendrían que haber hecho algo, que no se dieron cuenta a tiempo de la gravedad del tema, que ellos fueron tal vez la causa de esa muerte evitable. Debe ser una pesadilla vivir esa situación, sobre todo si el suicidado es un hijo. Debe ser el peor de los fracasos.
Y aun así, hay que reconocer que nadie se suicida porque la vida se le haya puesto difícil (de ser así, la cifra de suicidados sería muchísimo mayor). Hace falta otro elemento, la aparición de un sinsentido aniquilante, de una soledad abismal, o una incapacidad de querer seguir viviendo, una absoluta falta de fuerza. No es tan corriente. Los seres humanos atraviesan las peores experiencias tratando de seguir vivos y de superarlas. Su salud, su deseo de vida, intenta contestar hasta las circunstancias más extremas.
La primera diferencia es haber sentido alguna vez ganas de hacerlo, o al menos haber imaginado que el suicidio era una posibilidad para uno, o no haber tenido jamás siquiera la leve sombra de tal intención. A mi no me pasó nunca, ni lo de querer hacerlo ni lo de jugar con la idea, pero entiendo que es bastante normal que en determinados momentos de transformación y angustia se considere el suicidio como una opción. En la adolescencia es una experiencia común, porque la adolescencia es un período extremadamente arduo y lleno de angustias y soledades. Hasta podríamos decir que es en cierto sentido saludable que una persona juegue con la idea, porque generalmente esa fantasía permite que la cosa no llegue a hacerse real.
En muchos casos, la aparición de una conducta violenta tiene su origen precisamente en que el afecto no pudo ser representado mediante la imaginación y la persona lo actúa directamente. En la medida en que uno pueda tener sus "ideas raras" (pecaminosas, peligrosas, extremas, suicidas, entre otras) y de alguna manera elaborarlas, hacer algo con ellas y los afectos que contienen, es más probable que uno no las haga realidad. En otros casos, sin embargo, el coqueteo con la idea del suicidio termina llevando a su realización, por lo que es recomendable que la persona que está en esa frecuencia acepte pedir ayuda y traducir en palabras su mundo interno, para trabajarlo compartiéndolo y comprendiendo sus causas. La ayuda existe, es posible, muchos estados de extrema angustia se superan de manera contundente. Aunque la persona crea que no, que nunca podrá salir adelante, lo cierto es que puede hacerlo, si tiene paciencia, coraje y la sensatez de no quedarse en un aislamiento extremo.
La angustia es expresión de una situación acorralada, de un cambio profundo, de una necesidad aun no respondida, pero no supone un punto final. La angustia señala el problema, nosotros tenemos que actuar frente a él. Como se pueda. De a poco, con ayuda de alguien que pueda entender y guiar. Hay muchas personas preparadas para ayudar, y hay muchas también dotadas del amor suficiente como para resultar eficaces aun careciendo de la preparación necesaria.
No sé por qué se suicidaron esos chicos, y tal vez no pueda saberse nunca con certeza. Pero me parece necesario aprovechar esta horrible noticia para hacerle llegar a todos los desesperados la idea de que esa desesperación no es la última palabra, que la situación puede modificarse. Como dijimos: no se trata de que no haya salida, sino de la sensación de que nada es posible. Pero siempre, para cada encierro, existe una salida. A veces hay que animarse a pedir ayuda.