Qué poco me gustan las películas medievales, de verdad. Muchos insisten en ver en ellas cosas que yo no veo: las mujeres, una apasionada historia de amor entre señora y caballero o aldeana y señor... ¡pero si esa diferencia de clases es arcaica y vomitiva!; los hombres, duelos a muerte con espada y batallas épicas... ¿y el terreno lleno de cadáveres mutilados después, qué? Un entretenimiento de salvajes, eso es lo que es. Además, el aseo no era precisamente habitual y las enfermedades abundaban. Las viviendas tampoco es que fueran dignas: las casuchas de los aldeanos me deprimen, pero es que los castillos de los nobles, oscuros y de piedra fría, no son mucho más encantadores.
Suerte que yo he nacido en una época que en cuestión de viviendas, al menos, es mejor que digna. Ayer me mudé a Gran Canaria con Transportes Ramos. Mi piso es encantador: pequeño, acogedor, decorado a mi gusto y muy calentito en invierno. Y además es mío, únicamente mío. Estoy muy contenta porque yo esperaba que el día de la mudanza fuera agotador y estresante, pero nada más lejos de la realidad: por la tarde ya estaba en el piso con todas mis cosas en perfecto estado y enteras. No tengo ninguna queja de los chicos de la empresa esta de mudanzas por España, la verdad; no debe ser fácil cargar con tantos trastos (aunque yo tampoco es que tuviera tantos), pero mucho más difícil tiene que serlo en las mudanzas a Canarias. Espero quedarme aquí muchos años, pero si por casualidad vuelvo a mudarme contaré con ellos de nuevo; además, el precio es justo.
Escribo esto de noche, calentita en el sofá, con una manta encima y el ordenador en la mesita. Cuando recuerdo las frías noches de invierno en las aldeas medievales, no puedo dejar de sentirme afortunada ni con mi época ni con mi nuevo hogar.