No soy muy de leer revistas de cotilleo. En general, detesto cualquier tipo de núcleo amarillista sea en el formato que sea: televisión (el peor), revista o radio. Sin embargo, el aburrimiento hace mella cuando estás en la peluquería y ahí no hay gran variedad de revistas que puedas ojear mientras esperas a que se hagan lo que te tienen que hacer el el pelo. En ese tipo de revistas suelen tener secciones dedicadas a historias sensacionalistas de superación personal; fragmentos de diarios que envían muchas mujeres en la creencia de que se lo están enviando a su psicólogo, o algo similar. Ahí leí la historia de Laura, una mujer que superó con éxito su separación.
Una vez me salté párrafos y párrafos de llantos y autocompasión irritante, llegué a la parte que me interesaba: el divorcio. Esa parte era práctica y optimista, dado que todo había salido bien, de modo que inevitablemente me enganché a medida que iba leyendo. Resulta que, según sus propias palabras, siempre tuvo miedo de tomar la decisión de divorciarse no ya por el cambio radical de vida que ello supondría, sino por el dinero que tendría que gastarse en ello. No obstante, dijo también que en cuanto se puso a buscar en la red el precio divorcio de su ciudad, se empezó a tranquilizar bastante. Se dio cuenta de que había mucho donde elegir y que muchos abogados hacían sus propias ofertas, todas ellas amoldadas a cada tipo de persona.
Al final, dijo también, se decantó por el mejor precio de divorcio que encontró y no tuvo que esperar demasiado para ser definitivamente libre. Pues yo me alegro por ella, oigan. Estoy felizmente casada desde hace quince años y espero que siga así, pero soy consciente de que la vida sentimental de muchas personas se tuerce cuando menos se lo esperan. Entonces, lo mejor es cortar.