Cuando quiebran los negocios es muy triste; sobre todo si partes de la idea idílica, como yo, de que todo va a salir bien y vas a tener tantísimos clientes y tanto éxito que la tiendecita con la que empezaste se iba a convertir en un establecimiento enorme. Puede que todo eso sí que ocurra realmente con una tienda de informática, o algo así; pero ¿con una tienda de semillas, plantas y flores? Ingenua de mí. Hace cinco años que tuve que cerrar la tienda. Siempre me pregunté, no obstante, qué había salido mal; o más bien, qué era lo que tenía que haber hecho para que saliera bien.
La respuesta me llegó, curiosamente, hace dos días, y de forma totalmente inesperada: estaba yo navegando por internet, buscando fotos de una flor concreta que me encanta, cuando apareció el enlace a una tienda dedicada a la venta de semillas (y que evidentemente vende semillas de dicha flor). Me pensé durante unos breves instantes si entrar a cotillear o no; casi no lo hago, pero entonces noté cómo la vieja curiosidad por hacerle la autopsia a mi fallecido negocio volvía y me instaba a terminar el trabajo. Entré y me puse a buscar.
Es increíble, pero realmente no hace falta tener un local para que las cosas salgan bien: basta un alojamiento en internet. Me di cuenta porque la tienda en cuestión vendía de todo y, hasta donde sé, incluso tenía ya un nutrido grupo de compradores: freaks de la jardinería. Supe entonces que estaban haciendo las cosas bien y se me despertaron las ganas de hacer algo más que simplemente ojear: la compra de semillas en esa tienda me proveería de lo que andaba buscando y, además, me permitiría seguir indagando hasta qué punto son buenos. Seguro que son eficientes con lo envíos y que las semillas son de calidad.