Cuando vives con un padre médico, te pasas la vida escuchando términos científicos y oyendo hablar de operaciones, quirófanos, salas de hospital y cosas así. Si por el contrario creces con un filólogo, probablemente la biblioteca sea el sanctasanctórum de tu hogar y destaque la hilera de diccionarios; además, es probable que crezcas conociendo muchas más palabras que tus compañeros de primaria y secundaria. En mi caso, no crecí ni con un médico ni con un filólogo, sino con una vendedora de inmobiliarias; y claro, el asunto de las casas, los chalets, los pisos y las mudanzas está a la orden del día, sobre todo cuando la oigo hablar por teléfono.
Pero no solo eso: desde siempre, mi madre ha tenido la costumbre de hablarme un poco de cómo es su trabajo, en parte porque mi curiosidad infantil siempre me incitaba a preguntar. Al principio me lo explicaba de forma sencilla, pero ahora que ya tengo veintiún años me lo explica como se lo explicaría a cualquier adulto, y eso me gusta. Ahora anda inmersa en el tema de los pisos en Barcelona; es decir, encontrar buenas ofertas, ofertarlas entre compradores potenciales (estudiantes o parejas jóvenes, me dice, aunque también dice que los pisos en una ciudad como esta siempre tienen éxito entre cualquier tipo de persona) y cosas así.
La verdad es que yo nunca he tenido ganas de dedicarme a lo que se dedica mi madre porque lo mío es más bien la traducción; sin embargo, de lo que sí me están dando ganas últimamente, al oírla hablar, es de conseguirme yo un piso en Barcelona. Tengo la suerte de contar con una madre que entiende que los jóvenes necesiten independizarse, así que si un día de estos le suelto que me busque a mí un piso de alquiler en Barcelona, no creo que ponga muchas pegas.